Entrevista a Alejandro Torres, director de El Tila, fragmentos de un sicópata
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En su debut, Alejandro Torres no aspira a instalar una historia que tenga la responsabilidad moral de decir qué se hizo mal en la vida de “El Tila”, el llamado sicópata de La Dehesa que a principios de este siglo impactó a Chile por su estela de abusos, asesinatos y duro final. Esquivando todo juicio claro y evidente, la película busca efectivamente hacer un retrato y, a través de esa mirada panorámica, esperar que el espectador configure algún juicio. Para ello, se preocupa por instalar sólidas caracterizaciones, con actuaciones creíbles, específicamente contundente de parte de Nicolás Zárate. También hay algunos momentos electrizantes, como cuando vemos su intromisión a una casa del barrio alto, en donde abusa de toda una familia. Es la cúspide de la película, ya que es aquí donde, además, instala una tensión y el protagonista alcanza un grosor sicológico potente. Pero es un momento alto que está muy por sobre el resto de la película, que siempre se posa en una puesta en escena demasiado correcta formalmente, con una fotografía muy plana y que no juega con los claroscuros que vive el personaje. El montaje corre por los mismos carriles, se juega por no dramatizar y, como dice su título, instala pequeñas escenas de distintos momento de la vida del personaje pero sin preocuparse mucho de alguna unidad que eleve esta estrategia a algo más trascendental. Así, El Tila, fragmentos de un sicópata deja esa idea de que es un debut que deja algunas ilusiones para una futura filmografía, la cual quiso dar un primer paso seguro, sin salirse mucho de la media, pero muy consciente de qué era lo que no había que hacer.

Esta entrevista fue realizada en el programa Radiópolis de Radio Universidad de Chile, en conjunto con Rodrigo Alarcón.

 

¿Por qué surgió el interés por El Tila, a casi 15 años de lo ocurrido?

– Digamos que el caso empieza a ocurrir desde los 90, cuando él está aun internado en Sename (Servicio Nacional de Menores), porque a los 14 años sale y comete su primera violación, que es a una profesora alemana. De ahí vuelve a la reclusión a una cárcel de menores, me parece que en Puente Alto. Después vuelve al Sename y de ahí ya es el gran boom del caso mediático ya a principios de este siglo, hasta el año 2003, cuando él se suicida.

Bueno, yo empecé a meterme en el caso porque estudiaba en ese tiempo, estaba en los primeros años de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. Y uno de los atracos que él hace es en la calle Rosal ahí en el barrio Lastarria, en uno de esos departamentos. Entonces me acuerdo que nosotros salíamos a hacer las compras de escenografías y varias cosas ahí, por todo ese sector, y alguien me mencionó: aquí ocurrió hace unos días atrás un atraco muy violento. Después ahí empecé a meterme en el caso. Mi primera inclinación fue hacer una obra de teatro con este caso, pero después cuando entré a la Escuela de cine ya empezó a armar cuerpo como película.

Hay que recordar también que el caso tiene una arista muy tenebrosa, de hecho así lo encuentran al Tila: cuando descuartizó a una joven. En ese sentido la película tiene muchas cosas que contar. ¿Cómo fue ese periodo de investigación y cómo tú pensaste la estructura de esta película para hacer encajar todo eso en un personaje tan cargado de vivencias?

– Bueno, una de las cosas que nos dimos cuenta para hacer como tres películas con este caso. De hecho harta gente nos ha dicho eso. Además que después se publica un libro que es muy interesante, una investigación periodística de seis años, muy rigurosa. Entonces, lamentablemente ya estaba el guión, pero nos sirvió mucho para trabajar con los actores. Y ahí nos dimos cuenta que cada una de esas aristas que nosotros habíamos visto, que podíamos haber seguido –el periodo del Sename, el periodo vinculado a los atracos en el barrio alto– cada uno tenia un potencial para hacer una película en sí…

¿Hubo un diálogo de todos modos con esa investigación para hacer la película?

– Sí, absolutamente, sobre todo con los actores. Nos sirvió muchísimo. Fue complejo el trabajo con los actores. Bueno igual es un gran elenco. Yo estoy muy feliz de haber trabajado con los actores, con los que conforman la película. Pero al empezar a meternos en el contexto de la situación, el libro nos sirvió muchísimo.

