Entrevista a Alejandro Fernández
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La razón para entrevistarte es que finalmente Huacho está en los cines…

-Sí, costó muchísimo. Yo siempre digo que es la película chilena más tramitada de la historia, porque nos costó desde mayo-que estrenamos en Cannes- hasta ahora, lo que son siete meses de tratar de estrenar la película. Primero fuimos donde los distribuidores a ver si es que se interesaban y no se interesaron. Después acudimos a CORFO a ver si nos ayudaban a estrenar, se demoró un montón pero finalmente fu lo que resultó. Es un estreno muy chico, son cuatro salas. Estuvo en Chillán, en Santiago está en el Movieland de La Florida y La Dehesa y en el Hoyts de La Reina, de viernes a domingo, en la sala vip. Bueno, ojalá que la gente la alcance a ver y si no me imagino que después saldrá el DVD, la podrán bajar de Internet o en una de esas hasta la pasan por la tele, tal vez, quizás.

¿Te gustaría?

-Sí, yo creo que sí. Es curioso porque creo que es una película que apela a un público que no es el que va más al cine en Chile, la gente que aparece en la película, que no tiene la oportunidad de ir al cine. Generalmente se tiende a menospreciar mucho al público y, especialmente, al más pobre, con menos educación, con menos oportunidades, como si lo único que pudieran entender fueran los chistes de “Kike” Morandé. Yo creo que no, yo creo que hay espacio para hablar de otras cosas, para hablar desde otro lugar. A mi me parece que Huacho  sin ser una película “populachera” sí es popular, tiene esa particularidad. Es una película que fue hecha para Chile, para cierto público chileno, porque reconocerse  a uno mismo en la película es un ejercicio casi de dignidad del espectador, además de ser de dignidad para los protagonistas. Es reconocerse como valioso, como importante y como digno de hacer una película. Una persona como la Alejandra, Cornelio, Clemira o Manuel que son los protagonistas y que no son actores, son personas comunes y corrientes.

Para quienes aún no ven Huacho, les contamos que retrata un día en la vida de una familia campesina de Chillán y la cámara los sigue a cada uno durante su día. 

-Exactamente. No hay nada más que eso. Como decía, se trata de actores no profesionales, de gente que hace cosas que son muy parecidas a las que hacen día a día. Recuperar para la ficción una historia tan mínima me parece súper valioso, válido, que debería ser así. Las historias no tienen por qué ser siempre grandes sucesos de gente famosa, sino que también pequeñas cosas de gente anónima. En eso hay un ejercicio, creo yo, bastante interesante de recuperar la dignidad del espectador. Sería muy bueno que esta película la viera mucha gente, aunque eso no va a pasar, evidentemente. Sería magnífico.

¿Por qué crees tú que es tan difícil que la vea mucha gente?

-Porque no cabe dentro de lo que se tiende a esperar como película comercial. Como te decía, no tiene actores de teleseries, no tiene chistes fáciles, no tiene desnudos de la protagonista de “Yingo” del momento, no tiene las cosas que supuestamente atraen al público. Por ese lado no es una película fácil de ver, es más difícil, pero por otro lado creo que las recompensas creo que son mayores. Eso me parece que no es una transa que valga la pena hacer, hacer una película más masiva pero más populachera. Me parece que la forma de una película tiene que ver con lo que está hablando. No basta con tener las buenas intenciones y hacer una película sobre cómo es la vida en Chile si al final estás cayendo en lo mismo de siempre, en el mismo discurso. Este es un discurso desde otro lugar que tiene otros parámetros.

Ahí puede estar la dificultad de la película- que, como dices tú muy bien, también tiene su recompensay es que uno tiene que darle el tiempo a la película. Te la jugaste por filmar en Chillán y seguir a estos cuatro personajes que no son actores y por lo tanto se mueven mucho más lento, por lo que los tiempos de la película, la iluminación, es todo muy pausado.

