El huaso Villagra: un tipo lleno de volcanes
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9 de agosto de 1937
Chillán, Chile
  • ACTOR: prefiere el cine al teatro. Sus cuatro últimas actuaciones: «El chacal de Nahueltoro«, «Tres tristes tigres«, «Nadie dijo nada”, “Tierra prometida«
  • ROSTRO: «una patata recién sacada de la tierra»
  • EDUCACIÓN: «la primera escuela de mi vida fue el campo, desde niño anduve a caballo»
  • CONDUCTA: «en vez de hablar con señoras y caballeros presuntamente cultos, hablaba con obreros»
  • ACTITUD: «ni yo ni mis compañeros nos transformaremos en mercancía»

 

CUANDO dice que «como actor siempre uno tiene la posibilidad de venderse como una puta y eso lo rechacé siempre y no lo aceptaré nunca». Nelson Villagra abre de una cuchillada el envoltorio estructural de un sistema cultural dependiente y deformado, dejando al aire sus interiores viscosos, patológicamente burgueses. Esa contradicción procesada en él durante años ha llegado a su fase crítica, originando un salto de esencia política. Villagra busca en los medios de comunicación de masa más exactamente en el cine, el río nutricio cuyos flujos y reflujos partan y regresen del pueblo al pueblo llevando el signo ideológico del proletariado y de la revolución. Pero debe enfrentar una nueva contradicción: a dos años del nuevo gobierno —dirá en esta entrevista con «Chile HOY»— no existe un cine que exprese el avance de masas, salvo riesgosas y sacrificadas acciones de grupos independientes. De lo cual puede deducirse o la élite del proceso carece de la riqueza y potencia teórica e ideológica suficiente para sentir la necesidad perentoria de expresarse en el arte más masivo de la era moderna, o no cuenta con cuadros adeptos para realizar un cine a su imagen y semejanza —respetuoso de verónicas y vacilaciones—, o la falta de una política cinematográfica es una vacilación y una concesión más, o todo junto.

Villagra no quiere ser actor, y sin embargo su perfil, su imagen decididamente proletaria (un rostro de “patata recién sacada de la tierra”, como se dijera de Miguel Hernández) dio una feliz iniciación al cine chileno de combate. Los films de Miguel Littin y Raúl Ruiz, que anunciaron la agitación de masas antes de 1970, lo hicieron célebre ante la mejor critica de América Latina y Europa,  que vio en Villagra uno de los mejores actores del quehacer fílmico actual.

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La nueva posición, esa nueva cultura que aparece con la lucha revolucionaria en el continente a partir de la Revolución Cúbana, no deja de hacerse sentir al interior de los hombres que la expresan. Esa expresión, auténticamente desarrollada, no podía presentarse en la forma tradicional de la cultura, que tanto en su versión «reaccionaria» como «progresista» sigue produciendo   perfectos individualistas que ejercen su escritura desde fuera y por encima del pueblo La nueva cultura necesariamente tiende a convertir en militante y combatiente a su portador. Una de las tantas diferencias entre la practica revolucionaria y la reformista a todos los niveles, que se acusan sutilmente en los periodos de la conquista del poder, antes, durante y después. Una de las formas, también, que distinguen a la pequeña burguesía montada sobre el caballo proletario, de las clases explotadas, montadas lucidamente sobre sí mismas. En Villagra, la contradicción se hace visible y se resuelve en la medida misma en que se anuda con el gran proceso general. “Creo que fue el Che quien dijo que el mejor acto cultural es la revolución misma«, dice.