Bueno, y nosotros empezamos a investigar bastante, nos encontramos afortunadamente con bastante literatura: unas tesis de sociología, de gente de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Nos encontramos con un poemario, con una obra de teatro, con un monólogo que se hace después. Había muchísimo además de prensa. Después en una segunda etapa ya empezamos a ir a las locaciones reales. A entrevistar gente que había estado vinculada al caso, con psicólogos del Sename, con la ex directora del Sename, con el juez, con los abogados que llevaron la causa. Llegamos hasta los expedientes, entonces ahí ya con el aspecto minucioso que tenía la policía sobre cada uno de los atracos que hizo Roberto Martínez [El Tila] ya empezamos a armar el escenario de la película. Y bueno, la idea es configurar el guión no desde un arco dramático aristotélico sino a partir de fragmentos, como dice el título. Él recordando en su celda –porque él comenzó a escribir sus notas autobiográficas–, en la medida en cómo van surgiendo las imágenes en la cabeza, cómo se van amontonando esas imágenes que aparecen medias caóticas. Se vienen imágenes a la cabeza agolpadamente. Pero en el total de la película se arma un cuerpo –supongo–, una experiencia que tiene que ver con este espacio, que es el mismo sujeto recordando.

Claro, como meterse un poco en la cabeza del personaje. Más allá del relato de sus acciones, lo interesante del filme es esa búsqueda sicológica. En ese sentido, ¿marca la pauta para la estructuración lo que él mismo escribió?, porque él escribía mucho, pensaba mucho.

– Sí, ocupamos bastante los textos. Y los textos tienen esa característica. Porque uno va revisando los poemas de Martínez y otros pequeños relatos que él hace, y  son caóticos. No tienen una línea narrativa que uno pudiese decir: aquí hay una especie de descripción; va de tercera a primera persona. Los tiempos verbales también van muy desordenadamente. A mí me pareció muy interesante eso, intentar plasmarlo en la película.

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Eso te ayuda a contar la historia también desde un punto de vista diferente. En el sentido de que esta historia, la del El Tila, en su momento fue muy mediática, y todos quienes tenemos edad para recordarlo más o menos conocemos la historia además.

– Claro,  y también era el miedo a no caer en un… –y lo digo sin caer en un juicio de valor– un telefilm. Llegar e instalar el caso, narrativamente, porque la idea no era hacer un juicio de valor, en términos concretos. No estamos ni victimizando al sujeto, ni tampoco estamos haciendo una apología, ni instalándolo como una especie de Robin Hood contemporáneo por la forma en que él entraba  a las casas del barrio alto… Yo siempre ocupo la imagen cómo si alguien sacara un montón de fotografías fijas y las tirara sobre la mesa y que el espectador vaya recogiendo aquellas imágenes que le hacen más sentido. Hay gente que se queda mucho con el aspecto de su vinculación a las casas de menores [del Sename], que fue un chico que desde muy temprana edad vivió en la asistencia estatal.

Y ese es un tema que está súper vigente.

– Absolutamente. Entonces el vuelco es dramático, es trágico. Es el niño que tiene las mayores posibilidades de reinserción de los años noventa en el Sename, y se convierte en el más buscado por la policía; se convierte en el psicópata del siglo XXI en Chile. Es dramático ese vuelco.

Pasamos a las influencias de la película. Últimamente hemos hablado de dos películas que tratan de psicópatas, asesinos –Talión y El Mal Trato–, y que estaban enmarcadas dentro de un cine de género, un policial, incluso coqueteando un poco con el terror. ¿Tú pensaste en algún momento en marcar la película dentro de esos rumbos? Porque se ha incluido a la película dentro del policial en algunos textos. ¿Lo pensaste en algún momento como para establecer un gancho?

– Sí, revisé varias películas de género. La verdad me gustan bastante. La han catalogado a veces como thriller. Entra como en una especie de thriller psicológico, pero en realidad no quisimos instalar un género con las normas del género, con toda la estructura que el género tiene. En ese caso creo que esas otras películas –yo conozco la historia de Talión, conozco el contexto en el que fue hecho– claro, creo que ahí se enmarcan mucho más dentro de ese marco. Digamos que la película la tratamos de configurar a partir –como bien dices tú– del sujeto, una especie de seguimiento del sujeto, más atmosférico. Intentando instalar esta subjetividad de la mirada de él.

Y otra cosa que te quería preguntar; se le ha comparado con El chacal de Nahueltoro (1969), tanto en la estructura como en el personaje.

