Hay algunas películas cuya premisa o idea central es potente, pero esto no significa que la película se sostendrá eficazmente sólo amparado en ella. En el caso de El cordero todas sus acciones se sostienen en un interesante dilema moral que se posa muy rápidamente sobre Domingo (Daniel Muñoz), el protagonista: es profundamente católico, pero tras asesinar por accidente a su secretaria no siente culpa por ello.
Justamente la culpa es el fuego que alimenta la salvación de los católicos, al no sentirla, Domingo siente que su salvación está en juego. Totalmente parco en casi todo el metraje, su opción es muy práctica: decide salir a realizar diversos “pecados”, los que van escalando en gravedad.
¿Pero qué hay detrás de todo esto? La respuesta no es muy consistente, haciendo que la película poco innove en el transcurso de los hechos, haciendo que poco a poco como espectador uno se vaya despegando de la mirada del protagonista y se tiende a no comprenderlo, rayando en lo inverosímil. Es cuando la premisa se hace muy pesada, cuando la idea se estira durante un metraje que quizás se va haciendo grande. A ello no ayuda el tono ascético y quizás excesivamente serio y compuesto del relato. Es quizás una forma de ser coherente con el personaje, pero da para pensar si un poco de humor hubiera despertado una calidez que hubiera humanizado más al protagonista.
Lo curioso es que hay varias aristas de fondo que buscan justamente darle carne al relato: Domingo trabaja en algo que no se comprende bien, pero donde el dueño es su suegro acorralado por deudas; tiene una esposa con la que poca conexión tiene y un hijo adolescente del cual se deslinda que está reprimiendo su homosexualidad. Tiene además, una cercana relación con el párroco (Roberto Farías, quizás el mejor personaje de la cinta), quien más que una autoridad es un confidente que de hecho busca relajar a Domingo respecto a sus culpas y a sus apegos a los dogmas culposos que enseña la Iglesia. Vital ahí es además, la penitencia que el cura le plantea a Domingo, el cual se trata de ir a conversar periódicamente con un preso.
Pero a pesar de ellos, todo parece un anexo hacia una idea central que, de todas formas, nunca varía, ni duda de sí misma. Es, finalmente, un núcleo de hierro con unas pistas paralelas que son más un agregado que un complemento. De todas formas hay cosas bien valiosas en esta primera cinta del director Juan Francisco Olea, como el buen manejo de los tiempos y la estructura del relato, lo que hace que sin duda se mantenga la atención hasta el final. El siguiente paso sería que esa buena mano derive también en generar efectos en el espectador, quien en este caso no se lleva mucha tarea una vez que El cordero llega a su fin.