Nacido en Chillan el 9 de agosto de 1937. uno de los cuatro hijos de un practicante y una matrona, Villagra asimilará para siempre la naturaleza campesina, social y telúrica. “Desde que tengo memoria me crié entre la ciudad y el campo. Mi contacto fundamental con el mundo, la escuela primera de la vida mía, fue el campo. Por temperamento y pensamiento soy de extracción campesina. Los contactos, las amistades de mi familia, eran todos campesinos, tíos, padrinos y todo lo demás. Desde niño anduve a caballo. Pero para mí, como para mi medio, el caballo era visto como un elemento de trabajo, un apoyo productivo, no era el caballo del turista. Al mismo tiempo, a los 12 años ingresé a un conjunto de teatro aficionado en Chillán. Como buen provinciano, tenía mucho temor de venir a Santiago, la gran capital. Me fueron convenciendo buenos amigos. Yo no tenía mayor interés y me sentía inhibido. En cuanto a eso de ser actor, artista, no había antecedente en mi familia. Salvo que mi mamá tocaba la guitarra y cantaba tonadas picarescas o valses muy tristes y melodramáticos, habaneras«.

Todo el mundo le echa más edad, lo que le produce risa: «Desde los diez años que tengo cara de viejo«, dice sin problemas. En rigor, Villagra no se confesó nunca en público, y sólo el argumento definitorio de su participación política en el combate por un nuevo cine lo arrastra a este tipo de entrevista ‘Tendría 17 años cuando vine a Santiago para ingresar a la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. Era en 1955. Egresé en 1958. Mis inquietudes políticas de esa época no pasaban más allá de una mirada instintiva de la realidad, que siempre vi dividida entre pobres y ricos. Me sentía muy mal en Santiago, como todo estudiante provinciano que vive en pensiones pobres con mala comida y sin taza de baño. Uno se siente solo —sonríe—, un poco botado y le da por escribir poemas para pasar las amarguras. Lo que me molestaba era que en esos tres años que estudie teatro no estuve convencido de estar procediendo bien. Me sentía incómodo, tenía muchas dudas y culpas, quería trabajar, ayudar a mis padres. Imagínate el choque: llegué a Santiago con callos en las manos; era el típico huasteco que venía a la capital a codearse con la «jailaif». No sabia atarme ni desatarme con esa gente. Estuve inevitable y socialmente incómodo. Es así que durante esos tres años fui llamado «el huaso Villagra«. Además, traía del campo ese profundo rechazo a las cosas ambiguas y equívocas Me iba con mis pensamientos al Parque Cousiño, leía mucho, me autocompadecía. Al poco tiempo me puse a trabajar. Me contrató, por así decirlo, Marta Brunet, a quien conocía de Chillán y era muy conocida y respetada en Santiago como escritora. Mi trabajo consistía en leerle los cuentos, las partes literarias de las conferencias que daba. Me pagaba muy bien para la época, diez mil pesos. Yo no iría nunca a una conferencia, pero siendo así y como era un estudiante que iba al Santa Lucía a tomar leche y comer pan negro, acepté. Veía esas conferencias como una cosa muy extraña, fuera del tiempo. La gente que iba era más bien de edad, admiradoras, amigos. Se. hacían siempre por la tarde y era como estar en una especie de té, con ciertos visos de reunión social. Era como estar en una caja de vidrio. Al salir, la calle me chocaba: es que salía como de 1930 a mi propia edad. Me metía en la primera fuente de soda que encontraba. Yo orejeaba mucho porque era bastante ignorantón. Mal que mal eso incentivó mis inquietudes. En vez de una grabadora, la conferencista llevaba un hombre vivo, un tipo introvertido, pero lleno de volcanes. Salir a la calle era como salir a la liberación. Bueno, me fue bien en los estudios, como se dice —sigue Villagra con sorna—, pero me afirmé en mi idea de que el centralismo cultural del país era nefasto. Preferí hacer teatro en provincias. Había aprendido mucho viendo actuar a buenos actores, especialmente Agustín Siré, a mi juicio el mejor actor chileno sin discusión, y desde mi primera experiencia en Chillán —con Ciro Vargas y Enrique Gajardo— estaba plenamente consciente de la función social del teatro. Tenía contradicciones con gente que iba en pos del teatro con un interés puramente personal y esteticista. Estaba dispuesto a volver al campo a trabajar y volví. Al poco tiempo recibí una carta del Teatro Universitario de Concepción, me entusiasmó, me fui y encajé muy bien. Para ser consecuente, yo tenia que estar donde estaba el proletariado organizado. Entré al Partido Comunista. Hicimos la campaña electoral de 1958 con pequeños sketches teatrales de agitación. Hicimos buen teatro saliendo de la universidad en giras hasta Coyhaique. Vi la vida de la gente del carbón, los campesinos, textiles, los trabajadores del vidrio, la pesquería Huachipato, todo ese mundo proletario de Concepción. En vez de hablar con señoras y caballeros presuntamente cultos, hablaba con obreros y dirigentes sindicales. Creo haber aprendido algo de eso. El propósito era integrar el teatro a una cultura crítica. Estuve allí hasta 1964 La Universidad de Concepción, burguesa y masona, nos coartó al principio y nos cortó después. Estaba casado ya con Shenda y nos fuimos a trabajar a Santiago Pero cuanto más éxito tenía una obra en un teatro de la pequeña burguesía, como el ICTUS, más incómodo me sentía. Llegue a la conclusión de que yo no tenía por qué ser payaso ni entretener a esa gente.

