¿Porqué hablar del cine de la Unidad Popular?

Esta noche, cuando acaricien a sus hijos,
cuando busquen el descanso,
piensen en el mañana duro que tendremos por delante,
cuando tengamos que poner más pasión, más cariño,
para hacer cada vez más grande a Chile…
(Salvador Allende, madrugada del 5 de septiembre de 1970)

El motivo principal para este especial es recordar, a través de los 50 años del triunfo electoral de Salvador Allende, cómo el proyecto socialista de la Unidad Popular fraguó una conciencia dentro de la realización cinematográfica nacional de la cual existen muchas referencias. Ellas oscilan entre, por un lado, el romanticismo de haber alcanzado quizás una cumbre cualitativa, o al menos intencional, de construir un cine al fin propio y auténtico y, por otro, el proceso de un cine extremadamente ideologizado que truncó o hizo fracasar el desarrollo de un movimiento (el llamado Nuevo cine chileno) que había arrojado luces en la década anterior.

No es nuestra intención (sería desmedida) dilucidar o limpiar estas discordancias, pero sí dar una mirada a un período que en sí mismo, y no sólo por el proceso político-social que trajo el triunfo de Allende, merece una atención especial dado el compromiso y conciencia que tuvieron los realizadores de la época en cuanto a establecer líneas para un proyecto fundacional en nuestro cine. Una idea que en algunos sectores iba aún más allá, y se habló de imponer al cine como una columna clave de un desarrollo cultural que fuera de la mano del proceso de cambios sociales.

Aún así, se podría calificar este especial como producto de un exagerado afán romántico por este período. Y sí, algo de eso hay, pero más que nada nos convoca el ensanchar nuestra labor enciclopédica de un período que, para bien o para mal, marca claramente un momento único en nuestro cine dado las discusiones y ambiciones que rondaban, momento que se inicia con la confección del llamado “Manifiesto de los cineastas de la Unidad Popular”.

Acá nos centraremos en las películas más que en una lectura más analítica del período, además este especial busca también cubrir, dentro de lo posible, el difícil acceso a ver estas películas. Porque si bien algunas son posibles de ver en ciclos y programaciones especiales, y también circulan de manera no oficial en circuitos cinéfilos, hay bastantes que sencillamente han desaparecido como El Benefactor.

En él también buscamos instalar las diversidad y discusiones que el proceso encerraba, con diversas visiones artísticas que tenían como ejemplos extremos el excesivo afán didáctico y concientizador de un documental como el filme argentino La hora de los hornos por un lado, y por otro el “peligrosamente” dinámico y algo maqueteado para la crítica, cine de Costa-Gavras, quien justamente filmó en esos años Estado de sitio en Chile. También las divergencias en cuanto a lo que significaba hacer un verdadero cine “revolucionario” (donde el Manifiesto serviría de marco en primer término), el cual captara la realidad «tal como es» y que ayudara a la concientización del pueblo para la construcción del socialismo. Y en medio de esto, la problemática y las alternativas respecto del papel del artista (en este caso el cineasta), como alguien que provenía principalmente de la alta burguesía y que tenía el deber de fundirse en este proceso y ser un vehículo real para los propósitos del pueblo.

Fue así que convivió el cine alegórico y altamente comprometido con el proceso de Miguel Littin (el principal redactor del Manifiesto), junto al estilizado y a la vez críticos filmes de Helvio Soto quien buscó insuflar un carácter existencialista a sus historias y personajes en medio de tantas certezas. Ahí se vieron los primeros pasos de un Patricio Guzmán que aunque convencido del carácter eminentemente político que debía tener el cine, ya demostraba un instinto único en el documental. Colindante estaba el romanticismo y convencimiento de un Aldo Francia que determinaba, más con una fe metafísica que con certezas artísticas, las claves de un genuino cine revolucionario. Y por último, ya despuntaba el genio de un Raúl Ruiz, el más prolífico y descreído de todos quien denominaba a su cine como un cine de “indagación”, de “reconocimiento” de aspectos incluso negativos del comportamiento nacional. Según él en una de las entrevistas que componen este especial, el cine era la oportunidad para “inventar Chile”.

Así, con críticas, reseñas y entrevistas provenientes de revistas de la época, en donde el acento está situado en Primer Plano (agradecemos la gran labor de memoriachilena.cl por disponer de sus ejemplares). También hay recortes de Mensaje, Ercilla y Telecran que encierra una mirada más global.

Finalmente, esperamos que este esfuerzo cause interés y profundice una curiosidad por el cine de este período, por verlo, hablarlo, analizarlo sobretodo. Esto último es nuestra principal interés, como un portal que no tiene más pretensión que ser una base para otros estudios. Además, no sería para nada anacrónico admirar o re evaluar sus alcances estéticos o ideológicos, ni menos el fervor, compromiso y conciencia de los realizadores de la época, esa “hambre de mundo” y descubridor de esencias que los animaba a crear, es algo que nunca puede ser despreciado ni desechado, menos dentro del ámbito artístico.

De hecho, ese ánimo, que puede llamarse revolucionario, romántico, trasnochado, populista, panfletario, contiene una innegable pasión y arrojo, que por entonces se resumía en la frase que para hacer cine sólo se necesitaba «una idea y una cámara».