Entrevista a Maite Alberdi, directora de “La Once”
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En un pequeño gran fenómeno se ha convertido este documental de Maite Alberdi. Pequeño, porque su temática se mueve en espacios reducidos, y tiene un punto de partida (unas señoras de clase alta conversando) que podría causar un rechazo inmediato. Pero es grande en revertir los prejuicios y entregar a la sinceridad de un registro abundante (5 años de grabación se condensaron)  la responsabilidad de desentrañar una maraña de temáticas, sensaciones y emociones que el espectador poca resistencia puede oponer. Y, finalmente, es un pequeño gran fenómeno, porque ha hecho ruido en la acogida de la crítica y en la de una alta asistencia, algo poco habitual para un documental en salas.

La once, en este sentido, es un filme que busca ser transversal. Si bien muestra a un grupo de señoras conservadoras en todo el sentido de la palabra (se presenta así como un reflejo de clase y, a la vez, generacional), también abre paso a otros temas que van desde la aceptación de la muerte, hasta de cómo se aborda una amistad sólida. De ahí brotan múltiples emociones, sentidos y reflexiones, con el propósito final de no resultar categóricos, ni taxativos.

Como resultado, el documental sin buscar ser claramente sociológico, ni político, ni existencial, de alguna forma se da maña para también serlo. Todo es producto de un estilo cinematográfico que ya habíamos visto en el anterior trabajo de Maite Alberdi, El Salvavidas. El registro y el montaje de ambas se paran sobre un límite complicado, donde cualquier desequilibrio pondría a la película al borde del precipicio ético y moral. Pero ese mismo límite, correctamente trabajado, con rigurosidad y paciencia instala momentos sorprendentes, es el que hace que ambas películas no se agoten nunca. Esta ambigüedad trae el riesgo de ser muy alabadas o fuertemente atacadas, pero es el costo de construir obras que son cartas abiertas, más que ladrillazos. Aunque esto también traiga otro riesgo: el de que quedar muy por la superficie de lo retratado, reforzando lo anecdótico y pasajero. Entre esas dos categorizaciones es justamente donde se debaten las críticas sobre ambas películas.

Aquí su directora, en una entrevista realizada en el programa Radiópolis de Radio Universidad de Chile, da mayores pistas de cómo realizó este documental y de los alcances que obtuvo finalmente.

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¿En qué momento visualizaste, en esta rutina, una película?

– Me di cuenta que tenía la película –grabamos cinco años– como en la mitad. Ahí yo dije: ok, realmente voy a poder armar una película. Yo creo que al principio fue un piquero. En general, yo me aseguro harto antes de grabar, pero en este caso como que sentía que tenía que grabar, que era urgente, que tenía que empezar rápido. Pero al principio no tenía la certeza para nada de que podía tener una película. Yo creo que tenía la necesidad de decir: bueno, estas mujeres son únicas, están viviendo los últimos años como amigas. Como que me llamaba la atención el grupo de amigas, que era muy radical, porque, si bien eran todas compañeras de colegio y habían tenido la misma formación, tenían personalidades muy distintas. Entonces, yo las veía pelearse, decirse todo en la cara y después seguir ahí sentadas como si nada. Entonces, me llamó la atención esa relación amistosa que me pareció bastante decidora en cuanto a los amigos como familia. Se suele decir mucho que sí, uno elije a los amigos, pero hasta cierto punto no más. Como que los amigos de la vida te quedaron y uno es súper distinto a los amigos. Y sí, los eligió, pero son lo que son, también. Entonces, me interesó grabar eso, pero la certeza de que había un relato ahí la tuve después de mucho tiempo de estar ahí con ellas grabando.

¿Así de estricto era el rodaje? ¿Ellas se juntaban todos los meses, no?

– Sí, todos los meses, menos en febrero.

¿Y tú ibas todos los meses también?

– Sí. A no ser que estuviera en festivales. Pero, en general, sí, y además ellas se acomodaban bastante a mi agenda, lo cual era una transa grande. Sí, siempre.

¿Y su disposición siempre fue buena? Hay que decir que una de las señoras que vemos es tu abuela. ¿Ella fue tu llave para entrar al grupo?