Yo tenía una especie de habilidad, de técnica, y el asunto era al servicio de quién la ponía. Del 65 al 68, la mejor época de la televisión chilena, hice programas. Pero los tres canales, dos universitarios y uno estatal, se fueron convirtiendo en verdaderas sociedades anónimas, con lo peor de la competencia del mercado. El sistema capitalista se imponía una vez más y el asunto era liquidar ese sistema; eso me fue quedando muy en claro. Tiene que venir una transformación profunda, me decía, en que el proletariado pase derechamente a exigir y pelear el poder. Paradójicamente, a partir de la campaña electoral del 70, se nota una recogida de riendas en los medios de comunicación controlados por la izquierda, que sigue en los últimos dos años: programación extranjera, inyecciones surtidas de ideología capitalista e imperialista, teleseries siniestras para el pueblo, cualquier cosa menos una política revolucionaria en esos medios, en un momento en que la batalla ideológica es importantísima.» Vlllagra hace una pausa y se interna en un tema que lo apasiona: el cine. Me lee párrafos de la «Pauta para la discusión de una política cinematográfica», una enjundiosa y concisa sistematización elaborada por el FTR (cine), en el cual milita. «Puedes poner en boca mía cualquier párrafo de este trabajo». precisa. «En dos años Chile Films no produjo una sola película —,agrega—, ¿es que en estos dos años, ahora mismo, el proletariado no ha hecho nada, no ha combatido, no se ha sacrificado, no existe? Se necesita —puntualiza golpeando el folleto con el índice— como dice aquí un cine al servicio del proletariado, al que reconocemos como único protagonista, maestro y crítico de nuestro quehacer. El cine no es un problema aislado, hay una debilidad general del Gobierno en materia de medios de comunicación. Esta insuficiencia política se deriva de las vacilaciones de algunos sectores de la conducción de la UP. Si no dan la batalla ideológica, es que tampoco están resueltos a dar la batalla política por la conquista de todo el poder, como quiere la inmensa mayoría de los trabajadores ¿Será porque no tienen cuadros propios para ello y temen que el cine vaya más a fondo en la indagación del proceso, y se enfrente tajantemente con los enemigos del pueblo con una ideología revolucionaria y no reformista? Años antes del triunfo electoral de 1970 nació un cine chileno anticapitalista y antiimperialista insertado en la problemática de liberación que sacude a todo el tercer mundo Surgieron directores que, cada cual desde su flanco, cuestionaron el sistema, como Miguel Littin, Raúl Ruiz, Aldo Francia. Y ese cine, con cuadros más desarrollados en todo sentido, no tiene ahora cabida en Chile Films. Mucha gente en el mundo sigue el proceso chileno y ese cine incluso aportaría una considerable cantidad de divisas al país. ¿Por qué no lo ven algunos economistas, mientras la empresa privada se llena los bolsillos distribuyendo la resaca del cine capitalista extranjero? Claro que además de divisas, ese nuevo cine aportaría una mayor y más profunda riqueza ideológica para una clase obligada a ver «natachas» y «simplemente marías» Y la riqueza ideológica se refleja necesariamente en perspectiva y acción política revolucionaria Yo sé que el problema de Chile Films tiende a modificarse, poniendo el cine al servicio de la clase trabajadora. Ellos hablan últimamente de una situación de «despegue». Ojalá sea cierto y nosotros estamos dispuestos a colaborar con entusiasmo y en todo lo necesario para el citado «despegue».

