Cuentos sobre el futuro, de Pachi Bustos
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Los Prisioneros, a pesar de cierto resentimiento efectista de algunas de sus letras, sintetizaron con elocuencia un determinado estado de las cosas a modo de banda sonora de una generación que, sin embargo, parece terriblemente atemporal, en su himno-canción El Baile de los que sobran: “Tus amigos se quedaron igual que tú, este año se les acabaron los juegos…(…) A otros enseñaron secretos que a ti no, a otros dieron de verdad esa cosa llamada educación…(….) Hey, conozco unos cuentos sobre el futuro, hey el tiempo en que los aprendí fue más seguro”.

Cuentos, meros cuentos fantasiosos están contenidos en el puñado de aspiraciones infantiles e inocentes que emergen desde el material archivo de un taller de video realizado en los ‘90. Sin quererlo, ni sospecharlo aun, claro, toda esa ilusión queda encapsulada para ser confrontada hoy, cuando se acude al presente en un profesional HD, donde se plasma hasta qué punto la asincronía social progresa y se ratifica en todas las esferas. Uno de los estudiantes y monitoras del taller realizado hace dos décadas ya, en la población Los Navios de La Florida, fue Pachi Bustos, hoy la directora de estos Cuentos sobre el futuro, su tercer documental, donde al parecer nadie sobra ni baila.

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El material en vhs del noticiero infantil Chinoticias resulta clave cuando comenzamos a acompañar el presente de cuatro de esos niños, actualmente adultos-jóvenes con hijos, con trabajos inestables o sin proyección. Los que incluso cuando se obtienen son derechamente enajenantes y que, luego, con una irritación contenida son asumidos a falta de otras competencias o alternativas mejores. Si alguna vez existieron las herramientas para que aquellos cuentos se volvieran profesiones o proyectos dignos de las capacidades que toda persona puede desarrollar con los estímulos necesarios, claramente ya se esfumaron. Paso a paso (y peso a peso) ingresando a un nuevo ciclo vital, estos cuatro adultos van saliendo adelante, verbalizando ciertos aprendizajes y verdades que nadie les transmitió, reconociendo falencias con autocrítica pero siempre rebosantes de una dignidad nunca lastimera. Los protagonistas, notoria y precozmente envejecidos por su situación educacional-económica (muchos no acabaron el colegio), dejan entrever anhelos que a su vez algunos van materializando; ya sea una casa propia (mediagua), la operación al labio de un hijo, una especie de educación reactiva para con una hija que madura, o afiatándose con una nueva, propia y mejor familia (es decir, casarse y encender nuevamente la mecha de una generación que busca afanosamente no parecerse a todo lo ya visto o vivido).

“Mírate en mi espejo, no quiero que seai como yo”, sintetiza con una directa pedagogía la joven madre, a su hija pre-adolescente.

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Justo sería decir que es una película hermosa y triste a la vez, además de justa y madura en como asume lo que no afirma pregoneramente, pero que si proyecta en su tratamiento admirablemente no invasivo.Para nada es un detalle que la directora haya retomado la relación iniciada veinte años atrás y ésta, entonces, logre luego un fiato que tal vez no se hubiese logrado proyectar desde cero. Es decir, sin tener un pasado en común y el material de aquel noticiero -que incluso de calidad amateur y contenido en apariencia intrascendente-, sugiere un enlace directo hacia una especie de “paraíso” perdido, por encerrar y hacer asumir desde el presente la inconsciencia experimentada en aquel momento sobre un futuro colmado de posibilidades, y que el espectador digiere con la incomodidad de un augur impotente.

Aunque la reflexión que se suele concluir respecto a la inequidad, la falta de educación y de oportunidades indica como responsable a algo que se vuelve tan abstracto y majaderamente volátil como “la sociedad”, algo específico filtra Cuentos sobre el futuro al identificar, en momentos puntuales, la figura de una persona. Por ejemplo, la de un padre (hoy un mal abuelo, además) que alcoholizado y suspendido en el tiempo se transforma en una reminiscencia nefasta y por ello altamente responsable de gran parte del atribulado presente. Sin duda que se orbita en torno a esta figura y hasta sirve como referente a considerar para superar, e incluso suprimir.