– No, yo creo que todas. Yo creo que para el documental lo más difícil es la relación con los personajes, convencer a personas de meterles una cámara en su vida, en sus casas. Para mí, como directora, es algo dificultoso y creo que en este caso fue muy fácil porque era mi abuela y sus amigas. Tuve un acceso privilegiado que creo no voy a tener con otros personajes para estar tanto tiempo en ese lugar.  O sea, si no hubiesen sido cercanas no sé si hubiese podido estar cinco años ahí. No creo que uno no pueda lograr los mismos resultados con otro tipo de personajes, pero creo que, como directora, eso me costó poco trabajo. Accedieron rápidamente. Están felices. Nunca me cuestionaron nada. Durante el proceso no preguntaban, se dejaban llevar, estaban muy entregadas y confiadas. Por lo tanto ahí tenia un trabajo fácil como directora que creo no lo he tenido en otros trabajos.

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¿Sentiste eso justamente, de que ellas se olvidaban de la cámara mientras se juntaban a tomar once, y a conversar todo lo que vemos en la película, o costó eso?

– Se olvidaron muy rápido de la presencia de la cámara y yo siempre trato de lograr la invisibilidad del equipo en el lugar y que uno como espectador se sienta que está sentado tomando once con ellas, como testigo de esas conversaciones, como uno más. Y fue fácil para ellas olvidarse de la cámara. Lo que más les costó –dicen– era el sonido porque el sonidista estaba desesperado, porque como estaban medias sordas y además eran mujeres hablaban todas al mismo tiempo, se secreteaban y no podíamos rescatar ningún diálogo los primeros rodajes. Entonces, el sonidista les tuvo que enseñar a escucharse les dijo: vamos a hacer un ejercicio que no han hecho nunca, van a decir ‘ahora va a hablar la no sé cuanto…’ y todas tenían que escucharla. Era una dinámica muy extraña para ellas y creo que eso les cambió un montón. Pero, después, ahora, dicen que están muy agradecidas porque gracias a la película se escucharon. Y, en términos de cámara, se olvidaron rápido de su presencia. Respecto a la invisibilidad, ayer un señor del público en una función, me decía: bueno, ¿pero tú pones un telón, cómo para que la cámara sea invisible, se esconden? Y yo decía: no, o sea, la cámara esta ahí, es gigante, estamos todos ahí, con las luces, metidos en la mesa, como que les armamos un estudio de televisión, pero ellas hacen como que si estuviéramos y nosotros nunca hablamos con ellas y ellas nunca hablan con nosotros pase lo que pase. O sea, la típica que yo contaba el otro día: era obvio que se le olvidaba el nombre de un cantante, “¿quién cantó esta canción, quién, quién?”. Y todos le queríamos decir: sí, el Puma Rodríguez, obvio. Pero uno se la guardaba porque no estábamos ahí. Entonces, uno está en esos casos donde uno quiere dialogar y quiere conversar, pero no existimos y ellas no nos pueden preguntar nada y nosotros no podemos responder nada por mucho que lo  necesiten para cualquier situación. Y creo que quizás lo que les costó fue soltar las intimidades más profundas. Como al tercer año empezaron a hablar de lo mal que lo pasaban en su matrimonio, cosas, que, obviamente, hablaban entre ellas cuando no estaba la cámara, pero que se guardaron harto al principio, antes de entrar en confianza. Nosotros nos volvimos parte de ese grupo, y cuando fuimos totalmente parte, ellas soltaron sus vidas.

¿Cómo explicas tú los buenos resultados que tiene la película? No sólo de parte de la crítica, sino también la gente que la va a ver, donde muchos se emocionan, siendo que no tiene una premisa muy atractiva: una película sobre unas señoras tomando té. ¿Por qué crees que consigue eso la película?

