Diego Bonacina: la mirada del Nuevo Cine Chileno
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En plena calle Corrientes, en medio de los grandes carteles luminosos de las revistas y obras teatrales más rimbombantes, se asoma una tienda llamada Liberarte, una tradicional librería que en el fondo contenía el mejor video club de Buenos Aires, con la increíble cifra de 11.500 títulos. Quien atendía y administraba el local era Felipe Bonacina, un cinéfilo total, quien portaba en su mente todo el inmenso catálogo y que jamás se molestaba en recomendar títulos. En septiembre del 2014, y como un signo de los tiempos que corren, el video club debió cerrar sus puestas.

En un rincón del mesón donde Felipe atendía, se encontraba una vieja foto en blanco y negro. Era de un joven portando una pequeña cámara de 16 mm, con una cara muy parecida a Felipe. Pero aunque muchos lo confundían al mirar la foto, no era él, sino que su padre: Diego Bonacina, cineasta y fundador del famoso video club en 1988. Una foto que no parece contener nada muy importante, más allá del padre que partió irremediablemente hace casi 15 años. Pero, en verdad, el contexto de la foto no es cualquiera. Diego, en esa imagen que colgaba en el desaparecido local, estaba realizando la fotografía de Valparaíso mi amor, de Aldo Francia.

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Casi un anónimo del cine chileno hoy, Diego Bonacina también fue el director de fotografía y camarógrafo de otra película esencial de nuestro cine: Tres tristes tigres, de Raúl Ruiz. Así, injustamente perdido detrás de los gigantescos nombres de los directores de estas películas, la figura de Diego quedó algo eclipsada. Una injusticia, porque gran parte de la potencia de ambos filmes es gracias al ritmo y el pulso de la cámara de Bonacina. Gracias su mirada detrás del lente.

Hoy, cuando estas películas se sitúan en la cúspide del cine chileno de todos los tiempos, Diego Bonacina merece ser rescatado de la oscuridad de la mala memoria. Afortunadamente, ese olvido no corre por la mente de su hijo Felipe y menos por su viuda chilena, Magaly Millan. Ella hoy prefiere vivir en Buenos Aires, en el popular barrio Once, en el mismo lugar donde llegaron a vivir con Diego, su amigo mayor y el recién nacido Felipe tras el golpe de Estado de 1973.

Rodeada de recuerdos, fotos, cartas, recortes de diario y filmes de Diego, Magaly rememora las buenas épocas, esas cuando eran jóvenes y se conocieron en Chile después de que él decidiera quedarse, eclipsado por el buen andar del cine en el país. También enganchado por sus amigos

Raúl Ruiz, Aldo Francia y José Román. Pero según Magaly, hay algo que fue un imán aún más fuerte: el buen humor del chileno, en una época donde además todo parecía posible.

Llegado a Chile para el primer Festival de Cine Nuevo Latinoamericano de Viña del Mar (1967), el amor con Chile sólo pudo ser quebrado por la nube negra, polvorienta y asesina de la dictadura militar. Pero Chile siempre quedó en su memoria, como también quedaron las amistades que permanecieron.

Así es como Magaly recuerda a su esposo, a su gran compañero, al gran camarógrafo, un esencial del cine chileno que vino del otro lado de la cordillera. Fue en Argentina donde se formó con el gran Fernando Birri en la famosa Escuela de Cine de Santa Fe. Ahí llegó como siempre fue: un hombre callado, tímido, que se guardaba lo peor para no hacer sufrir a sus cercanos. Siempre prefería hablar más a través de imágenes del lente de su cámara de fotos o la de cine, en donde su mirada siempre buscó poner en el centro al hombre común, trabajador, a ese auténtico, a esos que se ven en Valparaíso mi amor y en Tres tristes tigres.

Así era Diego Bonacina, así lo recuerda Magaly en este relato.

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Bonacina en el rodaje de «Tres Tristes Tigres»

 

Inicios en Santa Fé

“Él como vivió murió, era demasiado humilde para un sistema donde tu tienes que mostrarte, hacer boato. Él no era así. Nació el 3 de marzo de 1943, era hijo de pequeños campesinos, de tierras heredadas de los abuelos, en la provincia de Santa Fe y por distintas casualidades termina viviendo en la ciudad. Ahí, por ser un niño campesino lo molestaban bastante y se retiró antes de terminar la secundaria. Fue entonces que se metió directamente a la Escuela de cine de Santa Fe, cuando la dirigía Fernando Birri, cuando recién estaba comenzando a funcionar y de a poco se constituía como el lugar en donde estaba naciendo todo lo nuevo que vendría después. Pero Diego no podía ingresar sin terminar la secundaria y comenzó como un hacedor, asistiendo en lo que se pudiera. Su padre convenció a Birri para que lo aceptara diciéndole que Diego tenía intereses artísticos, entonces lo obligó a tocar frente a Birri el acordeón. No tenía nada que ver, pero su papá insistió y Birri no pudo decirle que no. Así, de a poco, se transformó en alguien muy brillante, en uno de los estudiantes más brillantes. Era muy intuitivo, muy trabajador y observador. Comenzó sacando fotos. Sacaba fotos todo el tiempo entre la gente de la ciudad, de su pueblo, de hecho en la película Los inundados hace un pequeño papel de fotógrafo. Así se relacionaba con la gente del pueblo, los conocía de verdad y esa mirada es la misma que aparecerá en las películas en las que trabajará. Es cosa de comparar sus fotos y las imágenes de las películas.”

