Lanzado en el pasado Festival de Cine de Valdivia, el libro “Un cine centrífugo” (Editorial Cuarto Propio) establece una nueva mirada para ver un grupo de películas chilenas ralizadas entre 2005 y 2010. Su autora, Carolina Urrutia, es Licenciada en Estética de la Universidad Católica y actualmente es directora de la revista digital laFuga.cl, donde en algunos artículos ya había lanzado ciertas líneas de lo que hoy es esta publicación, una que surge de una investigación para su tesis en el Magister en Teoría del arte de la Universidad de Chile.
Son 14 las películas (que van desde Play hasta Mitómana) que conforman el corpus de análisis, todas enmarcados en distintos ejes conceptuales que guían el abordaje de estas cintas. La periferia, la memoria, la ciudad, son algunos conceptos que se asoman. Detrás de todo, está el concepto de lo “centrífugo”, tomado de los escritos del crítico francés André Bazin. También hay otras ideas, como la de “imagen-tiempo” de Gilles Deleuze, con la que el filósofo definió el cine moderno.
Dentro del libro, Urrutia escribe: “El cine chileno centrífugo es aquel que se aleja del centro (…) Alejarse de ese centro implica promover narraciones donde, en muchas ocasiones, no hay conflicto central (el conflicto ya no constituye el núcleo de la narración); hay, por el contrario, acontecimientos débiles, relaciones azarosas, situaciones dispersivas, tránsitos y vagabundeos”.
Es una discusión que recién se está fraguando, según tu mirada, ¿se puede hablar de un patrón del cine chileno desde el 2005 hasta hoy?
– Creo que hablar de un patrón es complejo, porque el cine chileno actualmente es bastante diverso. Comparar películas como El futuro, con Gloria, con Mitómana o La mujer metralleta… son películas muy distintas. Muy divididas, formalmente, en términos de argumento, en la historia que están contando. Si me parece que hay ciertas búsquedas de parte de los directores que son más evidentes y que tienen que ver de partida con esa idea de simetría. Se contacta una reflexión no sólo sobre el cine, sino también sobre los referentes que creo que es interesante. Que uno pueda hacer caminitos a partir de películas, donde se pueden ver las influencias de los directores, eso me gusta, porque habla de una generación que le gusta mucho el cine y que se alimenta en eso. En el libro, lo que yo hago, es establecer algunas características de lo centrífugo y después me centro sobre todo en la relación entre personaje y espacio. Entonces, cómo es la relación con la ciudad, o con la periferia en el caso de Sepúlveda–Adriazola, Eliash, Camilo Becerra. O en el acento en el territorio o el paisaje en las películas de Torres Leiva, de Christopher Murray. Desde ahí establezco lecturas, pero no busco definir un patrón que explique el cine chileno hoy porque no es posible hacerlo.
Desde esta perspectiva, no estarías muy en la línea del libro de Carlos Saavedra, que habla de películas que son reflejo de un no interés en el contexto, en lo político.
– No, para nada. Yo creo que el cine chileno, no sé si en todas, pero en las películas en las que yo analizo, y en las que estoy mirando, desliza ciertas críticas sobre la contingencia del Chile contemporáneo. Está presente el movimiento estudiantil, la desigualdad terrible que existe. Por ejemplo, en Lucía de Nilles Atalah, es evidente el pasado político que ahí se toca. Todas las películas yo creo que la toca. Todas tienen. Ilusiones ópticas tiene una crítica de las diferencias de clase. Tenemos las películas de Alejandro Fernández. Las mismas películas de la Alicia Scherson que quizás uno ve ahí más intimidad, más espacio personal de los personajes, pero está constantemente hablando de lo otro también. No es un cine político en absoluto, pero tampoco sé qué es el cine político chileno tampoco. El cine del Manifiesto del cine de la Unidad Popular puede tener algunos ejemplos. Un cine más didáctico, que educa al espectador. No sé si existe. Yo creo que el cine actual tiene un compromiso con el país, pero no un compromiso de educar al espectador.
No existiría esa idea de que el cine puede cambiar la realidad
– Claro, no creo que exista ya ese idealismo.
Constantemente se habla también que este nuevo cine es interesanta formalmente, pero que estas formas se dirijen a un público más formado, más cinéfilo. Que aleja al público poco entendido. ¿Qué crees de esto?
