Entrevista a Bruno Salas, director de «Escapes de gas»
Películas relacionadas (1)
Personas relacionadas (1)

Cómo la Historia da vida a una construcción, o más bien, cómo esta puede llegar a contener esa Historia. El documental Escapes de gas se pregunta esto a través del relato de la construcción de lo que hoy conocemos como Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM), ese que en un comienzo, en 1972, fue el edificio de la UNCTAD III. Fue cuando, de forma increíble, un grupo de técnicos y obreros se comprometieron para levantar en menos de un año una gran sede para el encuentro de la tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo. Eran los días bullentes de la Unidad Popular, en donde también parecía imposible el sueño de levantar el socialismo por la vía democrática. La inauguración del edificio no era más que un reflejo de que esa tarea titánica podía ser también llevada a cabo.

Y en medio estaban los artistas que formaron parte de la construcción, la otra gran arista de este documental. Nombres como Guillermo Núñez, Francisco Brugnoli y Nemesio Antúnez cedieron monumentales obras para ornamentar el edificio. Pero el documental se queda preferentemente con un trabajo de Félix Maruenda, quien construyó una chimenea para los escapes de gas de la cocina popular que tenía el edificio. Y luego vino la oscuridad de la dictadura, el cambio de sentido a un lugar que pasó a llamarse Diego Portales, donde el que entraba o era partidario del gobierno de facto o era, peligrosamente, llamado a rendir cuenta por sus actos. El edificio fue cerrado a la ciudadanía.

De forma bastante instructiva, Escapes de gas va construyendo así una historia que ineludiblemente resulta también muy emotiva. El uso del archivo no hace otra cosa que enrostrarnos un país activo, comprometido, que ya no existirá jamás. Ahí no queda otra que jugar con la nostalgia, y la imposibilidad de recuperar lo perdido. Lo interesante, es que sin ser demagógico, el documental hace que uno se pregunte qué tanto se ha revertido este proceso. ¿El GAM es realmente una recuperación de la idea original de Allende de dejar un centro abierto a la comunidad, con un gran comedor popular, con una actividad artística siempre abierta a todo el público? La respuesta puede ser tan esperanzadora como dura. Depende del optimismo de cada espectador.

Esta entrevista fue realizada en el programa “Radiópolis”, de Radio Universidad de Chile, el miércoles 8 de abril de 2015.

10441079_557520821053643_9152190431462512361_n.jpg

¿Por qué surgió esta necesidad de hacer un documental sobre este emblemático edificio chileno?

– Bueno, es una historia bien larga. En un principio esto era una especie de tesis audiovisual. En primer lugar era una tesis sobre artes visuales, sobre la escena de artistas contemporáneos de los años años ’70, y que venían desarrollando una trayectoria muy interesante en su relación con el urbanismo como política, de lo que en ese momento se llamaba a la corporación de mejoramiento urbano –la CORMU–. Por citar una obra emblemática y que hoy día está hecha pedazos: el paso bajo nivel de Santa Lucia. Esa fue una obra vial pionera en Chile, pero lo interesante fue que se hizo un concurso público para que artistas trabajaran en el revestimiento de esta obra. Se hizo una convocatoria. El primer, segundo y tercer lugar lo ganaron: Eduardo Martínez Bonatti, Iván Vial y Carlos Ortúzar, respectivamente. Eso es como un precedente en lo que es el arte incorporado a la arquitectura. Y por otro lado ellos formaron una oficina: la Oficina de Arte Incorporado. Luego, tres años después, ellos convergieron en el edificio UNCTAD III, donde Eduardo Martínez Bonatti fue el coordinador de la parte artística de este edificio.

La película comenzó como una investigación y, a partir de un hallazgo de mucho  material fílmico y fotográfico del edificio, la película ya empezó a cobrar vida a partir de las imágenes; y del relato de los protagonistas de la construcción del edificio.

¿Cómo fue que decidiste, entonces, pasar de esta investigación sobre el arte de aquella época a centrarte solo en el edificio y en la historia del mismo?

