«El primero de la familia» de Carlos Leiva
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La ópera prima de Carlos Leiva -que le valió el premio al Mejor Director en la Competencia Nacional del pasado Festival de Cine de Santiago, SANFIC- tiene mucho de autobiográfica. Como el protagonista de la película, fue el primero de su familia en llegar a la universidad y viajar en avión y también tiene una madre que por una mala praxis médica terminó con serios problemas en la columna que derivaron en una creciente inmovilidad.

El primero de la familia se instala como un retrato de un Chile muy real que raramente vemos en el cine. En un país en donde el PIB supera los quince mil dólares, pero en donde el 70% de la población gana menos de 600, la cotidianeidad de la gran mayoría de los chilenos es la escasez y la deuda. La familia que vemos en la película tiene un padre que es maltratado en el trabajo, al que no le pagan hace meses y que duda irse a huelga por temor a perder la seguridad que ese mal empleo le da; una madre que ha perdido la independencia económica a causa de una lesión en la espalda que la llena de dolor y le impide moverse libremente; una hija adolescente embarazada de un malandra de barrio y a la que no le interesan los estudios y una abuela que representa esa imagen de dignidad de la clase trabajadora y cierto sentido común “del pueblo” mientras duerme hacinada en una misma habitación con sus dos nietos. De esa familia surge Tomas, un joven que estudia medicina y que ha logrado obtener una beca para continuar sus estudios en Londres.

La película se centra en los últimos dos días de Tomas antes de su viaje. Suficiente tiempo para que el espectador pueda hacerse una idea de la lógica de sobrevivencia en que habita esta familia que además debe convivir con un problema de alcantarillado que tiene el patio de la casa inundado de agua servida que infecta con sus malos olores todo el hogar. La imposibilidad del padre de arreglar este problema -por falta de dinero para contratar a alguien o de recursos propios para solucionarlo directamente- si instala como una metáfora de la impotencia de la clase trabajadora de salir de su situación, de su estado de estancamiento y frustración.

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El primero de la familia no es una película agradable de ver. Presenta una realidad que no nos gusta mirar, aunque es tan cotidiana para gran parte de los chilenos. Históricamente el cine en Chile ha estado hecho por miembros de una clase privilegiada que ha tenido acceso a los recursos y a los contactos necesarios para poder hacer una película y que cada vez que ha intentado acercarse a “lo marginal” lo ha hecho -con muy contadas excepciones- desde el estereotipo y el prejuicio. Sólo recientemente, y gracias al abaratamiento de la tecnología audiovisual, las universidades y la posibilidad de los jóvenes realizadores de competir en festivales y conseguir fondos internacionales, otras voces han comenzado a contar también sus historias enriqueciendo el cine nacional.

Por eso quizá lo frustrante de El primero de la familia es que introduzca temas que de alguna manera distraen al espectador de la potente denuncia que podría significar la película. Porque, aunque la obsesión sexual que tiene el protagonista por su hermana adolescente podría ser causada -entre otras cosas- por el hacinamiento en que viven, le pone un toque grotesco al filme que distancia al espectador de la identificación con el personaje, corriendo el riesgo de convertir el interés en morbo.

La sensación que uno queda al cierre del filme, es que hemos visto un retrato muy bien logrado – hay un destacable trabajo de arte y de puesta en cámara en la película- de un Chile adolorido que sobrevive en la precariedad, pero que no sólo es víctima de un sistema económico que genera profundas desigualdades, sino que también -de alguna manera- mantiene esta precariedad a causa de sus propias limitaciones.