Entrevista con Sebastián Muñoz, director de “El príncipe”
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La película El príncipe ha tenido un muy interesante recorrido por festivales: estuvo en las sección de Work in progress del Festival de San Sebastián, en España y también en Sanfic. Ganó el premio “Queer Lion” en el Festival Internacional de Cine de Venecia, luego se presentó en Chicago, en Busan, en Atenas, en Valdivia y su estreno en salas quedó suspendido debido a la pandemia. Ahora la película está disponible en plataformas digitales y hablamos al respecto con su director Sebastián Muñoz. 

Has tenido una reconocida carrera como director de arte de películas como El bosque de Karadima, Turistas y Play -de Alicia Scherson-, La pasión de Miguel Ángel, las dos películas de Kramer, entre otras, y además habías dirigido cortometrajes de ficción en los noventas. ¿Por qué te tomaste un largo tiempo antes de dirigir un largometraje? Y ¿Por qué cuando lo hiciste, decidiste que fuera este, El príncipe?    

Si, yo llevo un poco más de 20 años trabajando en cine como director de arte y en la escuela. Imagínate que soy de la primera generación de la Escuela de cine del Arcis, que se abrió a principios de los noventas y fue de las primeras escuelas universitarias en ese tiempo, con un tremendo nivel de profesores como Ricardo Larraín que es mi maestro hasta el día de hoy.

Lo interesante de esa escuela es que la mayoría de los estudiantes ya tenían una carrera, pero estaban esperando que algún día se abriera una escuela de cine y yo -con un par de compañeros más- veníamos recién saliendo del colegio nomás. Para mí, ese primer encuentro en la escuela fue súper importante y de ahí derivé a un taller en Cuba, a la Escuela San Antonio de Los Baños donde conocí a Alicia Scherson y a Andrés Waissbluth, que -de alguna manera- dieron paso al origen de mi historia cinematográfica. Claro, dentro de la escuela tuve la oportunidad de filmar dos cortometrajes y -cuando iba para el tercero- yo creo que más que dudas sobre seguir dirigiendo, me di cuenta que estaba súper cómodo con la exploración que estaba viviendo en la dirección de arte, que en ese minuto en Chile no existía ni siquiera como especialización. 

De alguna forma siento que soy parte de esa generación que se formó desde la práctica, porque, en general, – en ese momento- los directores trabajaban con las novias que estudiaban artes y ellas eran las directoras de arte, pero entonces había una relación más amorosa que realmente desde una propuesta artística para la película. Y a mí justo me tocó estar ahí en esa explosión del cine chileno de los dos mil, porque mi primera película fue con Jorge Olguín, y después, cuando conocí a Alicia Scherson y Andrés Waissbluth hice Los debutantes y de ahí me fui por un camino muy hermoso y muy importante para mí, porque de hecho también era la base de mi cinematografía para hacer “El príncipe” y en lo que se viene para adelante en mi vida.

Dentro de ese camino quise ya no disponerme a contar para otros a nivel artístico, sino trabajar con mis ideas en una historia que yo pudiera proyectar al 100%. Siempre el amor ha sido algo que personalmente me ha movido – creo que mueve a muchas personas-, entonces por ahí empecé una historia sobre la búsqueda del amor. Tenía que ser entre dos hombres, porque yo soy homosexual y dije “tengo que hablar desde mi propia experiencia”. Las películas a mí me gustan más cuando uno ve que el director ha vivido esa historia, o hay algo que lo cruza en esa historia, porque no siempre los mundos que uno quiere contar uno los ha vivido, pero por lo general las cosas que vienen de la historia de uno, tienen una forma más rica de contarse. 

Me demoré nueve años en levantar el financiamiento de la película, pero yo tenía ganas de filmarla hace mucho tiempo. Ahí, Alicia Scherson, fue de alguna manera como mi madrina, mi mentora -porque de hecho ella fue la que me dijo “Sebastián, yo te apoyo, dale”- y con ella fuimos en esta búsqueda de encontrar una historia de amor entre dos hombres, y, de repente, apareció un amigo con esta novela que yo no conocía y que se llama “El príncipe”.