– Sí. Lo que pasa es que el edificio es como un catalizador de muchos aspectos. Por un lado, es un edificio pionero como sistema constructivo. Luego, es un edificio que obedece a un proceso histórico en Chile, que es la Unidad Popular. Y, por otra parte, está la importancia del desarrollo de los artistas de los artistas en este momento. Ahora, el título, Escapes de gas, alude a una de las obras de arte de este edificio que fue diseñada por Félix Maruenda [1942-2004]. A él se le hizo el encargo de hacer una obra de arte que fuera capaz de evacuar los gases del comedor popular del edificio. Y, en ese sentido, la chimenea se podría decir que sintetiza esta idea el arte incorporado a la arquitectura, y mas aun porque es una obra funcional. Los escapes de gas servían para liberar los gases de este edificio. Y esa es una de las razones por las cuales los militares no pudieron destruir esta obra cuando se tomaron el edificio después del golpe de Estado, bautizándolo como Diego Portales.

– Hay que decir que el edificio fue construido en 1972, en pleno gobierno de la Unidad Popular, construido en 275 días. Algo que parecía imposible de realizar.

– Épico. Hay una historia con eso. Así como ubicarnos en el contexto: el gobierno de Salvador Allende hizo las gestiones con la Organizaciones de las Naciones Unidas (ONU) para que en Chile se desarrollara una conferencia internacional que es la UNCTAD III. Que significa Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo. Cuando la ONU acepta que Chile sea sede de esta conferencia era mayo de 1971 y la conferencia se inauguraba en abril de 1972. En menos de un año no solo se construyó sino que también se diseñó el edificio. Es decir, fue un edificio diseñado y construido en simultáneo, en 275 días. Es por eso la exigencia de este esfuerzo colectivo entre obreros, ingenieros, arquitectos, artistas. Incluso fue un edificio que se planificó utilizando informática, algo pionero en ese momento.

Lo interesante del edificio, y que refleja el documental, es cómo ese mismo edificio refleja todo un proceso. Primero, lo que fue la Unidad Popular, esas ansias de construir un sueño, que se reflejan justamente en el edificio, y después cómo este sueño cae en una oscuridad. Esto se refleja en cómo son desalojadas las obras, que es lo que muestra después el documental, que esas obras desaparecen. Y después cómo una cierta reconstrucción, pero a medias, como el Chile post dictadura, sería el edificio actual (Centro Gabriela Mistral o GAM). ¿Cómo lo fuiste planificando esto; se fue dando solo o fue pensado en el guión desde un principio?

– Sí. La película aborda esta como cronología del edificio desde su concepción hasta la actualidad. Lo interesante es la metamorfosis que el edificio ha vivido. Se podría decir que el edificio recoge dos épocas: antes y después del golpe de Estado. Eso está enmarcado en la historia de este edificio, y al mismo tiempo el edificio se transformó en un ícono de esas dos épocas. Es un emblema de la Unidad Popular y luego es el ícono de la Dictadura. Hay momentos notables que demuestran esto. Por ejemplo, cuando el edificio se incendió [5 de marzo de 2006] la gente aplaudió la caída de la placa. O sea, como aplaudiendo la caída del edificio del tirano. O, cuando murió Pinochet [10 de diciembre de 2006] la gente que estaba reunida en Plaza Italia fue a tirarle piedras al edificio de Salvador Allende. Una cuestión totalmente contradictoria, pero que demuestra que estaba borrada la historia del origen.

Después que se celebró la UNCTAD III este edificio empezó como Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral y ahí hubo una escena bastante importante y mucha actividad artística. Por nombrar algunos casos muy interesantes: en 1973 estuvo en Chile Elvin Jones, el baterista de John Coltrane. Para los amantes del jazz es un caso raro. Él estuvo en Chile y dio concierto en este edificio. Después, ese mismo año, un poco antes del golpe de Estado, se juntó la psicodélica –Los Blops– con Quilapayún e hicieron un concierto en el salón plenario del edificio. 