– Sí, ha sido increíble porque yo también cuando empecé con el proyecto, cuando lo escribía y lo tenía que ir a defender a los fondos internacionales y acá, todo el mundo decía: a quien le va a interesar unas viejas sentadas tomando té. Y yo en realidad tuve que buscarle el sentido a estas relaciones y tratar de volverlas universales y me obsesioné tanto con esa crítica que yo creo que fue mi desafío de director. Decir:  tengo que llegar al público y tengo que llegar a todos con este grupo. Y creo que funciona. O sea, es una comedia al final, una comedia dramática, la gente lo pasa muy bien en las salas. Creo que tiene vocación masiva dentro de ser un trabajo bastante experimental y radical para mí como directora. Es una película de primeros planos, de observación en un solo lugar. Uno podría decir, bueno, es una película que el público rechazaría, pero no, ¿por qué no? Porque toca temas universales y que han sido transversales a todas las edades y en todos los países donde la muestro, como el amor. La gente se siente identificada con las relaciones que ahí hablan. También está la amistad. Como que es raro tener películas sólo de amigos. Como que las películas es con amigos pero en tensión sexual, o no sé. Nunca de amigos y solo eso. Es raro y eso la hace original. La vejez, la muerte, son otros temas. Y creo que la comedia está principalmente en ver a estos personajes viejos conversando sobre cosas que uno no se imaginaría que conversan, como sexualidad en la vejez, donde son retrógradas pero ya a nivel extremo. O como tratan de estar al día y entender las nuevas tendencias, cuando se preguntan ¿qué es el perreo? O sea, unas viejas explicándoles a otras qué es el perreo es muy gracioso, lo quieren entender de verdad, pero las supera la situación. Entonces, eso la vuelve una comedia, y son personajes universales. Todos salen del cine y me dicen: oye, vi a mi mamá, vi a mi abuela, vi a mi tía. Entonces se ha vuelto una película de fácil acceso, con risas y llantos. Creo que uno también pasa por todas las emociones y la gente realmente sale tocada del cine.

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Mencionaste, muchos temas de los cuales trata la película, de los cuales ellas hablan también, ¿Pero, para ti, cuál es el tema principal de la película: es la vejez, es la amistad?

– Yo creo que esa es la gracia de esta película, que uno no la puede encasillar en un tema principal, y eso la vuelve versátil porque está llena de sutilezas y de temas que uno agarra. Yo creo que transversal a la película es la amistad. Es como la relación de amistad de estas mujeres y las dinámicas que se dan entre amigas que se conocen muy bien. Como que ese es el setting o el escenario en el que se desarrollan las otras temáticas. Y, claro, por supuesto que la vejez es un tema importante porque en la película la idea es mostrar una nueva manera de vivir la vejez con personajes que están muy activos, que lo pasan bien hasta el último día que se están muriendo. Y se mueren de un día para otro, el grupo se está achicando, pero aprovechando al máximo su vejez. Entonces, es al final una demostración de una vida bien vivida. Y creo que si bien la muerte también es un tema en la película, no está visto desde una forma trágica sino también desde una nostalgia por el pasado. Pero como que, claro, una señora se muere a los ochenta y tantos no podemos decir que es una tragedia, tenemos que decir que es parte de la vida. Sobre todo a ellas las veo como amigas muy agradecidas de poder estar así de bien y sin pensar la vejez como una etapa tortuosa. Yo creo que finalmente es una apertura que ofrece la película. Esos son los temas centrales, si tuviese que elegir. Pero ellas cruzan como por mil temáticas, lo cual la vuelve entretenida siendo que es una situación reducida  -como decíamos antes- de señoras hablando a la hora del té.

Es interesante porque también refleja en algunos momentos aspectos claros de la clase a la que pertenecen. Son acomodadas, pero, a la vez refleja ciertas características sociales chilenas, como la discriminación social, de raza. Y de ahí se van sobre poniendo otras capas que hacen que no queden del todo mal.

