Entrevista a Marcia Tambutti, directora de «Allende mi abuelo Allende»: Romper el silencio
Películas relacionadas (1)
Personas relacionadas (1)

La imagen de Salvador Allende es, quizás, la imagen con lecturas más discordes de la historia de Chile: emblema de alegría, esperanza y lucha para unos; símbolo de odio, caos y división para otros. Opuestos y múltiples, esos caminos conducen insalvablemente al dolor de un país fracturado, al mutismo de una sociedad que optó por acallar la memoria para superar el trauma. Marcia Tambutti (1971), nieta del ex presidente socialista, quiso apartar esas interpretaciones de Allende para crear, por sus propios medios, una imagen familiar del abuelo que no recuerda, del hombre que, en su mente, era un retrato pétreo y en blanco y negro de un héroe demasiado grande como para bajar del pedestal.

Allende mi abuelo Allende (2015), coescrito con Paola Castillo y exhibido en la Quincena de los Realizadores de Cannes, es el resultado de esa búsqueda, que comenzó hace más de diez años, en los días en que Tambutti estudiaba un posgrado en Londres y consagraba su vida a la Biología. Desde entonces hasta ahora, su vida cambió de forma radical: hoy su nombre aparece en esta sección paralela de Cannes junto al de cineastas consagrados como Arnaud Desplechin, Miguel Gomes y Philippe Garrel; y su agenda de entrevistas estará tan saturada durante el festival, que apenas podrá hablar una decena de minutos con cada periodista.

Tambutti —nacida en Chile, pero criada en México— tenía una breve experiencia previa en el cine tras producir el mediometraje Tencha (2008), de Carmen Luz Parot, un trabajo sobre su abuela Hortensia Bussi. Por esos años, ya tenía la inquietud de hacer un documental sobre su abuelo, razón por la que empezó a estudiar cine. “Desde que decidí hacer la película tomé cursos pequeños de guión y de dirección de cine documental en México, en Chile; también en internet a través de una escuela española. Tenía que trabajar de bióloga y hacer la película, así que no podían ser tiempos muy largosˮ, cuenta la directora en la Playa de la Quincena, donde ha pasado el día dando entrevistas.

El filme es el viaje personal de Tambutti para redescubrir la figura de su abuelo, un tema sobre el que su familia impuso un silencio lapidario durante décadas. Las preguntas serán su única arma, incluso si, a veces, éstas no lograrán intimidar ni a su abuela Tencha ni a su madre Isabel. Callar ha sido la única forma de sobrevivencia de una familia desgarrada por un pasado traumático y por una ola de suicidios que comenzaron con el del patriarca del clan, en 1973. Vemos en pantalla también a su tía Carmen Paz, a sus hermanos y a sus primos, con los que intenta romper todos los tabús: la personalidad de Allende, su trato con su esposa, sus amoríos secretos y su relación con sus hijas y nietos.

tambutti2.jpg

“Siempre pensé que mi abuelo era una excusa para voltear a ver a mi familia. A veces pienso que es un documental sobre mi abuela, a veces pienso que es más sobre la relación con mi madre. Lo que encontraba bonito era esta confrontación cariñosa entre mujeres, y es muy fuerte que, contrario al género, en mi familia son las mujeres las que menos quieren hablar. Tiene muchas lecturas, pero claro, desde el principio sabía que la búsqueda de mi abuelo me llevaría a sus mujeres y, entre ellas, a mi abuelaˮ, explicó Tambutti luego la proyección del filme, donde también reveló que una de sus influencias cinematográficas fueron los trabajos del cineasta mexicano Juan Carlos Rulfo, quien en El Abuelo Cheno y otras historias (1995) y Del olvido al no me acuerdo (1999) explora su historia familiar.

Poco a poco, Tambutti va descubriendo una cantidad de material inédito impresionante, desde fotografías íntimas de su abuelo, hasta un video en el que se ve a un joven y alegre Salvador Allende en pantalones cortos y actuando en una obra de teatro casera de tono humorístico. Se trata de un registro perteneciente a la familia de Hernán Santa Cruz, amigo de toda la vida de Allende, material que fue encontrado por el equipo de la película 1973 revoluciones por minuto, de Fernando Valenzuela Quinteros, y que fue cedido a Tambutti tras no ser incluido en el filme.

allende_h_15.jpg

—¿Por qué decidiste dirigir y no codirigir?

