“Las cruces de Quillagua”: El precio humano de la minería
Películas relacionadas (1)

Este documental presenta un doloroso recorrido por el pueblo más árido del mundo. Uno que en su momento fue un oasis junto al río Loa y que hoy ante la ausencia de agua –producto de la explotación minera- vive al borde de la extinción. La voz y el rostro de los habitantes de esta comunidad obligan al espectador a reflexionar sobre el costo real del mal llamado “progreso”.

 

El primer largometraje documental del realizador Jorge Mazurca Venegas es, al mismo tiempo, un testimonio y una denuncia. Desde los años ochenta, las mineras instaladas en la cordillera de los Andes,  además de explotar los recursos minerales, han ido consumiendo la escasa agua de la región de Atacama. Quillagua es el último pueblo antes de la desembocadura al mar, y por lo mismo, el más afectado con la contaminación y la pobreza del agua, lo que ha transformado profundamente su geografía y a su población.

Hace tres décadas, Quillagua tenía más de mil habitantes y era reconocido por su productiva agricultura especializada en la producción de alfalfa y choclo. Hoy son cerca de cien personas las que permanecen en este lugar. Más del 80% de ellos son adultos mayores que recuerdan aquellos tiempos de verde actividad y que hoy raramente salen de sus casas, por lo que caminar por Quillagua se podría asemejar a visitar un pueblo fantasma. El colegio de la localidad, tiene solo un profesor para sus 9 alumnos los que emigrarán pronto, junto a sus familias, a las ciudades aledañas para poder continuar con su educación y buscar un futuro acá imposible.

Quillagua tiene agua potable cinco días a la semana y electricidad de las seis de la tarde a las dos de la mañana. Sus calles, marcadas por el sol del desierto, están hoy prácticamente vacías. La cordillera lo enmarca todo con el alto gris del norte, y el Loa lo recorre en su camino al mar, con una corriente exigua y poco confiable.

Las cruces de Quillagua” es un documental observacional, que permite al espectador adentrarse en los paisajes y tiempos que definen a los distintos miembros de la comunidad. Escuchamos a aquellos ancianos que intentan aferrarse a su tradicional manera de vivir y a otros que se saben perdidos y miran con impotencia el destino de su pueblo. El documental puede ser desafiante para quien espera un espectacular reportaje de denuncia. La apuesta del director es ir con el ritmo del lugar, deteniéndose en sus detalles, en las actividades cotidianas de sus habitantes, dándose el espacio para mirar sus rostros arrugados por el sol y el trabajo, y escuchar sus dolores.

La riqueza de esta obra es hacer visible otro Chile que normalmente olvidamos en las grandes ciudades, ese Chile que ha pagado el precio real del “sueldo de Chile”, ese Chile que entiende que –como país- hemos sacrificado nuestra manera tradicional y sustentable manera de vivir, por una que enriquece a unos pocos –muchos de ellos extranjeros- y que deja a su paso pobreza, frustración y silencio.