– Exacto. O sea, uno no podía obviar la clase. Acá uno ve una foto de ellas y sabe de qué clase son. Pero cuando yo llevaba la película a otros países como que no se distinguía realmente. Entonces, había que construirlas también desde ese punto de vista, y ¿cómo que está construido ese universo? Desde las empleadas, desde cómo se refieren a sus nanas, cómo discriminan en general, lo clasistas que son y lo conservadoras que son. Y era un eje importante, pero yo no las estaba eligiendo por eso y no era una crítica en absoluto, sino que era un estado de la situación que a mi también me parecía un retrato social de Chile y de una época y de una clase. O sea, a mi me llama mucho la atención que ellas hablan todo el tiempo de cómo las criaron para ser buenas dueñas de casa. Y se jactan mucho de lo bueno dueñas de casa que son, pero también tu te das cuenta que le están haciendo todo y todos esos pasteles que están ahí tampoco lo hicieron ellas. Entonces, es como tan chileno eso, tan evidente de esa clase, que también creo que se está extinguiendo y como que quizá las nuevas generaciones no funcionan así en lo absoluto. Y también la película para mí es una apertura a una clase que uno censuraría como espectador, de la cual uno está lleno de prejuicios. Se dice abiertamente: no estoy ni ahí con ir a ver estas viejas fachas al cine. Para mí era terrible porque yo estaba en la mitad del rodaje, yo las escuchaba y era atroz, porque yo no comparto ninguna de sus opiniones ni políticas ni sociales. Entonces, me pregunté ¿dónde está mi punto de vista en esta película si me opongo a todo lo que ellas representan de alguna manera? Pero, también me di cuenta que yo las quería y entendía por qué pensaban como pensaban y el peso de esta formación radical, católica que se dio en Chile hace 80 años atrás, donde realmente les enseñaron sólo a ser buenas dueñas de casa y a casarse. O sea, no tenían opción. Salieron del colegio y no podían votar. Entonces, ahora tiene que estar en la mesa discutiendo sobre matrimonio homosexual o matrimonio igualitario. Entonces: ¡¿Qué quieres que piensen?! Realmente no hay opción en estas mentes conservadoras. Entonces, creo que la película se presenta como un entendimiento hacia un sector al que uno –o yo por lo menos– censuraría de antemano y creo que es novedosa en esos términos.

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Hay que decir que tu anteriormente hiciste un documental muy premiado y comentado, El salvavidas, que era sobre un salvavidas de la playa El Tabo, y todo lo que pasaba alrededor de eso. Yo pensaba que tu estilo, se puede decir, que se mueve por esos límites, en  límites más o menos difusos entre lo bueno y lo malo. Nada es muy categórico. Quizá el mismo registro tan abundante que logras va haciendo emerger esa ambigüedad ¿es tan así para ti?

– Sí, porque yo creo que la vida no es categórica. Y los buenos personajes del cine, o los buenos personajes, no son ni totalmente buenos ni totalmente malos, y me cuesta hacer juicios de valor radicales sobre los personajes. Como no los tengo con ellas, tampoco lo tengo con el salvavidas,  que era un personaje también extremo, porque era un salvavidas que creía que el mejor salvavidas era el que nunca se metía al agua, que le tenía miedo al agua, que previene en vez de curar; y que decide al final de la película no va a salvar a alguien porque violaron la norma. O sea, no le hicieron caso, se arriesgaron y por eso se murieron. Entonces, dice: okey, es heavy pero él estaba haciendo su pega. Entonces, como que digo: sí, la embarró, pero también creo que tiene razón. Yo lo vi trabajar. Entonces, no tengo un juicio moral ante eso. Y tenía un antagonista que era el mejor en el agua y no hacía la pega en el día. Entonces, para mí el mejor salvavidas es una mezcla de estos dos personajes. No podía construir a uno de los dos como héroes y esa ambigüedad y ese territorio es el que me interesa, donde no pongo categorizaciones sobre el bien y el mal. Lo mismo con estas señoras, son lo que son, y no pretendo cambiarlas y no pretendo censurarlas y no pretendo criticarlas, las cuido también. Y traté de no poner las conversaciones radicales de política donde uno claramente las odiaría como espectador, sino que estoy tratando de conectar a la audiencia con un grupo con el que no se conectaría. Por lo tanto, también tuve que ser bastante cuidadosa.

Después de tanto tiempo registrando sus onces y en una película que dura 70 minutos, yo me pregunté: ¿cuánto nos perdimos, qué cosas quedaron afuera? Me imagino que es mucho, mucho el material que quedó afuera. Y sobre lo que dices de la política, es algo que no hace falta decirlo, es evidente su posición.