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Villagra va al hueso: para él el arte fílmico no es un ejercicio narcisista ni una recreación apolitizante (en beneficio de la burguesía), sino una de las tareas de la conquista del poder, en un momento histórico en que la reacción supera en potencia de fuego y material bélico a la izquierda en el terreno de la lucha ideológica.

Sostiene sin embargo que «no se puede servir al proceso sólo a través del arte, sino con un combate global. Hay que permitir que el proletariado se apropie del arte, desmitificándolo. El arte debe ser una práctica social y no de una élite de especialistas. Más que difusión se requiere extensión y profundización«.

Se confiesa como «un tipo feliz si en medio del combate general pudiera crear talleres populares, trabajando de simple monitor, es decir, quitando a la burguesía el poder sobre la cultura para dejarla en manos de todo el pueblo. Claro que para eso hay que quitarle primero el poder político. Pero ello no se conseguirá transando ni negociando para callado en los pasillos del Parlamento«.

Como actor, se define como «un cesante disimulado. Y sigo cesante, no sólo yo, sino el 90 por ciento de mis compañeros, obligados a ganarnos la vida a salto de mata, con pololitos. Tampoco en materia teatral hay una política. Es un destino que no acatamos, ni yo ni mis compañeros, el de transformarnos en mercancía. Por eso estoy en el Frente de Trabajadores Revolucionarios del cine luchando por eliminar este tipo de alienación A mi me aburre hablar de esto. Si lo lee gente que coincida en lo esencial con lo que yo pienso no es para que lloremos juntos sino para reaccionar y combatir Hay que derrotar las políticas vacilantes, el reformismo sin futuro, que es una cosa siniestra para el pueblo chileno en esta hora y que los sectores más conscientes de la masa tienen con las manos «en la masa», en sus conciliaciones, transacciones, en su insistencia en negociar a espaldas de la clase, en su no individualización clara de los enemigos. Se trata de que luchemos unidos por la conquista de todo el poder, por el triunfo de la revolución chilena, por abrir un proceso en cuyo centro estén las masas decidiendo su destino. Todo esto hay que hacerlo organizadamente, pero hacerlo de une, vez sin transar ninguna de esas perspectivas. Hoy día seria un surdo plantearse la conquista del poder para hoy mismo, pero hay que echar a andar combativamente las tareas para llegar a ese objetivo. Si el reformismo fracasa, no es que haya fracasado el socialismo, porque la revolución chilena no fracasará jamás en última instancia. Si no quiero ser payaso de la burguesía en arte, menos quiero serlo en política. Y la mejor manera de ser un revolucionario, de no transformarse en un reformista, es tener fe en la capacidad revolucionaria de las masas”.

Villagra, el «huaso» de poco hablar, al que hubo que espolear políticamente para la entrevista, el desmitificador del acto artístico, el actor célebre dentro y fuera de Chile que prefiere enseñar teatro en talleres populares, almuerza un plato de porotos y parte a la disparada a una reunión de trabajo. Dentro de poco debe estrenarse otra película suya, dirigida por Littin: La tierra prometida (Chile HOY 41, pág. 24). En ella la lucha del proletariado chileno no tiene fin. El final es en realidad un principio: después de una larga lucha queda cara a cara frente a sus enemigos históricos preparado para un enfrentamiento cuya duración y desenlace toca al espectador deducir.

Artículo publicado originalmente en:
Revista Chile Hoy, nº46, 27 de abril al 3 de mayo de 1973.