Una novela bastante desconocida dentro del canon de la literatura chilena. O sea, una novela carcelaria, homosexual y en los años setenta… 

– La historia para nosotros es aún más curiosa, porque este amigo la encontró en La Vega, en el suelo donde venden los cachureos, distintas cosas y de repente hay un par de libros, y bueno, ahí estaba este libro. Entonces mi amigo ve la portada y le llama la atención. Luego nos juntamos en un almuerzo y me dice “mira encontré este libro”, me lee un par de páginas y yo me enganché de inmediato con la narrativa, con lo directo y concreto que es el relato, con lo impactante que es desde la primera página. Se lo pedí prestado, lo leí y viví al personaje como si yo fuera el príncipe y fue algo muy potente, porque por lo general los libros a mí no siempre me llegan con tanta imagen y este libro desde la primera página me llenó de imágenes, de energía y también me hizo sentir que no cualquier persona contaría una historia así. Hay un trabajo de adaptación, hay cosas de la novela que no están en la película y cosas que también nosotros propusimos, con Luis Barrales que es el guionista de la película. 

El libro me mostró un mundo marginal que a mí me llamaba mucho la atención. Me conmovió el viaje de este joven, Jaime, que de alguna manera -para mí- representa a muchas personas que todavía tienen miedo de encontrarse, de aceptarse o definir de alguna manera su sexualidad. La novela cruza el deseo en todos sus personajes y fueron pequeñas cosas que me fueron envolviendo. Además, vi en el libro una posibilidad de proponer un discurso político social, que a uno como realizador le interesa porque va más allá de uno, es poner un tema en el mundo y aquí había algo muy interesante: el tema de los hombres encerrados. 

Finalmente, la película habla de lo afectos, habla de la relación de este joven y quienes le rodean allí, en esta celda donde está el choro más importante de esta cárcel rural. Estos hombres encerrados a mí me hicieron mucho sentido porque los pude ver en la sociedad de hoy. Porque estos hombres más allá de tener una sexualidad definida, se juntan o tienen este amor negro como se le llama en la cárcel – cuando cae la noche y nadie los puede ver-, entregan sus emociones y sus afectos más allá del género, porque no tengo un otro con quien compartir y finalmente con el que tengo al lado es con quien puedo por lo menos probar abrir mi corazón. Y eso es lo que ocurre en la película y eso es lo que a mí me interesó desde un principio.

La película también presenta una interesante lectura sobre la masculinidad y sus mandatos: los varones tienen que cumplir con una definición de “ser hombres” y en la cárcel, siendo un lugar tan hostil, uno de los mandatos es que tienes que estar constantemente probando tu poder. Ahí tenemos al “Potro” -el personaje de Alfredo Castro- y también al personaje de Gastón Pauls, con el que siempre están compitiendo por el poder, pero a quienes también cruza esta necesidad de intimidad, de ternura al interior de este espacio…

De hecho, esa también fue una de las primeras opciones para contar esta historia porque la novela está muy cargada de este poder más territorial, que es un poco lo que ocurría en esa época porque quizás ahora están más las drogas y las armas, hay otro tema con el poder dentro de las cárceles. Pero en ese tiempo, el poder era más definido en el espacio y también los cuerpos, o sea, cuántos hombres me siguen y cuántos son mis aliados. Entonces era una cosa como de tierra y cuerpo, algo muy básico y también muy humano. Y también, dentro de eso, yo no quería contar esta “oscuridad carcelaria” sino que hablar desde la cotidianidad de la cárcel: los tipos se levantan, se duchan, se lavan los dientes, toman desayuno, almuerzan. Tomé el camino de la cotidianidad para humanizar a los personajes y esperando que el espectador -con toda esta información- entendiera que este joven dentro de la cárcel, que puede ser el peor lugar del mundo, se termina construyendo como ser humano. 

Construir ese relato era super importante y uno de los desafíos más grandes. Y yo sentía que si ponía a Jaime en una cotidianidad iba a ser mucho más sencillo llegar al tema de los afectos y a una mirada para el espectador de una realidad que no solamente estuviera cargada de violencia, sino que también cargada de humanidad. 

La película tuvo mucha presencia en festivales y tuvieron la posibilidad de verla junto a diferentes audiencias, pero ahora se estrena en plataformas digitales ¿Cómo se están sintiendo eso?

– Es super extraño, de verdad. Porque igual uno hace la película pensando en el cine y esta película está hecha para eso, o sea para mí cada plano es un cuadro, una obra de arte, pero finalmente lo más importante es el contacto humano, sentir lo que el otro está viviendo ahí. Así que, en vez de remar hacia el otro lado prefiero decir “bueno, esto también significa pruebas nuevas” porque con esta película hemos superado demasiadas pruebas durante todo este tiempo – como te contaba, fueron casi nueve años para poder realizarla- y siento que esto más que una prueba difícil, es la nueva forma que quizás vamos a tener durante mucho tiempo, así que arriesguémonos y veamos qué pasa.