Conversamos con el académico, investigador y programador sobre la historia del Festival de Cine de Valdivia, su mirada editorial y sus perspectivas sobre el presente y el futuro.
Antes de involucrarte como parte del equipo de Valdivia ¿Cuál era tu impresión del festival?
– Bueno, yo trabajaba en la gloriosa Universidad Arcis, en el Centro de Extensión de la Escuela de Cine. Claro, el “Centro de Extensión” era yo no más. En un momento dado habíamos dos personas; mi gran amigo Marcelo Rojas -que luego se dedica a la producción cinematográfica y por ende, abandona la Universidad- y quedo yo a cargo de extensión, lo que implicaba que yo era quien mandaba los cortos a festivales internacionales y nacionales.
Yo nunca había tenido dinero para viajar a Valdivia, pero para todos los que estábamos en Arcis -yo también había estudiado ahí- y los estudiantes que estaban en curso, Valdivia era “el lugar”. Entonces se hacían muchas colectas para poder ir, se hacían fiestas, completadas, bingos, había una gran ilusión en participar y también una gran desilusión cuando los cortos no quedaban. Era más bien un anhelo de formación cinéfila. Paradójicamente, yo solamente fui una vez como espectador -el año 2006- el mítico año en que fue Panahi. Ahí me digo: “tengo que venir todos los años” y lo espectacular fue que empecé a venir todos los años -y ahora vivo en Valdivia- pero porque empecé a trabajar en el festival. Fue bonita esa posibilidad de pasar de un anhelo de participar como público, a justamente poder ver películas todo el día y luego ya comenzar a trabajar en el certamen.
Entraste como programador en el 2007 ¿Qué crees que, ya a esas alturas, había instalado Valdivia para transformarse en este espacio en el que queríamos estar?
– Yo justo me integro a Valdivia, cuando en Valdivia se produce una “crisis”. Una crisis, de cierta manera, adelantada por la prensa de esos momentos en que había una gran crítica respecto a que Valdivia no tenía un perfil. O sea ¿reunía el cine nacional? Si, por supuesto que lo juntaba. ¿Se pasaba bien? Si, pero como que se pasaba mejor fuera de sala y el gran rasgo de Valdivia era su variedad pero en esa variedad no había una apuesta programática, y esa es la razón por la cual Bruno Bettati -que era el director- le pide a José Luis Torres Leiva que arme un equipo de programación, ese es el génesis del arribo mío, de Udo Jacobsen y de Gonzalo Maza, para establecer este perfil de un cine mucho más contemporáneo. Esa apuesta implicaba que diseñáramos un programa pero que tenía una contraparte Valdiviana a la cual nosotros no teníamos acceso. Había un doble equipo de programación. Entonces ese 2007 fue un año bien particular porque nosotros radicalizamos todo el programa, nos fuimos a la parte mucha más “cruda, radical, experimental” por decirlo así, asumiendo que la contraparte que había hecho el festival hasta el 2006 iba a mantener la línea tradicional, pero esa contraparte también comenzó a programar un cine similar, entonces, yo creo que quedó muy gris, muy fome de hecho. Entonces ya que esta apuesta mixta no funcionaba, Bruno decidió la existencia de un solo equipo de programación comandado por Guillermo Olivares, que es, hasta hoy, el jefe de programación.
Y ahí pudimos comenzar a mezclar y tener desde el cine más experimental hasta Plaga zombi en un solo certamen. Eso fue lo más entretenido de ir creciendo y generar un público.
Por ejemplo, el mítico estreno de esta película que hace Ossang en el norte con Pancho Reyes -en el Valdivia del noventa y algo, ya no me acuerdo- y lo que decía Ossang es que a la película la habían pifiado, mientras que actualmente las películas que damos de él son vitoreadas en Valdivia. Entonces, claramente, hay un cambio en el público, pero por otra parte hay un público más tradicional que seguía el certamen, que también quedó afuera porque fue una suerte de terapia de shock, es decir, se pasó de un festival de corte “ultra tradicional narrativo” a dar películas que nadie entendía, con toda la caricatura que se genera por supuesto del cine experimental. Y ahí se produce un quiebre que nosotros hemos intentado revertir en los últimos años, generando una programación anual que devuelva esa condición valdiviana al certamen.
