La danza de la realidad: Las re creaciones del maestro
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Alejandro Jodorowsky es un nombre mayor en la escena creativa mundial. Mimo, poeta, tarotista, escritor, psicomago, cineasta y más, el chileno radicado en Francia lleva más de medio siglo sorprendiendo con su inagotable capacidad de producción. Cinematográficamente logró, con sólo un puñado de películas, redefinir el cine independiente y trasladar a la pantalla sueños y pesadillas que han marcado generaciones de realizadores y audiencias. Películas como El Topo (1970), La Montaña Sagrada (1973) y Santa Sangre (1989) aún resultan vanguardistas y continúan, en la actualidad, sumando seguidores.

El nombre de Jodorowsky asegura interés de prensa y de público alternativo para este filme, que fue estrenado en la prestigiosa sección Quincena de Realizadores en el Festival de Cannes en 2013 y que en su estreno en Estados Unidos fue la película más vista del circuito de cine arte. Fenómeno que fue también fue ayudado por el previo estreno de Jodorowsky’s Dune un documental sobre la fallida participación como director de Jodorowsky en la adaptación cinematográfica del clásico de Ciencia Ficción, proyecto que terminó dirigiendo David Lynch.

La danza de la realidad es la adaptación del primer capítulo del libro del mismo nombre, una revisión a la niñez del autor marcada por la relación con un padre tiránico y una madre protectora en una Tocopilla definida por la crisis económica y el gobierno de Ibañez. Según el mismo autor ha declarado, esta película es un acto de psicomagia en sí mismo. Una oportunidad de revisar el pasado y sanar la difícil relación que tuvo con su padre. El ejercicio familiar es intenso, además porque el padre del director está interpretado en la película por su hijo mayor, Brontis, quien es acompañado por sus hermanos Adán y Axel en roles secundarios y por la esposa del director, la pintora Pascale Montandon, a cargo del vestuario del filme.

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Aunque La danza de la realidad es menos cruda y críptica que las películas por las que Jodorowsky se hizo famoso, si mantiene este sentido básico –que según el director debe existir en el cine- de crear imágenes potentes y difíciles de olvidar. En una narración con toques surrealistas, pero guiada por la relación entre el niño Alejandro y su padre Jaime, el espectador podrá comprender el devenir de los hechos, pero será constantemente desafiado con escenas a veces brutales, otras absurdas que lo obligarán a participar en el darle sentido a aquello que ve en pantalla.

Jodorowsky filmó esta película a los 83 años. El dato no es menor, porque al mismo tiempo que impresiona la energía que moviliza esta producción, nos permite entender que también es el discurso de alguien que ha tenido el tiempo y la distancia para pensarse, para re definir la relación con su pasado, con su origen territorial y familiar y que es capaz de transformar en cine este proceso.

A pesar de que para los no seguidores del estilo de Jodorowsky la película pueda resultar en momentos larga, con demasiadas referencias al cine de Fellini –las comparaciones con Amarcord son casi ineludibles- e incluso algo indulgente, la experiencia de entrar a la imaginación y los recuerdos de uno de los personajes más influyentes de la cultura alternativa mundial es un privilegio que vale la pena.