Entrevista a David Vera Meiggs
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La idea fuerza detrás de este curso es que la cultura se crea a partir de historias…

-Puros cuentos. La historia es un puro cuento, el que queremos contar, lo que queremos recordar de algo que pudo haber ocurrido de otra manera. Entonces, es esa necesidad de justificarnos en cuentos la que hace las instituciones, los ejércitos, las tradiciones, la identidad. Prácticamente nuestra construcción de mundo está basado en cuentos, por eso es un tema fascinante e interesante. No hay sino unas cuantas situaciones generales sobre las cuales hemos construido todo nuestro imaginario, nuestros recuerdos y todo lo que aspiramos a ser. No podemos ir hacia adelante si no tenemos un mito que nos respalde, no podemos creer en el futuro de la patria si Arturo Prat no muere gloriosamente diciendo frases para el mármol. Chile no se conquista sino  tiene esa característica de tener por un lado la montaña y por otro el océano que indican que hacia el sur está la entrada que nos va a permitir regresar al paraíso. Son todas ideas fundacionales.

Y que están muy vivas además…

-Sí, porque se basan más en emociones que en razones. Entonces, el cine no es sino una nueva estrategia para contar las mismas viejas historias que desde cinco mil o siete mil nos estamos repitiendo, porque las historias se repiten, se repiten y se repiten, no es que hayamos inventado historias nuevas. Avatar no es una historia nueva, sino muy clásica, Pocahontas está detrás, Shrek está detrás…

La historia del invasor que termina siendo invadido emotivamente…

-Claro, El cautiverio feliz que hemos tenido también en Chile, la conquista de América es la misma idea subyacente. Son relatos que tienen que ver con situaciones que tienden a reiterarse una y otra vez en la evolución humana.

Ahora, ¿se reiteran porque el ser humano tiende a eso o porque están ya inscritos en nuestro adn cultural que hace que los busquemos y sea esa la manera en que nos relacionamos?

-Son las dos cosas. Salimos a buscar aquello que necesitamos y necesitamos aquél “algo” que podemos imaginar y lo podemos imaginar porque existe una imagen previa que nos permite tenerlo como referente.

Y en ese sentido el cine se ha ocupado durante todo el siglo XX y lo que va del XXI también de estar actualizando esos mismos mitos.

-Exactamente. Entonces detrás de, qué se yo, Kill Bill, hay mitos griegos aunque Tarantino no lo sepa, porque esta es otra cosa muy interesante: volvemos a pasar por el mismo lugar sin saberlo, sin ser conscientes o sin buscarlo. Hay quienes lo buscan y tienen, por lo tanto, una construcción mucho más sólida y van más directamente a esa misma zona, pero hay quien cree que alimentándose de relatos populares, el “pulp fiction” como decía el mismo Tarantino, se escapa de los mitos griegos, pero no, están en el epicentro, en la Plaza Italia por la que pasamos todos los días.

Estas ideas son parte de las conversaciones que son temas del taller “Historia de los mitos filmados”. Cuando uno mira este temario y las películas que propones para el curso se ve muy diverso. Por un lado tenemos algunos clásicos como Tabú o La novicia rebelde pero también nos encontramos con Matrix y Wall-E, cosa que en general los académicos de cine no mezclan. ¿Por qué tú lo estás haciendo?

-Porque de lo que se trata es de escarbar hacia abajo hasta encontrar el cofre con las monedas de oro sobre el cual estamos parados. En los orígenes se encuentran todas las raíces de los árboles mezclados, desde el árbol noble que tiene dos mil años hasta el arbusto recién salido. Hacia el centro, las raíces de todo tienden a juntarse y existe un solo gran núcleo que tiene que ver con las condiciones humanas ineludibles, aquellas por las cuales no podemos evitar pasar sin llegar a ser, y es as ahí donde está el núcleo de los relatos. Entonces claro, pizza con caviar, todo mezclado.

Yo creo que ahí también hay algo de tu parte-como realizador, como crítico, como académico-de reconocer que las buenas películas son buenas películas, independiente de su origen, de alguna manera.