– Sí. Me lo han dicho bastante también eso…

¿Pensaste en algún momento también en esa película?

– Sí, absolutamente. Una película que también me gusta mucho. Y, de hecho, curiosamente después conversamos mucho sobre el guión con Miguel Littin, antes también con Pablo Perelman. Y, claro, ahí Miguel decía que habían muchos puntos encontrados con El chacal que él hizo. Y, bueno, eso también es bastante nefasto, de alguna manera, porque no se acaba nunca.

Además que la gente se hace ideas. Igual lo que parece –tu lo comentaste ya– es interesante en la película es que no remarcas las tintas en ningún elemento para que la gente se ponga de cierto lado. ¿Eso fue muy complicado de hacer? Porque uno o se «enamora” del personaje o, por un lado, lo trata de juzgar o trata de entregar un mensaje bienintencionado. ¿Cómo se hace para establecer esa cierta neutralidad, o para que quede abierta la película? Si es que se puede establecer esa neutralidad….

– Si es que se puede establecer. Bueno, en todo caso me he dado cuenta por los comentarios y las críticas que han surgido, es que hay gente que le cuesta enganchar, a veces, con la película. Primero por el arco dramático. Se hace confusa en términos narrativos. Pero también hay espectadores que se vinculan de inmediato con el caso y me han hecho el comentario de que es curiosa la dicotomía de empatizar con un sujeto tan cruel. Tan perverso. Me decía alguien en Buenos Aires, ahora, en un festival, una señora me decía que se sentía casi culpable de estar sintiendo empatía por este sujeto que debiese ella condenar. Decía: yo cuando termine esta película debiese estar condenarlo a esta clase de sujeto y decir: “que bien que el Estado chileno no esté pagando por él, por su cadena perpetua, sino ¡qué bien que se haya muerto antes!” Pero no, sin embargo no hago eso –me decía ella– no genero esa reflexión, al contrario, empatizo y digo: “cuanto de eso es una indiferencia compartida, indiferencia institucional, indiferencia social. Cuántos de esos niños que pudiesen tener un talento o un potencial se están perdiendo constantemente”.

En ese sentido, ¿por qué crees tú que es importante contar esta historia ahora?

– Yo creo que está absolutamente vigente, vean lo que pasó con esta niñita en el Sename hace poco. Yo me remito también a unos pocos años antes porque hice varios talleres de teatro cuando salí de la Escuela de teatro, y me tocó hacer talleres en Estación Central, en Cerro Navia, en varios lugares donde instalamos talleres de arte. Y el potencial que había ahí en esos niños -que si bien no estaban vinculados al Sename- y esos espacios de sensibilidad con que ellos instalaban frente al mundo me parecía realmente notable. Sin embargo, los contextos familiares, los contextos educacionales, uno dice: bueno, aquí no hay ninguna posibilidad de que estos niños desarrollen este potencial que podría ser realmente un aporte a nuestro país. Aquí en estos niños se están perdiendo un montón de artistas, de escritores. Estaban muchos vinculados a la literatura.

La película habla un poco de eso también.

– Absolutamente. En ese sentido este personaje me parece simbólico de esta clase de potencial humano, que es el potencial de los países desarrollados, supongo, de los países que miran al futuro. Ya no son los recursos naturales.

Y por último, Alejandro, quería preguntarte por el protagonista, por Nicolás Zárate, que encarna a El Tila, que es un actor no muy conocido…

– Muy de teatro…

¿Cómo lo elegiste a él y cómo trabajaron el personaje?

– Bueno yo conocí al Nico en la Escuela de Teatro. Y cuando ya empezamos a trabajar la idea, cuando estábamos previo al guión, en la etapa de investigación, yo invité al Nico a trabajar y él se sumó con muy buena disposición. Entonces él vivió todo el proceso. Fuimos a varias entrevistas juntos. Todos los textos que yo empezaba a leer para construir el guión también se lo pasaba a él. En la medida en que iba construyendo el guión lo íbamos conversando. O sea, tuvimos muchas conversaciones larguísimas. Entonces, él mismo también de acuerdo a sus mismos descubrimientos me iba haciendo aportes al guión. Cuando ya llegamos a la etapa de rodaje fue bastante orgánico. Con el resto de los actores que entraron después en el proceso ahí fue más complejo, pero ya con el Nico tan firme en el rol… que yo encuentro que está genial.