Es bastante común que una obra dispare efectos inesperados para sus autores. En El vals de los inútiles, el primer largo documental de Edison Cajas, parece ser uno de esos casos. Con el telón de fondo del movimiento estudiantil, particularmente esa corrida donde por 1.800 horas decenas de personas daban vueltas por La Moneda enarbolando banderas que exigen educación gratuita y de calidad, la cinta busca retratar esos meses donde el país presenció un movimiento social que aún retumba por las calles.
Con un cuidado estético destacable, con imágenes sumergidas en la baja profundidad de campo, donde imperan tonos pasteles, todo dentro de un encuadre milimétricamente calculado, Cajas sigue la rutina de dos personajes: un estudiante del emblemático Instituto Nacional y un profesor de tenis, el que sólo en los últimos minutos sabemos su vínculo con el movimiento. Estos personajes no son los líderes, no son personas de escasos recursos (todo lo contrario), pero algo de conciencia tienen de lo que ocurre. Pareciera ser que a través de esta elección la cinta busca ser guiado por actores comunes, no excepcionales, los que lateralmente se suman al contexto desde una comodidad social, porque, como dice uno de los diálogos entre alumnos del Instituto Nacional, ellos son unos privilegiados porque pueden perder el año, pero en la PSU igual sacarán buenos puntajes.
La cinta tampoco busca mitificar el movimiento, de hecho, las explicaciones y los alcances de este vienen desde las noticias radiales y televisivas. Siendo un movimiento que vino desde las bases, es curioso que el documental opte por estas fuentes para dibujarlo. Una opción contrapuesta a otros trabajos que han tocado el tema de manera más frontal y horizontal con sus actores, como el destacable corto documental El nuevo amanecer, de Efraín Robles y Renato Dennis.
Así, la fuerza de este documental está en sus cuidadas imágenes más que en sus personajes, los que nunca se retratan muy claramente, optando más por la observación distante, que terminan enfriando al filme. Discursivamente, parece siempre eludir el tema de fondo. Las marchas se enuncian, pero no se profundizan. La cámara siempre está lejana, componiendo bellamente las acciones de protesta, creando postales visuales. Junto con esto, los personajes parecen no cambiar mucho una vez terminado el proceso, a pesar que los vemos corriendo con las banderas en sus manos. Con todo esto, es curioso que “El baile de los que sobran” suene como la melodía de fondo de un documental donde aquellos a los que la canción se refiere son retratados al pasar.
El vals de los inútiles se conforma con registrar los hechos de manera correcta cinematográficamente hablando, más bien, estéticamente hablando, como una mirada romántica del movimiento estudiantil. Una melancolía que finalmente se conforma con captar el instante y no de conformar con ellos algún discurso. Esos contenidos parece dejarlos para que el espectador informado o participante, los complete. Queda la fuerte duda si esto realmente era la pretensión del documental.