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Foto de Diego Bonacina, mientras estudia cine en Santa Fe.

El amor en Chile y por Chile

Diego llegó a Chile durante el primer Festival de Viña del Mar, el año 67. Venían muchos argentinos ahí, como Fernando Birri, Raimundo Gleizer y Jorge Cedrón. Frente a una terrible situación en Argentina, en donde había ocurrido ese mismo año el golpe de Onganía, que fue un gobierno lleno de represión hacia los jóvenes y sus ansias de cambio, Chile y ese festival era el lugar en donde todos anhelaban ir y luego quedarse a vivir. Le encantaba la bohemia, caminar, turistear, conversar. Charlar, hacer chistes. El chileno es muy ingenioso, es divertido cuando quiere, eso le encantó y decidió quedarse a vivir. En el Festival además estaban Aldo Francia, Miguel Littin, Raúl Ruiz… Él llega al festival y decide quedarse. Fue entonces donde arma una gran amistad con Raúl Ruiz, con quienes ya se conocían desde la Escuela de Santa Fe, adonde Raúl había ido a estudiar durante un tiempo. Fue por entonces también donde nosotros nos conocimos. Yo lo acompañaba a todos lados, siempre juntos y así vi como re-hacían el cine chileno. Era una vivencia tan linda, gente tan convencida de lo que estaba haciendo.”

Raúl Ruiz, el amigo y los tigres

“Cuando Diego se radica en Chile, Raúl lo invita a hacer el Tango del viudo, una película que nunca terminaron, pero en donde comprobaron su buen fiato. Eran jóvenes de 23, 24 años, y a esa edad estaban marcando el paso del cine chileno. Marcando realmente el paso. Por ese tiempo, Diego vivía como podía en Chile y Raúl por entonces hacía películas en cooperativa, pagaba lo que podía, así que por eso mismo invitó a Diego a vivir a su casa un tiempo.

“En ese tiempo habían muchas películas chilenas, pero el verdadero cine lo hace Raúl, fue entonces cuando hicieron Tres tristes tigres. Como yo acompañaba siempre a Diego a los rodajes vi como trabajaban juntos. Era una simbiosis perfecta, eran iguales, no hablaban mucho, pero se entendían por completo. Era maravilloso. Se iban a un rincón y conversaban, planificando lo que iban a hacer. Era tanto esa complicidad que los actores (Nelson Villagra, Shenda Román, Luis Alarcón), se molestaban un poco.

“Recuerdo perfectamente cuando se rodó la escena de las botellas, esa escena maravillosa. Lo conversaron a solas un rato y Lucho Alarcón le decía a Shenda: ‘qué estarán hablando ya los hueones’. Pero ellos lo tenían todo pensado. Raúl conversaba y pensaba mucho las cosas, claro, con tomateras entremedio, mientras que Diego sabía como llevar a imagen esas ideas, con una humildad inimaginable. De esas conversaciones salían cosas como el paseo de los curados, que era como el de la cueca chilena. Todas esas cosas yo vi como nacieron, las viví muy profundamente con Diego.

“Después la película tuvo muchos problemas, problemas con el laboratorio porque las copias salieron negras y el sonido no se entendía nada. Faltaba gente que supiera más para esos trabajos. Aún así la película funcionó. Nadie pudo había reflejado más el lumpen chileno que Raúl. Después ellos se distanciaron un poco, porque todo el mundo quería trabajar con Raúl y se rodeó de mucha otra gente, además Raúl quiso hacer una película donde quería que Diego compartiera la fotografía con otra persona y Diego le dijo que no. A Raúl no le gustó mucho eso y ahí hubo un corte entre los dos”.

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Raúl Ruiz y Diego Bonacina, en el rodaje de «Tres Tristes Tigres».

Valparaíso y Aldo Francia

“Luego vino Valparaíso mi amor. Una de las cosas que más me ha emocionado ver, es cuando Diego realizó esa escena inicial de Valparaíso mi amor. Yo estaba recién en pareja con él e iba a verlo los fines de semana. Con esa escena del escape por los cerros, Diego dejó su huella. Aldo Francia siempre fue un agradecido de Diego, sabía que Diego con su sapiencia, su mirada, le estaba dando un valor sumamente grande a la película.

“Bueno, ese cariño y hermandad siguió hasta la muerte de Aldo. Recuerdo siempre que en pleno período de Pinochet, Aldo fue invitado a un homenaje en el Festival de Cine de La Habana. Él ya estaba bastante afectado por el parkinson y aceptó viajar, pero puso como condición pasar a ver a Diego a Buenos Aires. Fue un reencuentro algo triste por el estado de Aldo, pero donde se llenaron de recuerdos felices. Aldo se quedó en nuestra casa, aquí en el departamento, y recuerdo que su mujer me dijo: ‘hace años que no veía a Aldo tan feliz’. De hecho, su entusiasmo fue tal, que le dijo a Diego que quería hacer otra película con él. Pero su estado ya era grave y le costaba mucho hablar”.