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Si existe ficción con sabor a verdad que entretiene, engaña y moviliza las neuronas en dosis razonables, como La Nana, Cuentos sobre el futuro se gesta como artefacto documental con sabor a qué entonces. ¿Qué más real que lo real sin parecer un registro llano y aséptico? Sería engañoso considerar esta película como un registro hiperrealista acotado, ordenado y manufacturado con un virtuosismo que funciona meramente en una pantalla oscura que redituará el buen trabajo dedicado. Ahí lo intimidante de su inasible categorización (ética incluso), por no encontrar en el largometraje de Bustos una película tal como se supone que debería ser como “producto” de base social, espectacular en lenguaje y discurso –repulsivo e incontinente como lo que hace Sepúlveda/Adriazola o críptico y cínico como lo de Perut+Osnovoff–. En la forma de abordarse cada escena, y por ende como un todo en su homogéneo despliegue –a pesar de su musicalización protectora que boicotea la emoción–, no pretende dar giros insospechados e “inteligentes”, ni emociones superlativas o, menos aun, zonas donde se anatematice algún demonio (como en el antiguo teatro purificador donde –para la tranquilidad del espectador– los actores se bajaban del escenario y todo volvía a la normalidad a pesar de las risas o los llantos). En Cuentos sobre el futuro aquella normalidad que -aún en desarrollo y sin un desenlace descollante ni aleccionador– parece evidenciar aprendizajes aplicados y de validez transversal, pero que igualmente tiende a sacudir nuestra idea constante y algo narcotizante que nos recuerda lo prósperos y eficientes que nos hemos convertido como enjambre, y donde más de alguien a quien esta periférica realidad le haga ruido, considerará las vivencias aquí hábilmente organizadas como detalles que siempre han existido que no deberían trancar el firme paso de un organismo más saludable que ayer y tanto mejor en algún futuro.

Progresivamente se me ha figurado cada vez más ruidoso el hecho de que en torno a la categoría de lo documental los “actores sociales” (como a veces son denominados) no reciban una justa remuneración, ya sea por el tiempo usufructuado (casi nunca es poco) o la intimidad escarbada que luego es moldeada como arcilla vía funcionalidad cinematográfica, aunque, claro, el realizador -siempre noble- buscará rescatar la dignidad, la resiliencia y la verdad. Se suele decir que eso (un monto, incluso uno simbólico) podría escandalizar, ofender, poner en peligro, desnaturalizar o perturbar la relación y la realidad abordada. Cuentos. Parece ser una cómoda justificación para simplemente eludir una parte de un presupuesto (con los años más subvencionado, más amortizado, mas acurrucado; por todos los chilenos) que otros formatos o realizaciones sí consideran como trabajo, por ética profesional, por sentido común o en último caso por vergüenza ajena.

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¿Porque no comienza por casa la lucha contra la desigualdad o inequividad? ¿Por qué un sujeto –que tal vez por falta de carácter o conocimiento y tentado a aparecer en la tele– debe poco menos que sentirse bendecido cuando una divinidad vocera se “interesa” por su caso/situación? ¿Sabe acaso este “personaje” que su vida será materia prima para quien sabe qué resultado y quien sabe qué dividendos en foros de comercialización y mesas de negocio?

Tal vez nunca lo sepan, porque convenientemente nadie se los aclarará; el resultado puede potencialmente llegar a ser tan aplaudido y bien vendido por su cuota de “espontaneidad” o su magistralmente dirigida no-actuación, que una invitación a la avant-premiere y un cóctel barato debería bastar y sobrar para los tan útiles, queridos y respetados personajes (ex-personas).