“Vida de Familia” de Alicia Scherson y Cristián Jiménez
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El cine chileno nos ha dado en los últimos años una serie de personajes masculinos difíciles. Conflictuados, infantiles y sin determinación. Desde el seductor mayor interpretado por Sergio Hernández en Gloria, hasta el “niño bien” de Aquí no ha pasado nada, pasando por los protagonistas de Las cosas como son, Iglú y  Soy mucho mejor que voh’ por sólo nombrar algunos, es evidente que la masculinidad -o por lo menos su representación en el cine chileno- está en crisis. Ahora Vida de Familia nos ofrece un nuevo espécimen más que agregar a esta lista.

El filme co dirigido Alicia Scherson (Play, Turistas, El Futuro)y Cristián Jiménez (Ilusiones Ópticas, Bonsai, La voz en off) fue además co escrito por ellos junto a Alejandro Zambra, autor también del cuento en que se basa la película. La experiencia y habilidad de ambos cineastas es evidente en la puesta en escena del filme. La película está correctamente filmada y tiene una propuesta visual y actoral muy coherente con el sentido de su historia.

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Es invierno en la capital, un matrimonio joven y su hija pequeña van de viaje por un par de meses a Francia y dejan su casa y su gato al cuidado de un primo lejano del esposo. Este personaje –sin trabajo ni ambiciones conocidas- se instala en este espacio construyéndose allí una identidad falsa con la que seducirá a una hermosa madre soltera, armando así su propio y temporal modelo de familia. La cámara nos deja observar el ir y venir de los personajes sin sobre énfasis visuales, ni grandes acentos dramáticos. Todo está teñido por esta luminosidad que otorga el sol del invierno, la luz es cálida, pero la imagen no deja de ser gris tal como Santiago en invierno.

El protagonista del filme -interpretado por Jorge Becker- parece estar en un desconcierto constante sobre su lugar en el mundo, aunque parece llevarlo con bastante comodidad. Cuando aparece, el espectador tiene tan poca información sobre él como los dueños de casa. No es especialmente amable, más bien se mueve apático -excepto con la mujer de su primo- y cuando ya se queda sólo observamos que no muestra ningún respeto ni por el espacio, ni por los habitantes de ese hogar prestado. Más adelante, cuando conoce al personaje interpretado por Gabriela Arancibia, se inventa una vida ficticia para explicar su presencia en esa casa. No hay nada celebratorio en este “vivir el momento” del personaje, su desorden y sus mentiras parecen ser producidos por la inercia.

Y aunque la escena es interesante de observar esa apatía del personaje también se le contagia al espectador, ya que es difícil establecer algún tipo de conexión -ni siquiera negativa- con el personaje. Lo contrario sucede con los personajes femeninos de la película, tanto Blanca Lewin como Gabriela Arancibia construyen sus secundarios con fuerza y atractivo y sus apariciones dotan de una dinámica a la narración que la hace más amable.

Es interesante observar que hay ciertos modelos de personajes masculinos y femeninos que -consciente o inconscientemente- se están repitiendo en los discursos de cierto cine chileno. Cuanto de ello es representación de la realidad de nuestra sociedad actual, es cosa de observar y comparar.