¿Cuándo tendremos Ley de Protección al cine chileno?

CADA cierto tiempo, y en forma muy misteriosa, corre por el ambiente un rumor: «En la Cámara de Diputados se está resolviendo sobre el futuro del cine chileno»… Y quien anuncia tan fausta nueva lo dice con sordina, calladamente, a lo amigo, para que nadie se entere. Y en este juego, que se repite numerosas veces a lo largo de un año, nos hemos llevado por mucho tiempo. Parece que los propios interesados en que se legisle de una vez por todas temen que las informaciones de prensa alarmen o pongan sobre aviso a los opositores a la ley (exhibidores, en una palabra), quienes podrían ejercer su influencia para que no se proteja legalmente al cine nacional, a expensas de sus negocios.

Pero, por favor, ¡digamos las cosas con franqueza! La gente de cine habla de soslayo, se lamenta de omisiones, se queja porque el proyecto de ley no es exactamente como el que cada uno soñó y, finalmente, se separa en barricadas enemigas, haciéndose infantiles zancadillas que a nada conducen. La solución esta en formar un gran frente común, que muestre con valentía la cara. Así la lucha por la ley del cine dejará de ser privilegio de algunos iniciados que saben dónde y cómo se debe, políticamente hablando, conseguir el   favor   de   los  parlamentarlos.  Tenemos entendido que en un proyecto de la magnitud y de la importancia de le Ley de Protección al Cine Nacional no debe haber banderas políticas ni partidistas. Aquí se están poniendo en juego, no los intereses de un grupo, o de varios grupos, sino el destino de nuestra cultura, la simiente del respeto por nuestra nacionalidad, el porvenir de un pueblo que quiere y tiene que conocerse. Y bien, sabemos que nada es mejor que el cine para cumplir con los postulados que acabamos de enunciar.

Si seguimos así, nos perderemos en discusiones inútiles, de largas polémicas, de cuchicheos, de reuniones misteriosas, de dimes y diretes… de caras largas y amargadas que, en vez de contribuir a crear un clima favorable a la ley, no hará sino entorpecer el buen entendimlinto entre parlamentarlos y cinematografistas. Hace algún tiempo surgió un organismo que invitó a unos parlamentarlos para hacerles ver que el proyecto de ley en estudio estaba plagado de errores y que debía estudiarse otro cuerpo legal. En vísperas de la citada reunión, nos encontramos con un joven diputado, quien se mostró desconcertado ante la actitud de los cinematografistas. Temeroso de no contar con los medios de información necesarios para emitir un voto justo, el Honorable parlamentario optó por lo mejor abstenerse de ir a esa asamblea. Pero en su ánimo quedó grabada la enconada pugna que divide a los cinematografistas. Esto nos parece el colmo, y es hora de que lo digamos con el mayor énfasis. No culpamos a nadie, sino a todos. La batalla por la Ley de Protección al Cine Chileno debe librarse y ganarse en un esfuerzo común. La iniciativa debió haber partido de los interesados, pero en vista de que no ha ocurrido así, nos vemos en la obligación de desafiar a loa cinematografistas nacionales para que provoquen reuniones permanentes y periódicas, para ir conociendo paso a paso el camino que lleva la ley que a todos nos interesa. Por lo demás, es posible que la presente  crónica sea absolutamente inoportuna. Si hemos cometido ese pecado, que se nos perdone, pues ello estaría demostrando que tenemos la razón, pues las batallas se están librando en completo silencio. Y ya está visto que ésa no es la mejor política a seguir.

En torno al cine nacional hay un pánico, un terror angustioso. Ello es consecuencia de un largo periodo de pruebas, sin medios técnicos y sin ninguna orientación nacional. Pero las cosas han cambiado radicalmente. Mientras tanto, Chile madura en todo orden, y muy en especial en el aspecto artístico. Ya no se trata de decirlo por hacer cumplidos. Es la verdad, demostrada con creces por los triunfos alcanzados en el extranjero: músicos, directores de orquesta, cantantes líricos y populares, conjuntos de ballet y de teatro, no han hecho sino conquistar en el primer intento la admiración de nuestros vecinos continentales. ¿Es simplemente casualidad? Por cierto que no. Estamos hablando en forma absolutamente objetiva: hoy podemos afirmar con orgullo que Chile cuenta con un destacado contingente de autores, actores, técnicos y directores que, desde todas las ramos del arte, podrían colaborar eficazmente para transformar nuestro cine en un movimiento tan decisivo (y aún mucho más por su alcance universal) como los teatros universitarios, el ballet, las orquestas sinfónicas, etc. Hasta hace poco, cuando se hablaba de las posibilidades cinematográficas de Chile, se mencionaban (nosotros, entre ellos) el paisaje, las costumbres y la belleza de nuestra tierra. Hoy tenemos algo más que la naturaleza: tenemos los creadores capaces de exaltar las virtudes de este pueblo y esta tierra. A nadie puede dañar una sólida industria fílmica nacional. No hay intereses, por respetables que parezcan a primera vista, más importantes que los que conciernen a toda la sociedad. Y el cine está al servicio de ella. ¿Por qué ponerle mezquinas barreras? Chile necesita una industria cinematográfica, y para ello es imprescindible que se legisle cuanto antes en su favor.