-Yo creo que el cine tiene a veces cierto complejo de inferioridad respecto a otras artes como la música o la literatura. El cine es para entretener, para pasarlo bien, y eso es todo. Yo creo que no, yo pienso que es posible tratar temas de otra forma, con profundidad. El tema de Huacho es la pobreza y el sistema económico y eso requiere una forma que no siga el tren de lo que ese mismo sistema auspicia, que sea distinto. Si vamos a hacer una película igual, que responda a los mismos patrones de, qué se yo, una comedia picaresca, vamos a caer en el mismo discurso. Es más difícil por ese lado pero también hay un tema de educación de las audiencias. Uno está acostumbrado a ver películas pero eso no significa que uno sepa ver películas, es lo mismo que leer.

Lo interesante de Huacho que, estas cosas que tu dices, esta reflexión sobre la pobreza y el sistema económico al que estamos ligados, está puesto de una manera muy sutil y que si uno está atento las ve. Hay un par de escenas que me quedaron dando vueltas. Por ejemplo, la mamá de esta familia trabaja como cocinera en las típicas casas del sur donde reciben turistas, tiene un problema de plata y tiene que devolver un vestido que es un sueño para ella. La escena cuando ella llega al mall con su vestido todavía con etiqueta y se lo saca en el baño y lo devuelve es devastadora. También la abuelita que hace quesillos y uno ve todo el esfuerzo que ella hace, para que después los venda en la carretera y le pidan descuentos. Es eso tan cotidiano que tú expones y obligas al espectador-que ve a estas personas todos los días-a detenerse.

-Claro, funciona de dos maneras. Una, para el que va en el auto y pasa de largo o va a la vega y encuentra muy caro el kilo de tomates, etc. Pero también está el otro lugar, que por mostrar le estás dando un valor a algo que supuestamente no debería tener algo así. Uno tiende a pensar que la vida del empresario millonario es interesante para hacer una película, pero no la del campesino pobre. En ese sentido, recuperar para la ficción ese tipo de historias me parece muy válido.

Ahí hay resistencia también. Conversaba hace poco con alguien respecto a algo que a pasado a causa de las elecciones, que hay una fiebre en cierto grupo de chilenos con el poder y la riqueza.

-Yo no tengo ningún problema con que alguien sea millonario ni exitoso, bien por él, por su familia y por los que les va a tocar la herencia. Pero lo que pasa es la separación entre una cosa y otra, es algo que hasta los gringos lo saben. Es cosa de ver el caso de (Michael) Bloomberg en Nueva York. El tipo era archimillonario, tenía una fortuna bien parecida a la de (Sebastián) Piñera, basada también en medios de comunicación, y un año antes de tirarse de candidato a alcalde de Nueva York, el tipo dejó todo en un fideicomiso ciego, se desprendió completamente de sus empresas que nunca estuvieron involucradas con uso de información privilegiada. El problema no es que sea millonario, sino que sea las dos cosas al mismo tiempo.