– Yo decidí dejar fuera la política por dos razones: una, por lo que decía antes, por que sentía que debía cuidarlas y habían comentarios que las volvía totalmente insoportables, pese a que hay atisbos y es clarísimo cual es la tendencia, todo el tiempo, y qué piensan, pese a que algunas piensen distinto. Y lo que me encantó de ver la política en grupos donde la gente piense distinto es que sentí que se radicalizaban por oposición. Por ejemplo, mi abuela fue muy DC, pero las otras eran tan, tan de extrema derecha, que mi abuela parecía de izquierda combativa, porque con tal de llevarles la contra se ponía ultra liberal. Entonces, no, en la realidad no era nada de eso. Pero me pareció interesante observar eso en estas amigas, pero lo saqué, por lo mismo, porque creo que las hacía muy insoportables. Y, al mismo tiempo, para el público internacional era muy compleja la película si uno tenia los antecedentes históricos específicos para entender eso y en realidad funcionaba para un público chileno y no para otro. Y, la razón más importante: es que ellas si hay un tema que no tocan es la política. Dicen que las amigas no tienen que hablar de política porque para qué se van a pelear y, en realidad, me he dado cuenta que yo también empecé a aplicar eso con mis amigos que piensan muy distinto a mí, y uno como que los quiere y no quiere escuchar lo que piensan porque sabemos lo que piensan. Entonces, para qué se van a exponer a eso.

Y, en términos de cantidad de material y la cantidad de cosas que hablaban, sí, la política claramente quedó afuera, pero el resto de las cosas están, te diría que casi todas las que hablaron estos años. Porque, también, como con los buenos amigos de la vida uno se cuenta las mismas anécdotas todas las veces que se juntan. Entonces, cuando revisaba el material, me decía: esto lo he escuchado cuarenta y cinco veces y lo estoy escuchando de nuevo, exactamente igual. Y ellas dicen que lo más importante de la amistad es escuchar treinta veces la misma historia sin nunca decir a la otra: ya me lo contaste. Como riéndote como si fuera la primera vez que lo escuchas. Entonces, en realidad, eran bastante monotemáticas y bastante repetitivas, tarde tras tarde, algo que no se ve en la película. Entonces, esto nos permitió armar las escenas con muchos años y muchas situaciones porque siempre estaban diciendo lo mismo, exactamente igual.

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Para cerrar te quería pregunta algo sobre la forma del documental. Porque si bien tu estás registrando una once, una cosa comunitaria, el documental casi nunca las muestra en conjunto, casi siempre son primeros planos de ellas que van sucediendo, como individualizando a cada una. ¿Por qué elegiste esa forma de registro?

– Por razones técnicas y de punto de vista. Uno: porque yo quería que el espectador realmente se sentara en la mesa y fuera uno más, y sentía que para que generar esa intimidad había que estar mirando de cerca. Y dos: porque había en ese sentido una dinámica femenina amistosa que no solo se comunicaba desde el diálogo, sino que se comunicaba desde la expresión facial. O sea, hay un personaje en la película, la Jimena, que cuando está enojada nunca lo dice. Pero uno se da cuenta por cómo la miró, que miró para abajo, que la está imitando con el murmullo. Entonces, hay una sutileza de la relación que se da en la cara, que si no tienes el primer plano la pierdes. Habían muchas cosas de esa dinámica femenina de “me miró, no me miró, qué cara me puso”, que se construía totalmente en el primer plano y que si tuviera que hacerlo en un grupo de hombres probablemente no usaría primeros planos. Porque están en acción relacionándose, están haciendo cosas: están haciendo el asado, que vamos a hacer el partido de fútbol, etc. Acá es: hablamos y me miraste, no me miraste, dijiste, no me dijiste, y las reacciones me hablaban mucho más de las cosas que lo que se estaba diciendo. Por ejemplo, hay una que tiene Alzheimer y las amigas se dan cuenta en la once que se le están olvidando las cosas y para mí es mucho más decidor de la intensidad de esa amistad ver la cara de la amiga dándose cuenta que la otra se olvidó de algo, que es como: qué tremendo, se olvidó, no se acuerda. Entonces, eso me ayudó a construir las relaciones.

Y, por otra parte, en términos técnicos, tenía tantos años de material, en distintas locaciones, con distintas estaciones, por lo tanto con distintas luces, que la única manera de pegar un material con otro y que no se notara era cerrarme para no develar el cambio de luz en el espacio y el cambio de lugar. Así podía montar el primer mes del año uno con el último mes del año cinco.