La isla de los pingüinos, de Guillermo Söhrens
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La Revolución de los Pingüinos fue, ante todo, un fenómeno mediático que catapultó a sus portavoces al estrellato político, al tiempo que, como fenómeno político, permitió impulsar la rueda de la Historia nacional al plantear la posibilidad cierta de poder romper con ciertas lógicas anquilosadas, obstinadamente petrificadas durante toda la transición democrática. En esa demanda por mejor Educación yacía un alegato por cambios estructurales, que materializaba la insatisfacción con los efectos de una modernización poco consistente con los ideales de relaciones horizontales y de deliberación colectiva que sostenía, en ese entonces, la opinión pública. Se refrendó ciudadanamente un escenario efervescente que, entre otras cosas, instaló la discusión respecto de las deliberaciones colectivas, la emergencia de los movimientos sociales como actores sociales reconocidos y la adhesión a una demanda que de manera generalizada se entendió no sólo como válida, sino también como posible. Es un momento singular en donde el sujeto nacional es afectado políticamente, disponiéndose subjetivamente a la idea de un proyecto emancipador.

El tercer largometraje de Guillermo Söhrens homenajea y problematiza esta coyuntura, previamente abordada desde la aproximación documental. Tanto La Revolución de los Pinguïnos (2008) o El Vals de los Inútiles (2013) como la propia El desalojo (2014) son ejercicios que resultan en la medida que se entienden como crónicas que pormenorizan una contingencia que les resulta muy urgente develar. En otra coordenada, La Isla de los Pingüinos más bien se permite profundizar en la subjetividad del escolar como un sujeto garante y propulsor de transformaciones. En este sentido, todas las propuestas anteriores, con su puesta en escena de discusión resolutiva y su discursividad militante, recuerdan al asambleísmo deliberativo que puede encontrarse, por ejemplo, en La batalla de Chile (1975). A través de discusiones decisivas que tienen como aspiración y compromiso supremo el develar contradicciones estructurales y transformar, desde ahí, dichas condiciones. Un relato donde el sujeto es y puede ser el motor de la Historia.

La isla de los pingüinos, en tanto, ficcionaliza la contingencia que la inspira situándola en un contexto muy ilustrativo: cuando, en el primer semestre de 2006, la educación particular-subvencionada decide plegarse a la movilización estudiantil nacional tomándose los establecimientos educacionales. En adhesión táctica al movimiento generalizado, pero también levantando petitorios que busquen, de paso, considerar ciertas demandas locales. El punto de vista de la narración recae en Martín (Lucas Espinosa), estudiante apático, atribulado y desafectado de la atmósfera agudizada del momento, quien decide, en un arrebato que le permita encontrar algún sentido que se le escapa, filmar todo lo que va sucediendo en la toma de su colegio.

A partir de este registro, Söhrens despliega un meta-relato coral, muy en la lógica del coming-of-age anglosajón que vemos, por ejemplo, en ficciones de esta época como Las ventajas de ser invisible (2012). El tema aquí es que la coordenada de la acción política se constituye como un vector central en la transformación-maduración de los personajes. No es sólo Martín quien reivindica una posición circunstancial pero finalmente participativa del fenómeno, sino que todos los personajes son atravesados por las dimensiones que adquiere el campo conflictivo de lo político en sus vivencias cotidianas. Contradicciones ejemplares como la del interés individual-colectivo de la acción politizada y la consideración o menosprecio de las bases en todo mecanismo democrático representativo interpela a los personajes en la medida que atestiguan un proceso que constantemente los excede, pero que nunca dejan de sentir como dependiendo de ellos. El contexto de toma se nutre de vivencias recogidas en la mitología del movimiento estudiantil de 2006 (la constante amenaza neonazi, un desalojo inminente, la cooptación partidista) reconstruyendo un retrato fresco y caleidoscópico de algunas de las vivencias de la primera revolución del siglo.

Resulta evidente que el punto de vista del realizador, representado por la figura de Martín, bebe de la inadecuación indiferente de cierta representación de la adolescencia. En este sentido, la vivencia de ser testigo del acontecimiento político del que se es parte, coincide con una experiencia colectiva pero principalmente privatizada de la acción política. Una especie de internalización subjetiva de algo que sucede siempre fuera. Aun cuando pareciera ser un efecto contextual, el énfasis de Söhrens en la dimensión narrativa coloca de telón de fondo a la Revolución Pingüina, en la cual los sujetos se insertan y padecen sus efectos.

La isla de los pingüinos, en este sentido, es una buena historia: un relato correcto, cohesionado y más o menos urgente de una revolución que todavía nos tiene dimensionando sus efectos. El tema es que, filtrada por la experiencia subjetiva, la pretensión coral y las exigencias narrativas, en ocasiones termina difuminando o restando énfasis al mensaje transformador que los personajes no se cansan de enarbolar. Como si su preocupación por develar explícitamente un relato, ocultara, al fin y al cabo, una parte de dicho potencial transformador.


* Crítico y fundador del sitio Abreaccion.com.