—Al inicio quería codirigir. Pero cuando me encontré con Paola Castillo, que es directora y que sólo produce documentales de autor, me dijo: “El punto de vista acá es tan profundo, que cualquier otra persona va a alejar al espectador del relato. Hagamos la prueba, inténtalo. Dirige tú y aquí vamos a estar detrás tuyo apoyándoteˮ.

—¿No te dio miedo explorar un lenguaje (el cinematográfico) que no conocías?

—Más que miedo, me dio vértigo dejar la vida que llevaba en México, porque me iba muy bien. Era muy ingenua al principio y no dimensioné lo que me propuse como desafío. Casi por ignorancia, pensaba que iba a hacer la película en dos años y volvería a mi vida anterior. Pero lleva tiempo conseguir el financiamiento y el equipo correcto, algo que fue muy difícil. Al final, me rodeé de gente muy profesional y solidaria, gente que estuvo acompañándome todo el tiempo.

—El gran reto de la película es lidiar con el silencio de tu familia. ¿Cómo lo enfrentaste? ¿Nunca temiste no lograr romper esa coraza?

—Al principio, los silencios de mi abuela —sí bien yo sabía que quería retratarlos— me ponían muy nerviosa. Eran momentos muy fuertes. Le hacía una pregunta y no  contestaba, y como estaba delante de una cámara, no sabía qué hacer. A veces yo quebraba los silencios, pero me costó aprender a fluir con ellos. Fue muy difícil, en el sentido de que es una dinámica familiar que, si bien quieres registrar, igual te genera pudor, porque eres parte de ella. Hubo mucho trabajo en equipo para ir aprendiendo de mis errores, para mantenernos fieles a ser transparentes y a superar los pudores.

—El silencio que hay en tu familia es también el silencio que hay en Chile en torno a Allende. Hace muy poco el cine se atrevió a hablar de él, en películas como Salvador Allende, de Patricio Guzmán o Allende en su laberinto, de Miguel Littin.

—Creo que es algo que ocurre siempre en los países que han pasado por dictaduras tan traumáticas. Es un poco lo que le ocurre a mi familia: Lo que nos duele, no lo hablamos. En el caso de Chile, es lo que nos divide. La gente no se atreve a hablar en el colegio de Salvador Allende, porque los alumnos se van a pelear. También creo que, tras una dictadura tan represiva, queda una especie de miedo en alguna parte de la cabeza que genera tensiones muy potentes. Llegué a Chile al inicio de la democracia y sentí la universidad como un foco muy violento, en cuanto al trato entre compañeros. Sentía que en México todo era más paz y amor. Esos son temas que no están resueltos, y tiene que ver mucho con cómo el país se plantea hablar de la justicia y la memoria. Hablar es un proceso sanador que como país debemos hacer.

CB-0098.jpg

—También está tu propio silencio en cuanto al suicidio de tu hermano Gonzalo, que no mencionas al hablar sobre los suicidios en tu familia.

—Es que la película tiene otro viaje, que no es explorar los suicidios de mi familia, sino explorar por qué no hablamos de Salvador Allende entre nosotros, y esos son distintos tipos de dolores. Cuando uno hace una película, tiene que partir de una narración clara. Pero lo digo en el documental: ésa es una ventana que abrió mi abuelo. Era una manera de incluirlo manteniendo una historia coherente.

—¿Por qué decides omitir el contexto político? ¿Por qué no explicas quién es tu madre Isabel o tu hermana Maya (Fernández)? Para una audiencia extranjera, no queda claro el peso político de la familia Allende en Chile.

—Lo digo al mencionar que parte de la huella de mi abuelo está en el hecho de que casi todas las mujeres a su alrededor, en todas las generaciones, toman un estandarte político. De alguna manera lo hago, de forma sutil, porque me parecía interesante explorarlo, pero habían tantas otras cosas por explorar.

—La imagen de tu abuelo es una imagen que se asocia al dolor y a la tristeza. ¿Cómo enfrentaste eso en el documental?

—Quise transmitir la sensación de felicidad y de construcción común de futuro, por ejemplo, con el audio de uno de sus discursos que puse al inicio, o con esas imágenes espectaculares de campaña, en las que ves a mucha gente feliz. Muchos se acercan a mi mamá a decirle: “fue de los mejores períodos de mi vidaˮ. Aún así, su figura está asociada también a cierto dolor. Por eso, para mí, fue muy nuevo ver esa felicidad en la gente, y por eso quise que estuviera presente en el documental, para que así, el que no conoció el proceso ni de oídas, pudiera sentir que fue algo real y muy potente.