Hay algunas raras películas en las que todo envejece y eso no las hace mejores, pero les añade encanto y el público sigue persiguiéndolas cuando ya nada existe de lo que contienen. Es lo que ha ocurrido con este filme de los años cincuenta, que medio siglo después se permite obtener todavía respetables rating en sus pasadas por la televisión y que incluso ha llegado al informal mercado del dvd, aquel con parche en un ojo.
Una somera revisión permite explicarlo a través de la enumeración de sus ingredientes más evidentes: 1º usa la ingenuidad como materia prima. Todo lo que narra es improbable, pero no gasta energías en intentar disimularlo, simplemente lo hace ocurrir con la misma efectividad directa de un plato de greda o de un sillón de mimbre. Por lo tanto es en perfecta concordancia con el gusto popular por la comedia, lo que nos lleva a, 2º: Si es posible rastrear alguna tradición permanente en el cine chileno, la comedia popular tiene las cartas en regla para hacerse considerar como nuestro género más efectivo. 3º: el tema del ascenso social a través del esfuerzo y del estudio es uno que resuena fuerte en las conciencias de un país todavía en vías de desarrollo. 4º: la simpatía de personajes e intérpretes suele dar las mejores posibilidades de éxito a cualquier película, lo que implica que el cineasta expresa en ellos un amor por la humanidad, que por la moda actual puede ser vista como una actitud sospechosa.
El gran circo Chamorro posee cada uno de estos elementos en cantidades apreciables como para que más de medio siglo después todavía sea capaz de sacarnos una sonrisa y producirnos algunas básicas emociones. Sin duda en buena parte es mérito del incombustible Eugenio Retes, el mejor roto de nuestro cine, (paradójicamente peruano de nacimiento), capaz por sí solo de realizar chambonadas obvias y seguir resultando entrañable e incluso divertido. Si más encima derrocha energía, buena onda y auténtica emoción, es comprensible que el público al verlo sienta nostalgia por los tiempos aquellos en que éramos más pobres, pero mejores, como Condorito.
No todo funciona igual de bien y las convenciones hacen costra sobre la superficie del relato, pero las canciones a cargo de Retes y de la inolvidable Malú Gatica funcionan hoy como ayer, la ambientación es siempre convincente, el ritmo articulado para unir pobres y ricos, viejos y jóvenes, circo y alto mundo es de una directa eficacia, como no siempre se verá en los años siguientes del cine nacional.
Una lección de cine popular de época y una vacuna contra el adocenado naturalismo de vulgaridades que suele propinarnos el cine actual, en aras de un realismo que nadie ha pedido y del que después los realizadores se quejan cuando no tiene éxito.