Locas Mujeres, de María Elena Wood
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La continuación de la obra de Gabriela Mistral ha podido ser conocida sólo muy recientemente, gracias al fallecimiento de Doris Dana, su albacea y gracias al justo criterio de Doris Atkinson, heredera de la anterior, que tuvo a bien donar los archivos, cuidadosamente conservados por Dana durante cincuenta años, al estado chileno. De su traslado a Chile pareciera estar hablando esta película y de lo que el archivo devela sobre ambas mujeres. Aunque es más probable que lo que realmente haga la película es prolongar la obra de la poetisa contenida en esos archivos y develar una intimidad nada de fácil, pero que intuía que las generaciones venideras estarían en condiciones de comprender mejor. “Locas mujeres” parece llevar la antorcha final de este sutil proceso de confesión profunda a su estadio final. Y lo hace con la misma delicadeza con que sus protagonistas mantuvieron en vida el recuerdo de lo que las unió.

María Elena Wood, directora también de La hija del general, aprovecha las estrechas posibilidades audiovisuales del material del archivo Mistral y las ventila con el respeto debido a los grandes. Sin embargo lo novedoso puede parecer insuficiente o decepcionante. De hecho hay solo dos breves filmaciones a colores de la Mistral (muy notables) y lo demás son fotografías en buena parte publicadas. Pero es en las cintas de grabaciones donde se concentra la mayor fuerza de la experiencia. La conocida voz de la poetisa repasa algunos textos no publicados que recita con su letanía habitual, (“recito como si fueran los poemas de mis enemigos”)  y también hace comentarios banales y domésticos, que algunas veces son reveladores de lo nunca antes dicho: su relación lésbica con Dana.

Si bien esto es algo que ya la opinión pública supo al develarse el contenido del archivo hace tres años atrás, lo que Locas mujeres aporta por sobre todo lo demás es la emoción sincera e íntima que se desprende de las imágenes del hogar de Dana y de la nítida voz de las grabaciones, lo que crea una atmósfera de complicidad que facilita la comprensión más profunda frente al drama de esta relación escondida por fuerza de circunstancias. Pero eso también permite acercarse a la herida más profunda de la gran Gabriela: la muerte de Yin, Yin, su hijo adoptivo, que se suicida siendo adolescente. Si bien Dana quiso convencer a todos que el niño era en verdad hijo biológico de la Mistral, de hecho se le parecía bastante, la verdad es que tal declaración no ha encontrado confirmación alguna, excepto la sospecha de que Doris deseaba desviar las sospechas que siempre pesaron sobre su relación. Que aun así haya entregado todo en orden para que se supiera la verdad después de su muerte y se lo confiara a su sobrina, también lesbiana, es un acto de fe en el futuro y que la película cumple a cabalidad en todos sus aspectos.

Pocas veces un documental tiene entre manos la oportunidad de dar cuenta de algo que se esperaba desde hace medio siglo y a Wood no le tiembla la precisión de su cámara para dar cuenta con cercanía, pero siempre con prudencia, sobre lo que este legado hace aflorar. Y esto no es obviamente la confirmación de viejas sospechas, sino que la finura del encaje de emociones contenidas que desfilan desde voces sobre imágenes de ausencia, lo que pareciera reforzar aun más el mundo poético mistraliano, hecho justamente de eso: imágenes de ausencias.

Notable prudencia en los contenidos, limpieza en el lenguaje, en el pausado ritmo, en el uso del sonido y de la música, hacen de Locas mujeres una fina experiencia cinematográfica, que debiera ser material obligatorio en una futura educación nacional sobre nuestros mayores valores humanos.