«Madre», de Aaron Burns
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Madre (2016)

El peor estreno chileno del año pasado, Argentino QL, demostró que era posible tener éxito financiero con una cinta que estaba repleta de odio, un completo despecho por cualquier persona que no fuera el horrible protagonista trasandino. Por sus interminables minutos discurrían “chistes” y situaciones que se regodeaban en su machismo, misoginia, odio hacia el sobrepeso y, lo más sorprendente, en su xenofobia explícita hacia peruanos o cualquier latinoamericano que no viniera de las “blancas” tierras de Chile y Argentina. Aunque Madre no llegará a ser el peor estreno chileno del año (Libertad ya fue estrenada y aún queda mucho año por delante), sí se siente como una continuación de un sentimiento de conservadurismo tanto político, como social y estético, el cual se desprende de cada escena y de su núcleo narrativo negativo. Es un reacción exagerada ante la mal llamada cultura de lo políticamente correcto, que está lejos de ser la norma de la cultura.

Diana (interpretada por Daniela Ramírez) está embarazada de algunos meses, pero ya es madre de Martín, un niño con autismo severo, pero que bien podría ser interpretado como un increíble retraso mental debido a la caricaturesca interpretación de Matías Bassi, que consta de gruñidos ridículos y atontados aspavientos, que parecen ser más burlescos que honestos en la representación de un serio problema de muchas familias. A Diana le resulta cada vez más difícil tratar con la enfermedad y los cuidados de su hijo, sobre todo a medida que avanzan los meses de gestación, hasta que aparece Luz, una inmigrante filipina que trabaja en un supermercado que logra calmar a Martín en un ataque que la madre no es capaz de controlar. Diana discute con su esposo (Cristóbal Tapia Montt), que pasa viajando a Asia por negocios, sobre la necesidad de contratar a Luz como la nana de la familia.

El director debutante de esta cinta, Aaron Burns, no es chileno, pero ha tenido una larga carrera como asistente de dirección, montajista, encargado de efectos especiales y camarógrafo en diversos proyectos en Estados Unidos. Es con la realización de Green Inferno, dirigida por Eli Roth y producida por Nicolás López a través de Sobras, que Burns empieza a tener un papel tanto detrás como frente a las cámaras en las producciones tanto internacionales como nacionales de la productora. Es por su mismo origen, norteamericano-afroamericano-latino, que resulta más sorprendente el ángulo proteccionista-aberrante con el que la película se abandera. La sospecha del espectador y de la madre de que Luz podría tener una influencia negativa en Martín forma parte de la tensión, y uno espera que en un mundo poscolonial como el nuestro esto no sea más que eso, una sospecha que deviene de un racismo que hay que extirpar, pero no es así.

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Dejemos de lado los saltos de lógica que son esperables dentro de una cinta de género de terror y suspenso, así que no se discutirá que el idioma de Luz tiene una especie de poder especial en el cerebro autista que logra que este no sólo se calme, sino que también vaya mejorando, haciendo que Martín sólo entienda y hable filipino. La cinta viene a expresar la idea del descontrol de la maternidad, la idea que una madre no es madre a menos que se preocupe realmente de sus hijos, que les dedique todo el tiempo y aquella que lo deje en manos de otras personas podrían estar dando cabida a la crianza de un literal demonio, sobre todo si hablamos de nanas extranjeras. Uno quiere creer que la posición será otra, que es esa mirada la que será criticada, pero queda claro que no en la primera escena en que la protagonista comparte con su mejor amiga, interpretada por Ignacia Allamand, donde explica la manera en que descubrió que su propia nana extranjera le robaba.

Para ser una cinta con ínfulas de suspenso y terror, su estética continúa la del resto de las películas de Sobras (Sin Filtro, la trilogía Que Pena…), poniendo la claridad de la imagen, su luminosidad y planitud, por sobre cualquier intento de contraste o búsqueda estética que podría entregar detalles o riqueza a los planos en cuanto a lo que podrían narrar. Hasta las películas más aburridas de género tienen algún tipo de propuesta de dirección que va más allá de la de ser eficiente en el uso de planos para filmar una conversación y que quede claro quién dice qué a quién, sino que buscamos algún juego con la oscuridad, lo que se esconde, los colores, la música, la idea de que el terror y el suspenso son géneros que dan lugar a imágenes bellamente tétricas. En el ámbito técnico, entonces, la película es tan «impecable» en su realización que termina siendo anónima, donde incluso sus locaciones parecieran venir de un mismo pozo de lugares comunes que la asimila, por sobre cualquier otro género, a la teleserie nocturna o de la tarde, y por ende, tan superficial como ellas en su estética y profundidad temática.

Sobre la estructura, el filme carece de una articulación adecuada de los giros narrativos, haciendo que buena parte del suspenso de la misma se base en una tensión torpemente ejecutada, donde las sospechas (lamentablemente fundadas) y las continuas desgracias ocurridas a la protagonista eran las únicas piruetas de guión que busca mantener la atención del espectador por sobre cualquier crecimiento de personaje. En fin, Diana empieza a sospechar y no deja de ser el personaje que es desde el minuto quince hasta el final. Sin embargo, los últimos minutos están imbuidos de una energía en términos de montaje como si tratara de desprenderse de la modorra del punto muerto narrativo en que había quedado la cinta. Aún así, ciertas escenas de persecución y horror que podrían haber sido la salvación en términos de género no provocan más que las ganas de que hubiera mucho más de eso, haciendo que uno deseara haber entrado en una dicotomía más interesante que la de los extranjeros contra los coterráneos. Al final, se trata de una narrativa sobre cómo los inmigrantes vienen a tomar nuestros trabajos, a apoderarse de nuestros hijos, expandir su comida, su cultura y luego dejarnos sin identidad, sin un futuro. Una premisa poco amigable para los complicados tiempos que vivimos.