El sueño de la UP y el dolor de los golpes

Diego se dedicó después a la docencia, sobretodo trabajó en eso en la Escuela de Cine de Viña, que había formado Aldo Francia y en donde comenzó a hacer clases en 1969. También comenzó a trabajar en los noticiarios de Chile Films y en algunos documentales. Para las elecciones de 1970 estuvo bien metido en la campaña para que ganara Allende y luego participó de la promoción del gobierno. En esas campañas como aquella en donde se llamaba a comer merluza. También en un documental que se intentó hacer sobre Isla de Pascua y en la campaña de nacionalización de la ITT.

“Por ese entonces, también realizó ese bello documental con José Román llamado Reportaje a Lota, en donde se mostraba la gente que trabajaba ahí, a los mineros, de una manera directa y real. Ese documental terminó ganando la Paloma de oro en el Festival de documentales de Leipzig, Alemania. Fue un trabajo muy hermoso que hizo con José, con quien habían forjado una fuerte amistad, real, la que siempre perduró. José era un director de alma como Aldo. Además, esa película fue una demostración del talento de Diego. Él mismo creó una moviola para editarla, así con carretes de madera, todo artesanal, a puro tesón.

“Entremedio, quedaron varios trabajos truncados, como el proyecto de hacer una película sobre Balmaceda, con Fernando Balmaceda. Pero nunca fructificó y ya eran tiempos complicados aquellos. También hizo la fotografía de la película de su amigo Enrique Urteaga, Operación Alfa. El último trabajo grande que hizo antes del golpe.

“Como a todos, el golpe militar fue duro para nosotros. Teníamos dos hijos pequeños y ambos éramos activos partidarios del gobierno, yo era simpatizante comunista. Todo se vino abajo. Diego cayó detenido en el Estadio Nacional y como era extranjero lo sacaron. De ahí a la embajada y luego en avión a Buenos Aires. Pasaron unos años y luego el año 76 se vino el golpe en Argentina y Diego volvió a caer preso por causa del Plan Cóndor. Acá fue más duro. Diego estuvo dos años preso.

“Callado, como siempre lo fue. Reservado con las cosas terribles, nunca contó su pasar por ambos centros de detención. Si acaso lo torturaron, los posibles abusos, nada de eso nos contó jamás. Si ayudó a otra gente que se vino de Chile a Argentina, si salvó películas (como se dice sobre La Batalla de Chile, que él salvó negativos), menos. Habían muchas cosas que él no me dijo, para protegerme. No te digo que él era un guerrillero o algo así. Pero hubieron muchas cosas hermosas que él lo hacía anónimamente.”

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Diego Bonacina, durante un rodaje en la década del 80.

El lejano Chile y la injusta muerte

“Fue difícil una época. Intentó cosas, hizo una película con Eliseo Subiela, la primera de él, La conquista del paraíso. Pero todo era esporádico y frágil. Trabajó en otras películas, algunas en cooperativa, la mayoría fracasos.

“A Chile sólo volvimos después de visita, nada real, en verdad nunca nos planteamos volver a vivir allá, sólo en un principio existió la idea, pero luego se sabía que las cosas estaban bien distintas en Chile. Algunas amistades permanecieron, como la de Pepe Román, que ya estaba más dedicado a la crítica y a la docencia. Existieron algunas ofertas para trabajar en cine, como Miguel Littin que le ofreció a Diego trabajar con él en Acta general de Chile, pero Diego se negó. Circulaban muchos proyectos, pero además nunca nada se concretaba. Tuvo conversaciones con Valeria Sarmiento, por ejemplo, como también tuvo la posibilidad de hacer cursos en San Antonio de los Baños en Cuba. Pero Diego no buscaba el éxito, no buscaba figurar y hay una anécdota que lo grafica de cuerpo entero, fue durante el Festival de Viña del Mar en el año 93, un año antes de su muerte.

Se hizo un homenaje a realizadores argentinos y empezaron a nombrar a los homenajeados, creo que estaba hasta Leonardo Favio y nombraron a Diego, quien arrancó grandes aplausos. Entre la fila de gente homenajeada, el que estaba al lado de él le dijo: ‘¿y ese quién es?’.

“Llegó 1998, Diego presidió una fundación ecológica en Argentina, en donde formaba parte desde 1992. Era justo en su natal Santa Fe. Era un proyecto sobre una isla, en donde había que hacer unas plantaciones y Diego registraría aquello, incluso hizo hasta unas cámaras aéreas sobre un helicóptero. Era un proyecto que lo tenía muy contento. Por entonces tenía bastantes problemas con la presión, estaba fumando mucho, tomaba cerveza. No se controlaba mucho. Fue por allá que le vino un derrame cerebral y se fue. Justo allá en Santa Fe. Ahí se fue.

“Hasta hoy recuerdo lo que me dijo Pepe Román cuando supo la noticia: ‘se me murió el único amigo que tuve’”.