Quizá lo que se logra a partir del 2007, es una internacionalización y un mapeo a nivel de circuito internacional pero pierde raigambre local, entonces la misión es mantener ese posicionamiento, pero a su vez, volver a que el público valdiviano asista. De hecho, gran parte del crecimiento exponencial en audiencias el último tiempo también tiene que ver con que mucho valdiviano volvió, y eso nos tiene muy contentos.
Vamos a ese momento del mapeo, de instalarse bajo esa llamada de cine más contemporáneo ¿cuáles eran los referentes en ese momento?
– Ese proceso, del 2007 al 2011, fue bien bonito porque era super precario, en el sentido de que “Vimeo” no existía, todas las películas te mandaban DVD. Entonces tú pedías un DVD mandando un correo y te lo mandaban por correo, literalmente. Recuerdo cuando Veiroj nos mandó La vida útil -que termina ganando el premio a mejor director en Valdivia- yo tenía un particular interés en ver esa película que no se había estrenado aún, excepto en San Sebastián de ese año, y el DVD llegó roto, entonces ni siquiera la podíamos ver y queríamos cerrar la programación, pero no la podíamos cerrar sin poder verla, así que hicimos una cucha para que la pudiera mandar por Fedex, para que llegara y la vimos, nos alucinó la película.
Fue un trabajo de varios años poder ganarnos la confianza de autorxs y distribuidorxs, para llegar a que, finalmente, ninguna de las películas que nosotros pedimos nos dice que no. Fue un esfuerzo constante en el que tuvimos suerte. Para mí el hecho clave es cuando vemos Aquel querido mes de agosto, una película de Miguel Gomes que se estrena en el festival de Cannes con críticas divididas. Miguel venía de hacer La cara que mereces que era la película donde él debuta y pensaba que iba a ser felicitado por todo el mundo pero le va pésimo, y con Aquel querido mes de agosto tampoco genera sensación, pero nosotros la vemos con Jose Luis en los DVDs que llegan y la encontramos impresionante. Todos los días molestábamos a Memo Olivares para que le mandara correos y para que aceptaran mostrarla en Valdivia. Yo creo que Miguel y Luis Urbano -el productor en ese tiempo- por descarte nos dijeron que sí y por los correos que mandaba Memo, que primero eran formales pero después eran de un nivel de emotividad tremenda para conseguir la película, hasta que nos dicen que sí y Aquel querido mes de agosto termina ganando dos premios en Valdivia que son los dos primeros premios que gana la película en el mundo y luego gana más de 60.
De cierta manera con Jose Luis diseñamos un camino que tenía que ver en oficializar lo “paralelo”. Si bien hay festivales en todas partes del mundo, nosotros teníamos cierto cariño por La Quincena antigua, por Locarno y por Marsella. Lo que comenzamos a hacer fue programar películas más pequeñitas que a nosotros nos gustaban y que por extrañas razones no estaban en las competencias oficiales de los principales festivales. Esa fue la característica que hasta el día de hoy mantenemos y que otros certámenes nos han ido replicando en Latinoamérica: una suerte de justicia poética. También incluimos otras películas, las menos, que pudiendo tener mayor valor de producción también considerábamos que merecían su lugar. No era “la novedad por la novedad” ni “la fragilidad por la fragilidad” esa fue la apuesta. Entonces, si se comienzan a revisar las películas de estreno oficial de Valdivia desde el 2008 en adelante se transforma en un espacio en donde se comienzan a premiar películas del año en curso, que –en general- todavía no tienen premios internacionales. Entre sus estrenos en Valdivia y sus estrenos posteriores, comienzan un camino mucho más potente. Lo que nos indicaba que íbamos por buen camino en esa apuesta de oficializar lo “paralelo”.
¿Cuáles fueron las estrategias para lograr aquello?
– Yo creo que fue el instalarnos como un festival super cinéfilo en cuanto a la responsabilidad con las películas. De partida, nosotros como programadores no viajamos, a no ser que nos inviten como jurados a algunos festivales. De hecho eliminamos el presupuesto de “viajes y viáticos” para poder comprar más películas, subtitular más películas y para mejorar ciertos honorarios de otra parte del equipo. Sentíamos que las películas igual las íbamos a terminar viendo.