Yo creo que no podemos seguir en ese camino en que las producciones más autorales y que se rigen efectivamente con otros lenguajes, o más esteticistas o más contemplativas, compartan el mismo público que el del cine comercial. Creo que es ir a pérdida, porque tú estás acá en los festivales de cine, como en Valdivia, y una película como Naomi Campbel está con la sala llena, hay mucho interés. Yo siento que debería haber otro espacio para este cine más autoral y más reflexivo, porque claramente la gente que va a ver Iron Man 2 se aburre con estas películas. Pero no creo que sea problema de los directores, creo que debería haber una tercera vía para el cine. Más salas chicas, por ejemplo, porque efectivamente uno acá en Valdivia ve las salas llenas, la gente viaja a ver estas películas, existe ese interés.
Con todo lo dicho, la conclusión es que el cine chileno no tendría un sello, algo identificable identitariamente.
En términos de lenguaje, evidentemente sí. Por ejemplo, lo que hace Sepúlveda–Adriazola yo creo que no lo he visto en otro lado. Creo que es un mecanismo súper de ellos, esa radicalidad que tienen en el lenguaje. Las otras películas efectivamente comparten un código con otras referencias. Lo chileno yo creo que está en esa manera en que cada película piensa su contexto social. Ahí podemos ver los problemas específicos de ser chileno en el 2013, con algunos elementos evidentes. Pero decir que el cine chileno es esto y se distingue por esto, es súper difícil.
Cuáles, según tu visión, caracteriza de todas maneras a los realizadores y las temáticas en las que se sumergen.
La diversidad, el tema de que los directores de hoy estudiaron cine, eso hace que haya una conciencia muy fuerte sobre el lenguaje. El tema del cambio generacional también. Yo la distinción la hago con el cine de los 90, ese cine de la transición que dura hasta mediados de los 2000. Películas como Mala leche, Los debutantes, que eran películas con temáticas súper sociales y donde el espectador tenía que empatizar con las víctimas del sistema. Pero después los directores no tuvieran la necesidad de mostrar eso. Ahí estoy de acuerdo con Carlos Saavedra, el cine se volvió efectivamente más intimista y hubo un cambio de lo social a lo personal. Uno ve Caluga o menta o similares, y tiene una estética super publicitaria, con travelings o cenitales. Eran más discursivas. Yo creo que eso puede ser una distinción. Incluso las películas de Sepúlveda–Adriazola no son discursivas. No están mostrando la pobreza y la marginalidad desde el origen del problema, no desde lo victimizador.
¿Podrías profundizar un poco a qué te refieres con un “cine centrífugo”?
Lo centrífugo partió por dos referentes. Por un lado es Bazin que dice que la pintura es centrípeta y el cine es centrífugo. Me sirvió mucho eso y me lo apropié para definir un cine donde lo que ocurría en el plano es tan importante como lo que ocurre alrededor de él. Justamente para referirme al fuera de campo, de esta sugerencia de problemas más macro. Y lo que hice fue definir varias características de qué es lo centrífugo, como el alejarse del conflicto central, por ejemplo. Ahí cabe mencionar a Ruiz y su poética, la Teoría del conflicto central. Lo centrífugo, alejarse del centro, tiene que ver con alejarse de los cánones comerciales hollywoodenses. Entonces hice algo que busca tratar de definir esto y luego hacer una lectura a partir de estos conceptos, pero no es una lectura totalizadora. Hay varios elementos, como que es un cine que no tiene la estructura aristotélica, que no es un cine de final feliz. Hay cosas a las que uno puede llegar, pero no por eso define a un cine chileno.
¿Cuál fue el criterio que usaste para seleccionar las películas que forman parte de tu corpus de análisis?
– Gusto principalmente. Dejé muchas afuera igual. El libro está dividido en capítulos que son relaciones entre el personaje y el espacio. También el interior, la ciudad, la periferia, la política. En el fondo traté de usar las que eran más representativas o sintomáticas y básicamente trabajé con películas que me interesaban mucho. Pero dejé afuera películas que me gustan mucho. Me hubiera gustado trabajar con las películas de Oscar Cárdenas, como Rabia. O La buena vida de Wood, la cual me parece súper interesante. Son varias películas que quedaron pendiente, en deuda. Pero primero tenía que ver con el gusto, y luego, no necesariamente con películas que me gustaran, sino también con películas que me parecían super ricas para analizarlas.