-Las buenas películas son aquellas que nos instalan imágenes en nuestra cabeza que no salen a la primera distracción que ocurre. Eso es por algo y ese algo tiene que ver con que esa imagen está alimentando sus últimas raíces de un material permanente-noble, antiguo, arcano- que son los mitos. No podemos, vuelvo a insistir, eludir ciertas situaciones de la condición humana, que son propiamente humanas: el por qué le tenemos miedo a la muerte, el dolor, el deseo… El deseo que tiene que manifestarse, pero que para ser controlado, para que no se nos disgregue la sociedad, necesitamos imponerle una ley. Entre la ley y el deseo están construidos absolutamente todos los relatos, eso para los cuentos es fundamental.

Este curso no está sólo enfocado a los cinéfilos…

-El año pasado cuando dictamos el curso, la cantidad de psicólogos que había en la sala significó un agregado muy interesante porque, claro, participaban esto y empezaban a hacer análisis desde la ciencia que eran sumamente estimulantes y enriquecían tremendamente los ejemplos que se proyectaban en pantalla, algunos de películas clásicas y otros de algunas más modernas. Recordábamos las escenas porque existían en ellas materiales latentes, psíquicos, de tremenda importancia y que en conjunto era mucho más entretenido descubrir.

Entonces la estrategia, si te entiendo, es utilizar las películas para reflexionar acerca del devenir del ser humano.

-Claro y por eso que las películas existen y por eso las grandes imágenes que el cine nos ha entregado nos producen eco interior, tienen resonancias emocionales muy potentes. Esto pasa porque la imagen existe mucho antes que la palabra, la imagen acompaña al ser humano desde que se descolgó del árbol, empezó a andar en dos pies y a mirar al cielo. La palabra es un invento reciente, lo que ha tenido es formular a través de una convención más racional una sensación o una emoción que viene acompañando al hombre desde mucho antes,  pero eso, vuelvo reiterarlo, habrá ocurrido hace ocho mil años. El hombre que pintó las cavernas de Altamira no sabía hablar como lo entendemos nosotros, hacía sonidos, le daba un mazazo en la cabeza a su ayudante para que le trajera los pinceles, qué se yo, pero estaba invadido de imágenes.

¿De alguna manera crees que vamos al cine buscando esa experiencia primaria?

-Completamente porque el cine recompone algo fundamental en nuestra manera de comunicarnos que es lo gestual, la corporalidad, el movimiento. No es raro que éste, que es la base del cine, venga de una misma raíz latina, motiones, como las emociones. Nosotros nos movemos por algo, que nos llama a otro algo que es siempre emocional antes que racional.

Si uno lo piensa, tal como dices en tus clases, las películas que uno se lleva a la casa, que nos emocionan, son esas que nos dijeron algo de nosotros. Y toda esta selección para este curso de “Historia de mitos filmados” tiene que ver con eso, con películas que nos dicen cosas sobre nosotros mismos o cómo nos relacionamos.

-Una vez un niño que se había metido en una clase dijo algo así como que el cine servía para abrir una ventana para mirar el mundo de los otros, pero que una vez que uno cerraba la ventana se daba cuenta de que los vidrios eran espejos. Ahí está concentrada la cosa.

La gente puede ser parte de esta reflexión porque me imagino que tú haces una introducción, presentas las películas, pero la gracia es lo que pasa en la sala.

-Claro, lo que la gente se lleva para la casa descubriendo muchas cosas que antes les habían tocado pero que no sabían que tenían que ver con las fibras más intimas de su propio ser.

En ese sentido David, ¿quién sería tu público ideal?

-La gente inquieta por conocerse, más que saber de la historia del cine que puede ser también interesante. Más que aquellos que quieran hacer el análisis sesudo sobre de dónde vienen los relatos, es la gente que vuelve a casa, se va a mirar al espejo, y descubre que tenían una belleza que había estado maquillada, porque han conocido una zona del propio ser. En definitiva, si el cine no sirve para eso, francamente no sirve para nada. Toda la inversión económica y en horas de vida que uno hace a lo largo de la existencia por ir a escuchar cuentos o por ir a verlos, a través del teatro, del ballet, de las lecturas que hacemos, toda esa cantidad de energía está indicándonos de dónde alimentamos aquello que los cristianos llamamos el alma. No sólo los cristianos, todo pensamiento trascendente tiene alma, algo que va más allá de la materialidad en la cual estamos inscritos genéticamente.

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