Nueva Escuela, de Sebastián Gumera
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Nueva escuela (2011)

La Nueva Escuela de Renca (una suerte de casa-taller-centro educativo comunitario de nivelación, autogestionado y –eventualmente– alternativo) estuvo presente en los medios el 17 de noviembre pasado cuando por orden judicial fue desalojada, por considerarse una ocupación ilegal, y posteriormente arrasada de cuajo vía maquinaria afín, zorrillo, y toda la parafernalia policial imaginable. Con no pocos roces y aun en controversia entre las autoridades municipales que gestionaron la resolución y los pobladores involucrados la escuela o, mejor dicho, el terreno donde estaba emplazada la escuela (hoy terreno tomado y a la vez Nueva-Nueva Escuela) sigue en disputa.

El cortometraje documental homónimo, realizado por alumnos del Arcis meses antes de este desalojo, bosqueja la antesala del acabose a modo de sumaria revelación de los intentos pedagógicos desarrollados en la escuela pero, además, alcanza a constituirse como una pincelada de los vestigios y por ello, incluso, la caja negra del desastre.

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Tal vez sin querer queriendo la organización de lo registrado evidencia sin más vuelta que todo aquel cúmulo de métodos y vaivenes de jóvenes (y no tan jóvenes) docentes nacionales (y un colombiano, al menos) parecen más bien aletazos en medio de un océano de problemáticas incontrolables y al margen de un voluntarioso, comprometido y a veces, también, errabundo quehacer. A partir de situaciones periódicas de clases mas o menos tensas con alumnos mayoritariamente apáticos (casi obligados) pero expresamente libres de usar capuchas, viseras, audífonos y celulares, de las reuniones entre profesores de poncho, dreadlocks y pañoletas arabescas y de otras actividades manuales varias (de imaginario Okupa) el cortometraje va dando una idea del síndrome que padece el lugar y que parece ser cotidiano y por ello mismo buscado; de esta manera y, por lo tanto, en latente agonía y más bien con pocos resultados visibles que puedan trazar rutas mejores.

Una profesora joven certeramente revela parte del dilema que repercute, luego, necesariamente, en el aula: “Nosotros les hemos vendido el tema de la Nueva Escuela como la alternativa”. Otro profesor, más directo con el simulacro modelo en desarrollo sentencia: “¿Qué hacemos con los cabros?, está claro, hay que ver si los vamos a reciclar y nos van a servir para que empecemos a trabajar con ellos en otra cosa…pero no sé si tenemos las capacidades”.

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Parece razonable creer que lo nuevo debe necesariamente verse -o parecer- diferente de lo viejo. Así al menos adquiere sentido el adjetivo que tiende a usarse –muchas veces–  marketeramente en torno a cuanto producto o iniciativa que se promueva, sea (o no) verificable esta propiedad. No queda claro hasta que punto, o donde radica, específicamente el sentido práctico y sostenible de pregonar algo eventualmente “Nuevo” sin una solidez fehaciente y premeditada que apunte a la continuidad que cualquier causa social o individual requiere. Finalmente aquello que se vende (u ofrece sin costo, en este caso) como nuevo termina resultando un servicio no solo defectuoso sino un ejemplo nefasto para cualquier iniciativa parecida que acuñe lo novedoso como epítome, cuyo trasfondo real tal vez no sea más que un cúmulo de buenas intenciones precaria e irresponsablemente implementadas.

“Creo que los métodos pedagógicos que usamos de profe a profe son distintos y no tenemos un mínimo común denominador” razona un profesor treintón en el documental.

Finalmente:

“¿Cuáles serian nuestros objetivos como escuela? No sé po, yo me vengo recién integrando….Quizá entendemos cosas distintas….De repente preguntarnos eso también po’ ¿Qué entendemos nosotros por educación popular?”, complementa otra profesora, lo que parece ser la síntesis del cuerpo docente a cargo de estos jóvenes en, ahora, doble riesgo social.

“Quiero estudiar derecho pa’ sacar a todos estos delincuentes cuando caigan presos…”, dice en tono supuestamente socarrón un alumno de la (ex-)Nueva Escuela en el corto Nueva Escuela.

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