Navidad tiene una historia larga y bastante ligada con Francia. Entiendo que tú postulaste al concurso de guión “Jean Renoir” que hace la embajada de ese país y que luego fuiste a la residencia que hace el Festival de Cannes, que no es en el certamen propiamente tal, pero sí en París para continuar trabajando sobre el guión.
-Exacto. Sí, bueno, después que La Sagrada Familia se estrenó en Francia conocimos mucha gente que llegamos a querer y de alguna manera esos vínculos se desarrollaron para Navidad. Yo obtuve una beca que se llama la residencia y que es un apoyo a directores jóvenes del mundo para el desarrollo de su segundo largometraje.
¿Y esa beca es en base a tu trabajo anterior y al guión de este nuevo?
-Claro, es en base al interés de la primera película y el interés potencial del proyecto nuevo. Entonces ahí estuve escribiendo el guión durante casi seis meses y en permanente contacto con Gonzalo Maza que es el coguionista de la película. También es una coproducción con Francia, hay recursos franceses en ella, y se estrena allá a fines de octubre con 20 copias.
Tu trabajo anterior y también Navidad recrean espacios de mucha espontaneidad. Uno ve la película y parece que esas situaciones sólo estuvieran ocurriendo en ese momento, pero asumo que hay mucha planificación y trabajo detrás. ¿Cómo encuentras tú eso? …este sistema de producción que parece muy pequeño pero no lo es.
-No, no lo es, de hecho son muchas las aristas del asunto. Yo he venido trabajando con una cierta lógica de un tiempo a esta parte y tiene que ver con intentar generar los dispositivos para poder filmar aquello que no se puede escribir y para lograr eso, hay que escribir mucho y eso es lo paradójico. Para lograr espacios en el rodaje de improvisación hay que trabajar súper harto antes en planificación, ganas por un lado y pagas por el otro. Pero básicamente, para no “latear” con el tema de cómo funciona, todo esto tiene que ver con las ganas de lograr generar en la pantalla la sensación de estar viendo a personas de carne y hueso y no a personajes. Además, hacer todo un plan para que durante el rodaje, de alguna u otra forma, todo gire en torno al actor, que esté liberado del yugo de la técnica, lo que en el cine a veces es muy pesado: Que párate acá, que acá está la marca, que no te muevas que vas a salir de foco, y al final quedan unas películas como de cartón piedra. Entonces La Sagrada Familia fue mucho más radical en términos de renuncia a cualquier tipo de ortografía por decirlo así, es una película súper antiacadémica.
En ese caso la cámara está al servicio de los personajes, tú estás persiguiendo a esta familia que se desmiembra durante este fin de semana…
-Exacto, y acá la pregunta que nos hacíamos era: ¿Podremos lograr la misma sensación de estar viendo en la pantalla a personas y no personajes, pero con una sofisticación visual mayor?, y por ahí iba el desafío de la película: la misma sensación estar metidos en esa casa con esos adolescentes, como si la cámara fuera uno más de ellos, en una intimidad súper alta, pero con una calidad y una construcción visual que estuviera mucho más arriba que la primera película.
Da la impresión de que tanto con La Sagrada Familia como con Navidad tú como director le estás exigiendo al espectador que de alguna manera entre y que entre sin preguntar mucho, porque recién a la mitad de la película le vas a entregar información para que pueda participar. Es un riesgo, ¿no?
-Es que bueno, yo no lo veo como exigirle al espectador algo, es como ofrecer algo, un juego. Y yo creo que, si bien no es preciso lo que voy a decir, Navidad es una película que se podría definir como de “misterio adolescente”, yo así la entiendo. Yo no considero al espectador menos inteligente que yo, para nada, me cargan las películas condescendientes, que te explican todo y donde no hay espacio para el misterio ni para la participación. Porque yo creo que una de las cosas más bellas del cine es que la película no es más que una proyección de luces y sombras, es el espectador el que la llena de sí mismo y todas las estructuras y operaciones narrativas que permiten que el espectador complete con su propia interioridad y memoria la película hacen que empiece a circular algo entre él y la pantalla que a mí me interesa que se produzca.
De alguna manera este tipo de películas requiere un espectador más activo, lo que requiere también tiempo, y aquí nos acercamos a una de las complicaciones que ha tenido tu película y muchas otras del cine nacional de parte del mercado de distribución: la lógica de “si no le va bien el primer fin de semana, saldrá de cartelera”. ¿Qué pasa ahí contigo, en términos de todo el trabajo que hay detrás de una película y la dificultad para llegar hasta el público chileno?
-O sea, para mí que se vea en Chile es lo primero. Es extraño. Uno hace la primera película como ciego, lleno de esperanza y da todo lo mismo. Y la segunda es un poco más consciente, igual de complicado, pero claro está esta ley del mercado que si la película el primer fin de semana no hace un número más que digno simplemente se va.
