Mi nuevo estilo de baile, de Pablo Berthelon
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Los dos documentales dirigidos por Pablo Berthelon tienen un claro fin: el rescate histórico. Un plan, hasta ahora, enfocado en hitos musicales chilenos injustamente olvidados: Rosita Serrano en Rosita: la favorita del Tercer Reich, y Emociones Clandestinas en Mi nuevo estilo de baile. La urgencia de revisitar estas historias, de reivindicar sus calidades artísticas, llevan a ambos documentales a ser construidos bajo aspectos bastante claros: un trabajo de recopilación de archivos siempre excelente, y un guión que se construye sobre la agrupación de entrevistas de personas directamente relacionadas. Esto a veces puede parecer un método visualmente poco atractivo o muy poco “autoral”. Cercano al reportaje televisivo, se les tacha despectivamente a veces a este tipo de trabajos. Pero el cine de Berthelon parece decir que su objetivo es siempre poner el contenido, o los personajes, por sobre algún estilo o propuesta que pueda hacerle ruido al testimonio. Ante tal rescate, o primer paso hacia algo nuevo, el director es eficiente, informativo y, lo más valorable, bastante iluminador.

En el caso de Mi nuevo estilo de baile habría que sumar algo que su anterior trabajo a veces quedaba en deuda: un ritmo atractivo de ver, de principio a fin, gracias a un gran montaje y a la buena elección de los entrevistados. Es probable que este buen andar sea gracias a que todos los implicados en el nacimiento y desarrollo de la historia de Emociones Clandestinas estén vivos y den sus testimonios en pantalla. La sinceridad y carisma de su líder, Jorge “Yogui” Alvarado, junto al resto de los integrantes de la banda, además de testimonios de otros que estuvieron cerca de sus andanzas (como Carlos Fonseca, Claudio Narea y Alvaro España), van formando entonces, sin forzamientos ni artificialidades, una historia que va más allá de dar cuenta de la historia de una banda de los 80.

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Ese rebalse es el que hace destacable a Emociones Clandestinas. Como dice Fonseca (el manager de Los Prisioneros y de Emociones), son contadas las bandas ochenteras dignas de ser recordadas y esa receta va de la mano de dos conceptos: la búsqueda de la autenticidad y su coraje frente a la represión dictatorial. Ante las alegóricas, funerarias y, muchas veces, extremadamente abstractas letras del “Canto Nuevo”, el rock chileno que tomó al punk (y sobre todo a The Clash) como referente esencial en sus propuestas, vino a decir las cosas por su nombre. Los ánimos necesarios para esta lucha no fueron menores, exigiendo algo más que talento musical. Había que poner sangre y sudor. Para Emociones Clandestinas, además, había que sumar además el esfuerzo de ser un grupo de provincia que debía viajar a Santiago para instalarse como referente.

Como resultado queda un disco notable (Abajo en la costanera, 1987) y un hit incombustible (Un nuevo baile). Pero “el borrón y cuenta nueva” del regreso a la democracia dejó de lado esta historia que merecía algo más. Frente a esto, Pablo Berthelon recupera con justeza la pulsión punk de la banda y, además, esa auténtica pasión que los colocó por sobre la media.