El documental evoca muchas emociones. Yo he estado en funciones donde se ha dado y la gente se emociona, proyectan sus vivencias dentro del edificio. En este sentido, ¿te ha sorprendido eso o en parte lo esperabas?

– No lo esperábamos. O sea, ya implicaba emoción la película por sí sola. O sea, la transmisión del espíritu creativo de ese momento. Pero la primera proyección pública fue en el Sanfic, el año pasado [2014], y ahí ganamos el Premio del Público a la mejor película. Ese ya fue el momento en que tomamos consciencia del valor que estaba teniendo en la audiencia porque, claro, hubo mucha emoción al salir de la proyección. Se hacían colas para votar por la película. Gracias a eso ganamos. Y después hubo otra experiencia muy buena en Iquique que eso ya fue un caso distinto porque es una película en que –pensaba yo– el protagonista es un edificio ícono santiaguino. Pero la verdad es que algo que rescata la gente es que la historia de este edificio tiene algo que ver con la historia universal. En el sentido de esa apropiación de los dictadores de los emblemas. Así como Hitler quería la torre de Paris, algo similar sucedió acá. Y por otro lado reflexiona sobre la apropiación que tenemos nosotros de los espacios públicos y cómo estos han sido clausurados estos espacios que en algún momento fueron concebidos para la gente.

El edificio es como una metáfora, finalmente, de ese proceso.

– Sí, es una gran metáfora de eso. Bueno de la transición en Chile y de el aniquilamiento de un momento. Ha habido un trabajo urbano, creativo, del punto de vista arquitectónico de la influencia del movimiento moderno en la arquitectura chilena que, de pronto, se cortó.

Una de las cosas que más me impacta de la película son las imágenes de archivo que tienen una buena cantidad de espacio a lo largo de la película: imágenes, fotografías, pero también filmaciones y algunas a color de la época. Uno está acostumbrado a ver cosas en blanco y negro. ¿De a dónde salieron esos archivos?

– Salieron de muchos lados. En algún momento de obsesión de esta búsqueda de imágenes aparecieron cosas como, por ejemplo, las fotografías de un fotógrafo alemán de apellido Hasenberg [Gerd Hasenberg Heilbrunn. 1925-]. Incluso hay archivo de él en la Biblioteca Nacional. Es finalmente gente que está registrando la Unidad Popular. Había un interés intencional por la Unidad Popular y vino gente a filmar en 35 mm. Por otra parte estaban los noticiarios del momento: Chilefilms y Emelco. Bueno, por ese momento eran acervos públicos que ahora son privados, por lo tanto tuvimos que comprar todo ese material. Y también hubo material que fue donado. Algunas personas que luego se fueron a exilio se llevaron algo de material, y lo encontramos; lo donaron. El cineasta Sebastián Moreno nos dio las imágenes de Félix Maruenda. Y claro, el material de la construcción a color es hermoso porque existía la idea de esta imagen opaca del edificio, producto del Diego Portales. Pero ahí se puede ver que el edificio UNCTAD III es un edificio que es muy bonito, muy bello. Desde el punto de vista del diseño industrial, desde el punto de vista de los colores, del ornamento que había en su interior. De pronto hay salones en el interior que se pueden ver en la película que son casi como 2001: Odisea en el espacio [Stanley Kubrick, 1968]. Eso es algo súper interesante. Y fue un edificio que fue además realizado en su totalidad por la industria chilena. El diseño es chileno, en su totalidad.

Lo interesante es ver cómo en su totalidad las obras de los distintos artistas que salen se amoldaban a esta estructura e innovaban incluso.

– Es interesante, porque el arte aquí no cumple un rol decorativo ni ornamental sino que ahí está la definición del arte incorporado a la arquitectura. Muchas de estas obras fueron funcionales, como Los Tiradores de Puerta, la misma puerta que diseñó Juan Egenau que estaba en la entrada hacia la Alameda, las lámparas –como dices tú–, la chimenea, los bebederos, etc.

