Es muy difícil encontrar una película en donde el deseo sexual de una mujer no esté sancionado. Históricamente el cine ha puesto a las mujeres independientes, con agenda y deseo propios en el lugar del fruto prohibido. Por ejemplo, la prostituta de buen corazón en el western era ese lugar en donde el héroe encontraba compañía y buenos consejos, pero que abandonaría siempre para casarse con la chica rubia y virginal; mientras que el cine negro nos legó numerosos ejemplos de mujeres sexuales y fuertes que tenían, en general, dos opciones de destino: o eran castigadas por su desafío al mandato femenino de la docilidad con la muerte o algún accidente, o eran redimidas por el amor del protagonista que las ponían de vuelta en “el buen camino”. Desde el cine clásico hasta el presente no son muchos los ejemplos en donde una mujer pueda hacer frente a su deseo desde lugares distintos al trauma o la locura. Ninfómana de Lars Von Trier, Elle de Paul Verhoeven o La profesora de piano de Michael Haneke son todas películas con protagonistas femeninos fuertes y sexuales en donde ese mismo deseo es explicado desde el trauma y castigado en la narración.
Y aunque el tono y los objetivos de Dry Martina lo alejen de la densidad de las películas citadas, si tienen en común una protagonista femenina independiente y para quien el sexo ocupa un lugar central. La gran diferencia es que el relato de esta coproducción chileno argentina no cuestiona ni sanciona las motivaciones de Martina, más bien acompaña a la protagonista y la presenta al espectador en toda su complejidad. Desde la primera escena entendemos que el personaje interpretado, brillantemente, por Antonella Costa es una mujer a la que no le interesa cumplir con lo que se espera de ella, sino que va por aquello que le hace sentido incluso si eso no es comprendido por su entorno. Acercándose a sus cuarenta Martina no se siente demandada a rendirle cuentas a nadie y se mueve a partir de su propio deseo.
La primera parte del filme sucede en Buenos Aires cuando esta cantante argentina, que tuvo su época de gloria hace un par de décadas, conoce a una dispar pareja chilena. La joven –interpretada por Geraldine Neary– se presenta como una entusiasta fanática de la cantante quien además podría ser su media hermana. Ella va acompañada por Cesar (Pedro Campos) con quien tiene una ambigua relación y de quien Martina queda inmediatamente prendada. El interés de Martina por Cesar la traerá hasta Santiago en donde encontrará cosas distintas de las que andaba buscando.
Es evidente el crecimiento del director Che Sandoval desde su opera prima Te creí la mas linda, pero erís la más puta (2009), pasando por Soy mucho mejor que voh (2013) hasta esta su tercera película. Esto tanto en lo técnico – que además esta vez cuenta con el apoyo de Benjamín Echazarreta, (Gloria, Una mujer fantástica) en la dirección de fotografía- sino también en la mirada que propone de los personajes y sus historias. Mientras en su primera película el mundo y los personajes que retrataba estaban muy limitados a un circulo muy específico de experiencia, en sus siguientes películas se ha notado el esfuerzo por mirar más allá y conectar – desde la empatía, pero también desde el humor negro- con la complejidad de sus personajes, tanto en sus fortalezas como debilidades.
Dry Martina es una película refrescante. Bien filmada y dinámica en donde cada personaje tiene buenas razones para sus acciones, algunas de ellas bastante alocadas, pero siempre desde una narración que les permite encontrarse entre ellos y con ellos mismos. De ahí que pueda superar la lógica del divertimento y dejar más de un par de ideas para reflexionar.