Creo que en un punto quedamos como el “Festival ñoño”, por así decirlo, como super cinéfilo, que no programaba por ciertas tendencias de moda. Creo que esa rigurosidad empezó a generar un espacio, lamentablemente, de alta selectividad en el sentido que dábamos muy pocas películas, lo que también es frustrante, pero al menos dejaba con la sensación de que finalmente lo que quedaba era por razones cinematográficas. Y de hecho pasaba que películas que tenían todos los merecimientos y un cartel de sobra para estar, terminaban quedando afuera en base a películas más pequeñitas sin ningún tipo de padrinazgos que las desplazaban de la selección oficial. Creo que eso nos fue generando respeto y también, cuando comenzamos a variar el programa. Efectivamente, en un principio era la “resistencia por la resistencia”, yo creo que ahí nos equivocamos bastante en los primeros años; en que cualquier película que de cierta manera derivase en un modelo narrativo de conflicto central a lo industrial, las dejábamos fuera del festival. Pero cuando comenzamos a incluir películas de género, cuando hacemos “VHS Erótico”, cuando inauguramos “Nocturama”, que fue cuando me hago cargo de la dirección porque Bruno se va a trabajar al gobierno. Como director uno puede “ponerle otra impronta”, pero en realidad esa impronta ya estaba desde el mandato de Bruno, entonces la diferencia de cuando llegué yo fue decir: “bueno, hagámoslo más divertido”.
¿Cómo hicieron para recuperar las cercanías con la audiencia local?
– Yo creo que tiene que ver cuando empezamos a fortalecer la muestra paralela y eso también, tiene que ver con recursos. Cuando el gobierno Regional y la Municipalidad comienzan a apostar más fuerte por el festival a nivel de presupuesto, podemos poner energías más allá de la selección oficial. Siempre teníamos la intención de hacer un festival variado, pero no nos alcanzaba a nivel de dinero para subtítulos, fees y demases. Entonces finalmente lográbamos poner las que nos alcanzaban y ese era el centro del festival, y ese centro era justamente el cine de riesgo. Cuando tenemos mayor holgura, ahí ya empezamos con Sion Sono, “Nocturama”. Train to Busan la vimos acá y era como el sueño cumplido porque yo creo que nosotros logramos instalar una idea de cine, pero también, de cierta manera contribuimos a que esa idea se transformara en un canon, entonces, de repente ya era chiste el “hagamos una película arriba de un tren, con un plano de Santiago a Chillán y vamos a quedar en Valdivia”.
Pero el punto era que hay un momento en que Jose Luis Torres Leiva sale del equipo, porque empieza a sentir que él como cineasta no puede estar programando películas, como director de cine le empieza a conflictuar eso y nosotros le damos la salida, y entran Gonzalo de Pedro, Jhon Campos Gomez y la Isa Orellana, que también tienen una línea desde ese sentido menos narrativo clásico, o sea, la misma que tenía yo y eso me libera a mí para buscar otras películas. Para buscar películas que tiendan a cierta comedia, un poco más libres, que no se amarren al canon experimental y yo creo que ahí el festival ganó mucho. Tiene que ver con la conciencia del público, o sea, de la conciencia de ser también espectador y un espectador lo que necesita es un festival variado.
Me gusta esa idea de ser consciente de que estás instalando una idea de hacer cine, pensando que probablemente Valdivia es el festival más visto por estudiantes de cine. ¿Cómo ustedes manejan esa conciencia tanto en términos de competencia como en que ustedes también están formando a los futuros cineastas?.
– En ese sentido, una lógica que mantenemos hasta el día de hoy es no valorar a las películas por su valor de producción. Si tu ves la selección oficial, son películas que en general un estudiante podría hacer. Ese es justamente, a veces, el choque que tienen las películas; películas redonditas con todo muy bien armado y de repente ven que no quedaron en la sección oficial y donde si está una película que se grabó en un parque en dos días. Yo creo que ese es el valor de la selección oficial, rescatar lo más vulnerable y que también es un valor político -no panfletario pero político, al fin y al cabo-, y la marca para abrirse a otras experiencias en la competencia Chilena, también, para abrirse a otras experiencias más variadas.
Pero es un aprendizaje bien bonito porque nosotros también entendemos que hay más festivales, entonces no es que si la película queda fuera de Valdivia se acaba el circuito, de hecho, lo que más están haciendo los festivales en este momento es tomar ciertas películas que no han quedado y decir “ojo, esta película era valorable” y nosotros también, por supuesto, nos hemos equivocado pero con la felicidad de habernos equivocado en películas que fueron valoradas inmediatamente por otros lugares.