Claro, además en tu caso tú te encontraste con SANFIC el primer fin de semana. Entonces se calcula que mucha gente que fuimos al festival ese fin de semana no fuimos a ver Navidad porque queríamos aprovechar de ver otras cosas.
-Es posible… y ahí uno empieza a pensar que quizás planificamos mal. Pero igual yo creo que lo de SANFIC no es el meollo del problema. Es un contexto y puede ser atendible pero creo que el rollo aquí es poner a competir un peso pluma con un peso pesado. No puedes pretender que una película como Navidad que es pequeña y que no tiene plata para estar en las calles con paletas publicitarias compita con películas como La era del hielo 3 o Transformers de igual a igual, no hace sentido, hay algo que está medio extraviado ahí.
En el contexto de SANFIC hubo una mesa de cine chileno donde tú junto a otros tres realizadores estuvieron hablando del estado del cine nacional y de esta efervescencia que tenemos hoy día. Al respecto, uno podría decir que hay un interés potente de parte del Estado -a través del Consejo de la Cultura- en apoyar el inicio del desarrollo de proyectos, pero pareciera ser que falta dar el siguiente paso. Porque se están haciendo mejores películas, pero no están llegando a la gente en el contexto que debería ser. Es decir, es una injusticia pedirle al espectador que corra ese fin de semana…
-No, no le puedes pedir eso. Yo creo que en el fondo es lo que se dijo ese día en esa mesa, que es lo de la cuota de pantalla, que me parece muy sensato. Ofrecerle a la gente que tenga la posibilidad de elegir, no imponerles ir a ver cine chileno, sino que, por ley, que los exhibidores tengan que tener un cierto porcentaje de cine nacional en pantalla durante todo el año. Que sea la gente la que decida si quiere o no quiere ver, pero que también las películas puedan tener la posibilidad de encontrar su público y además, una cosa muy importante y más a largo plazo, de ir formando una audiencia, de ir creando un romance entre directores y público, que es lo que hay que hacer.
Parece que hace falta dar el espacio para que la gente pueda encontrarse con el cine chileno…
-Y además que yo creo que lo que ha hecho la Concertación en todo este tiempo en que ha fortificado los fondos públicos, el apoyo y todo, ha sido muy importante para la producción y para que esté pasando lo que ocurre ahora que hay un montón de películas en distintas escalas de producción, más o menos pequeñas, pero mucha energía en torno al cine, mucha gente queriendo hacer películas, mucha gente pensando el cine, crítica, escuelas de cine, directores nuevos, productores jóvenes. Está todo el terreno arado para que esto que está pasando ahora, desde afuera se ve que desde Chile están saliendo películas interesantes, pero si no se da un paso adelante para consolidarlo van a aparecer directores que van a hacer una película exitosa y luego van a desaparecer y vamos a perder lo más importante en la buena salud de la cinematografía en un país que es la continuidad.
Si bien para ti como realizador es importante ir a estrenar afuera, y estrenar con 20 copias en Francia y es un logro, me imagino que al contar esta historia algo quieres decir particularmente al público chileno, que nos vamos a ver en esta película. ¿Cuál es tu necesidad como autor, como alguien que está pensando en una propuesta específica para el público? Es el mismo romance que viene de vuelta.
-No sé… Al hacer la película por supuesto que pienso en Chile, el espectador chileno. De hecho toda la forma de filmar que yo tengo trata de plasmar muchas cosas de cómo somos: del habla chilena, de cómo funciona nuestra cabeza, un montón de temas que abordados con más o menos impacto tienen que ver con la contingencia, lo que está pasando acá. En Navidad hay un cruce gigante con toda la herencia de los ’70… Es decir, estamos acá, yo no estoy pensando en hacer películas neutras para que las amen en Cannes o en películas de fórmula para ganar prestigio artístico. Es la película que me salió, puede ser más o menos contemplativa que la otra, no lo sé, pero, si bien viene de cerca la recomendación, está hecha muy sinceramente. Entonces dan muchas ganas de que encuentre su público y que la gente pueda acceder a esa “entrega”.
Hay un tema con la paternidad en el cine nacional y en tu película los tres personajes tienen un rollo gigantesco con sus papás.
-Sí, es muy interesante eso. Yo creo que los países que han tenido dictaduras, en su cinematografía el conflicto mítico de matar al padre o hacerse cargo de la figura y la influencia del padre es una temática recurrente.
Y ahí está, en Navidad. ¿Y qué pasa ahora Sebastián?
-Bueno ahora viene toda la vuelta por festivales de la película, porque Cannes fue el principio, ahí partió. Ahora vienen varios, hay muchas invitaciones para varios países para la película y por lo pronto el estreno en Francia y pensar en la próxima película.