¿Y por qué te centras en la figura de Félix Maruenda y su obra, que es una chimenea?

– Había un vínculo afectivo porque a Félix Maruenda lo conocí antes de que falleciera. Él hacía clases de escultura en la Universidad Finis Terrae y yo fui estudiante de arte ahí. Me tocó presenciar el montaje de su última obra, que… bueno, cuando él falleció se montó el homenaje al trabajador voluntario en La Pintana, una obra gigantesca, qué el volvió a hacer porque la original fue quemada por los militares. Por otra parte, la chimenea de Félix Maruenda es una obra…un caso muy particular en el arte chileno. Es una obra minimalista que tiene una función. Está conectada al corazón del edificio: el comedor popular. Hay que pensar que este comedor recibía a más de mil personas diariamente. Era comida muy barata. O sea, lo interesante de este espacio es que ahí confluía gente de todos los estratos socioeconómicos, de todas las comunas, porque los precios eran muy bajos y porque la comida era muy buena. Había mucha interpretación de la gastronomía chilena: porotos con cochayuyo, cosas así se servían ahí. Y además era algo pionero porque fue el primer comedor en Chile de autoservicio.

419817_150936145045448_35752111_n.jpg

Salen las imágenes en la película.

– Sí. Se puede ver a la gente comiendo. En el salón estaba El gran pez de Manzanito flotando. El pez que ahora está en el GAM.

Pero no es el original.

– No… lo hizo una oficina de diseño actual.

Un reflejo, también, de los tiempos.

– Totalmente…

A propósito de eso, el documental muestra el edificio actual, el GAM. Y quizá de manera menos explícita, pero muestra, también, ese tipo de contradicciones. Me llamó la atención cuando tú muestras la tienda de Puma. Eso choca con la historia, con el origen….

– Sí, mira, eso más bien opera en la película como una demostración del espíritu actual –si es que se podría denominar “espíritu”–. Pero es finalmente la lógica actual. El GAM es un edificio que aún no se ha terminado. Recién se hizo la primera etapa y todavía está pendiente de construirse la segunda. Esa es otra demostración de cómo opera la cultura en Chile. O sea: un edificio hecho a medias. Eso está presente en la película. Es como se desvanece finalmente esta concepción del edificio UNCTAD III, con el GAM. De todas formas es una historia que yo pienso que se está construyendo todavía. El GAM es todavía una experiencia muy buena en Chile porque es un edificio cargado de historia, como muy pocos, y habría que ver cómo se comporta y como es apropiado por la gente. Todavía hay material pendientes respecto a la restitución de las obras de arte desaparecidas y también de un juicio que –creo– públicamente hay que hacer: ¿qué pasó con esas obras de arte? Finalmente, este edificio estaba en manos de los militares y esa es una de las repuestas que se deberían dar. Miguel Lawner plantea eso en la película. Perfectamente se podría abrir una investigación a respecto. Son obras que son propiedad fiscal.

Bruno, esta es tu primera película, tu primer documental. Quería preguntar si, en medio de la vorágine del estreno, de viajes –porque vas a presentar la película en muchas ciudades– ya estás pensando en algún proyecto. ¿Vas a seguir en esta carrera de documentalista?

– Sí, sigue, pero siempre ligada al arte. Bueno, no sé si siempre pero el próximo proyecto también. También a partir de una investigación la siguiente película, que ya es un guión que actualmente estoy escribiendo, y para ser así muy breve, es la historia de una colección internacional muy importante. Fueron 168 obras de muralistas mexicanos: de Siqueiros, Orozco y Rivera, que llegaron a Chile en 1973, se montaron en el Museo de Bellas Artes, se imprimió el catálogo, prologado por Pablo Neruda. La colección estaba colgada el día lunes y el día martes 11 de septiembre llegó el golpe de Estado y la exposición se clausuró. La película es una especie de thriller, ficción-hibrido-documental, que consiste en el operativo secreto para salvar esta colección que estaba además siendo perseguida por los militares.