¿Cuáles sientes tú que han sido los mayores hitos del festival de Valdivia?
– Antes de mí, pienso que el gran hito del festival es el reconocimiento temprano de los que iban a ser “los grandes valores del cine chileno”, haber tenido “los clásicos del futuro”. Porque claro, Valdivia antes daba más películas y tenía muchas competencias, entonces ahora es mucho más difícil el tema de decir “bueno, quién va a ser el Lelio de los próximos 10 años” en base a un corto, y como nosotros ponemos cortos mucho más “vulnerables” por decirle de alguna manera, puede que en esa vulnerabilidad esos cineastas ni siquiera sigan haciendo películas, pero de ahí nosotros entendemos que puede ser un “espaldarazo”. Creo que de los grandes hitos entre el 93 y el 94, hasta el 2006, tiene que ver con el instalar tempranamente en las muestras a los cineastas jóvenes desconocidos.
Después de esa etapa, para mí el primer gran hito internacional es justamente -por lo que logra para Valdivia mundialmente- el triunfo de Miguel Gomes el 2008. A nivel nacional yo creo que el gran hito, por lo menos para mi, es si mal no recuerdo el 2011 cuando en competencia internacional son seleccionadas dos películas, de dos duplas de estudiantes universitarios; Naomi Campbel de Camila josé Donoso con Nicolás Videla, y la película de Diego Ayala y Aníbal Jofré Volantín cortao, porque fueron dos estrenos mundiales de películas en que sus cineastas ni siquiera estaban en el radar por cortometrajes, sin embargo Aníbal Jofré ya había estado en competencia largometraje Chileno con una película que habían hecho en Chaitén, muy precario pero donde ya se instalaba una mirada de dirección que nosotros valoramos y dijimos “wow, esto tiene que ir”.
En 2010 cuando ganó Apichatpong Weerasethakul la Palma de Oro con El tío Boonmee que recuerda sus vidas pasadas, fue la primera vez que en Chile la Palma de oro se dio el mismo año. Luego comenzamos con todas estas películas de grandes maestros, que ya no eran del año anterior y que terminaban su recorrido en Chile, sino que directamente a meses de haber sido estrenadas se daban inmediatamente en Valdivia. Eso desde nuestra mirada editorial porque en realidad, nunca hemos sido muy fanáticos de Cannes. Creo que ahí, se comienza a armar la posibilidad de que el festival efectivamente elija y que elija con pinzas, que elija sin ningún tipo de presiones. Esa libertad programática se agradece mucho, es bien única, y se termina notando en el programa. Yo creo que eso ha granjeado un prestigio y cierta envidia sana en Latinoamérica, porque lamentablemente muchos festivales están sujetos al vaivén político u otras restricciones y no tienen esa libertad absoluta. Aunque también hace que finalmente todo sea nuestra responsabilidad, es decir, no tenemos a quien echarle la culpa.
¿Tienes alguna meta para tu dirección del festival? – La meta inicial era más bien generar esta “vuelta” o “regreso” del Valdiviano, porque sentíamos que en realidad a nivel de programación ya teníamos un lugar, por ende era más bien continuar esa senda, pero la lógica era la recuperación del espacio de Valdivia y transformarlo en un festival anual, dando películas todo el año en la Región de los Ríos. Probablemente esta nueva meta tenga que ver con las conclusiones que saquemos post pandemia, porque el naipe se re-baraja y en ese re-rebarajar hay que ver cómo vamos a utilizar las nuevas tecnologías. Porque ya las ocupamos en la transmisión de las masterclass, ya las ocupamos en la transmisión de los shows musicales, pero claramente hay ciertas posibilidades que se abren y que podríamos tomar, sin abandonar la idea de presencialidad. Entonces ahí si hay un punto a revisar, porque en realidad el desafío interno, con la programación sumamente estable y con el programa anual sumamente estable, siempre ha sido hacia un presupuesto estable. Ese es el gran desafío y esa es la gran ambición, que no es poco, pero creo que a esa ambición de “la estabilidad financiera para seguir haciendo más cosas” se suma justamente lo tecnológico y las nuevas herramientas de ahora.