Claro, me refería a que nos fascinamos con eso, con el “self-made man”, que se hizo desde el principio y era pobre…
-Pero en Chile eso no existe, porque si tú estudias en una escuela pública, aunque sea la mejor, si tienes el pelo negro, una mala dirección y un acento en particular, se te van a cerrar todas las puertas. El único que existe es el “Conejo”, que es el dueño de todos los puestos de maní confitado y probablemente se sienta mejor en Nueva York que aquí, porque allá esas cosas no importan. Por ejemplo,  el presidente de City Group es un negro que llegó  a los 22 años a trabajar ahí recibiendo el correo. Eso aquí nunca va a pasar.  Aquí pasa algo muy curioso, ese “abajismo”, con Piñera y (Eduardo) Frei diciendo que son de clase media. El papá de uno era presidente y el del otro embajador, eso no es clase media en ningún país del mundo, menos en Chile. Respecto a la fascinación con la riqueza también está bien, está bien querer ser algo, un país desarrollado, etc. Lo que pasa es que, por querer mucho eso, no nos damos cuenta de lo que tenemos, y existe una disociación entre lo que somos, lo que queremos ser y como nos vemos, como si estuviéramos ante un espejo distorsionado. Igual pasa en otros lados, ahora me tocó ir a un festival en India, y ellos están convencidos de que serán la nueva gran potencia del mundo, después de China, y probablemente tengan razón hasta cierto punto. Pero es cosa de salir a la calle y uno ve un nivel de miseria pero espantoso, probablemente la mitad de la población- 600 millones de habitantes-viven en la indigencia. Los tipos ven el futuro esplendoroso y no ven lo que tienen al lado. Pasa aquí también, estamos orgullosos porque estamos en la OCDE pero tenemos un salario mínimo que es una vergüenza. Mientras siga existiendo esa dicotomía es difícil avanzar.

Uno de los aportes que hace Huacho en ese sentido es instalarnos desde ahí y decir, “momento, nosotros no somos Sanhattan, sino que venimos de acá”.
-Claro, exactamente, eso es lo que tenemos y que sigue siendo un porcentaje muy grande de la población porque se trata de una familia del campo, pero también es perfectamente extrapolable a una familia de una población en la ciudad. Es el mismo tema: vivir endeudado hasta el cuello, viviendo por sobre lo que podemos vivir y podemos pagar, haciendo millonarios a los dueños de las grandes tiendas con sus tarjetas de usura. Entonces, está bien pensar que podemos hacer más pero es muy necesario no olvidar donde estamos y quiénes somos, no engañarnos tanto, sólo un poquito.

Está claro que tienes una postura súper clara respecto al consumo, al sistema económico que tenemos, pero en Huacho  eso está pero no está. No hay un discurso moral explícito, están planteados los temas, pero es problema del espectador lo que va a ver.

-Justamente, yo creo que eso siempre fue parte del desafío. El discurso panfletario en términos artísticos no encaja mucho, generalmente lo que debería provocar una película son más preguntas. En la película no están planteadas soluciones, no se propone que lo que debería hacer es trabajar más o ser más solidario. En un momento, cuando todas las vendedoras de queso se ponen de acuerdo en subir el precio porque o si no nadie les va a comprar, finalmente nadie termina respetándolo porque es muy difícil. Como que existe una posibilidad ideal de que las cosas sean mejor pero no hay una solución.

Pero no hay ética ahí.

-No, no hay ética, no hay un castigo moral a ninguno de los personajes, ninguno hace cosas demasiado malas ni demasiado buenas, porque también la realidad es así, compleja. Yo creo que uno como cineasta haciendo una película tiene como ese valor principal, ese norte, que es respetar la realidad hasta sus últimas consecuencias, que a veces no es como uno quisiera. Como te digo, tampoco tengo las respuestas para tener una sociedad más solidaria. Así como estamos, es lo que tenemos y creo que lo primero es darnos cuenta qué es lo que somos y de ahí quizás pensar en cómo salir de eso.

La gente entonces debe aprovechar de ir a ver la película a los cines porque vale la pena verla en pantalla grande.  

-Sí, es muy linda. El Inti (Briones) hizo un excelente trabajo, nuestro director de fotografía.

La película sigue en festivales…

-Sí, todavía le quedan un recorrido, ya no muy largo porque es un una película que va a cumplir un año y generalmente las cintas dan vueltas por festivales un año, un año y medio.

Pero tú ya estás pensando en tu próximo proyecto.

-Sí, ya deberíamos empezar en abril o mayo a rodar la próxima película. Es una historia que también transcurre en el campo, pero es un poco distinta. Si bien el tema social está incorporado porque es ineludible, pero es una película mucho más íntima, como una historia de amor en el campo, los pobres también se enamoran.