“El castigo”, de Matías Bize: la maternidad como espanto
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Cada vez es más común encontrar acercamientos al tema de la maternidad desde lugares no idealizados y que cuestionan el relato rosa que históricamente se ha tenido sobre ese lugar tan fundamental. Libros como Línea Nigra de Jazmina Barrera, La hija única de Guadalupe Nettel o A esta hora de la noche de Cecilia Fanti, o películas como La hija oscura (2021) dirigida y escrita por Maggie Gyllenhaal – a partir de la novela de Elena Ferrante- nos han invitado a mirar desde un lugar mucho más honesto y brutal los desafíos de criar. Desafíos que no sólo tienen que ver con la subjetividad de las mujeres ante este evento definitorio, sino que se sostienen en  la forma en que nuestras sociedades tienen de organizar la vida en comunidad y la familia. Según un estudio del 2017 de Comunidad Mujer sólo una de cada diez parejas heterosexuales comparte equitativamente las labores de cuidado. Un trabajo en conjunto del PNUD Chile, INE, Ministerio Desarrollo Social y Familia publicado en 2021, señala que en el 89% de los hogares donde al menos hay un hombre, las mujeres realizan solas el trabajo doméstico no remunerado. Mientras que, según una investigación de Fundación Sol del 2021, 53% de las mujeres que trabajan remunerada y no remuneradamente viven “pobreza de tiempo” – definida como escasez de instancias para descansar o disfrutar del ocio por una carga excesiva de trabajo- versus un 36% de los hombres en dicha situación.

La nueva película del realizador nacional Matias Bize llega en un momento en que el diálogo en torno a la necesidad de un sistema integral de cuidados se vuelve una urgencia que requiere conversaciones a nivel político y, sin duda, también a nivel familiar y esta película puede ser un aporte significativo para hacer visible un tema tan cotidiano y normalizado cuyas consecuencias, muchas veces, no alcanzamos a valorar. El castigo nos sumerge en un momento de crisis en donde lo más oscuro de los miedos y frustraciones de una madre se hacen visibles ante el desamparo. La anécdota es sencilla y muy eficiente: una pareja de padres castiga a su hijo dejándolo sólo –por un par de minutos- en un bosque a la orilla de una carretera sureña. La cinta comienza cuando regresan por él y al no encontrar al niño donde lo habían dejado, poco a poco va aumentando su tensión dramática cruzando la búsqueda con recriminaciones y revelaciones. Al estar filmado en tiempo real el relato va sumando en angustia, son 86 minutos en donde el drama se construye de a poco y en que somos testigos de cómo la inquietud inicial de los padres se va tornando desesperación. La cinta está filmada, además, en un solo plano lo que permite adentrarnos fluidamente en la emotividad de los personajes y contagiarnos de su creciente espanto.

El poderoso –y brutalmente honesto- guión de la española Coral Cruz se sostiene en varios elementos cinematográficos que están tan bien logrados que desaparecen a la vista del espectador. Por un lado, el meritorio trabajo de puesta en escena que es registrado brillantemente por la cámara de Gabriel Díaz que acompaña a los personajes sin invadirlos. Este tipo de propuesta ya las habían desarrollado Díaz y Bize en películas como su premiada opera prima Sábado (2003) o la muy sub apreciada, en mi opinión, Lo bueno de llorar (2007), pero en El castigo este recurso alcanza nuevas dimensiones al transformar a la cámara –y a través de ella a la mirada de los espectadores- en una presencia flotante que se va enterando, de a poco, de las profundas dimensiones de este drama.  El uso del espacio y el trabajo con la luz –que se va entregando al atardecer durante el relato, haciendo aún más trágico el pasar del tiempo- está precisamente logrado. Por otro lado, las actuaciones de Antonia Zeger y Néstor Cantillana –además del eficiente rol secundario de Catalina Saavedra- están brillantes sin caer en excesos. Es muy difícil mantener la verosimilitud en un relato como este, pero el encuentro de talentos y el compromiso de tanto el equipo técnico como el reparto permiten que nos entreguemos a esta historia y empaticemos con esta madre que, honestamente, hacen lo mejor que puede y que, aún así, es inmensamente infeliz.

La bien armada construcción narrativa de esta película hace que el logro técnico no tome protagonismo, sino que se entrega funcionalmente a adentrarnos en la inquietud, en el dolor y finalmente, en la empatía. Y aunque sabemos que el camino por una sociedad más justa y amable para todas y todos es largo, poder visibilizar esta experiencia y ayudarnos reflexionar en ella ya aporta acompañar a quienes la viven y a reflexionar en la urgente necesidad de vernos más justamente y trabajar hacia los cambios necesarios para cuidarnos mejor, a todos los demás.