La casa está vacía: entre el olvido y el culto
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La casa está vacíaes una película bastante olvidada dentro del cine chileno. Estrenada en 1945 y bajo la producción de los emprendedores, pero extraviados estudios Chile Films, poco y nada caló en la memoria de los espectadores. Su historia europea, sin un contexto claro, poco cercana para el público chileno, y con personajes con un grosor sicológico demasiado denso y llevado con armas dramáticas más bien básicas, la mandó muy rápidamente al baúl de los intentos fallidos por hacer un cine comercialmente exitoso y exportable.

Lo increíble para ella, es que junto a otro estreno de la época, La dama de la muerte, filme de similares características y resultados, fueron vistas por el director de cine B estadounidense Jerry Warren, quien las fragmentó, remontó y pegó junto a secuencias de una burda mano de yeso, más una escena actuada especialmente para la cinta por John Carradine (actor de reconocidos filmes de John Ford y padre de David).

El resultado: Curse of the Stone Hand, un verdadero bodrio, al punto de convertirse en una película de culto del cine de terror. Coleccionistas de este tipo de cine han así querido llegar a las cintas originales y, por ello, ambas cintas rondan por páginas de Internet debido a emisiones en canales de televisión extranjeros, como el canal público argentino. Así, muchos años después, ambas logran reconocimiento internacional, descontextualizadas y violadas en sus sentidos gracias a la película de Warren pero, a la vez, este culto las han rescatado para ser vistas y repensar el porqué existió la necesidad de hacerlas.

Origen: el iluso internacionalismo de Chile Films

En 1942 los estudios Chile Films comenzaron a construirse. Era una empresa nacida bajo el impulso progresista del gobierno de Pedro Aguirre Cerda, quien le encargó a la CORFO (Corporación de Fomento de la Producción) la tarea de convertir al cine chileno en Industria. Antes, todo iba en manos de productores y directores independientes quienes realizaban sus filmes más atados a sus entusiasmos cinéfilos que a inquietudes artísticas, manteniéndose de esta manera en pie la producción fílmica nacional. Pero había llegado el tiempo de ponerse pantalones largos, porque ante las poderosas industrias mexicana y argentina (y claro, la hollywoodense), la producción nacional siempre estaba condenada a un lugar demasiado marginal tanto en las boleterías como en el financiamiento.

Pero entregada a tecnócratas que miraban esta oportunidad para hacer un negocio rentable, antes de afianzar artísticamente el quehacer cinematográfico y de ahí de dar ese paso, Chile Films (y como dijo Jorge Délano después) fue una empresa que nació muerta. Ello porque lejano a lo que habían hecho justamente mexicanos y argentinos (quienes crearon exitosos géneros populares como la comedia ranchera y la ópera tanguera, respectivamente), se optó por realizar películas que eran adaptaciones de novelas y cuentos europeos, con ampulosos decorados, acartonadas actuaciones, además de directores y técnicos argentinos que buscaron más eficiencia que riegos en sus realizaciones (y de pasada, desbancaron a chilenos en sus puestos). Es así como Jacqueline Mouesca y Carlos Orellana en “Breve historia del cine chileno” describe este proceso: “…guionistas, directores de fotografía, técnicos varios, y sobre todo realizadores, algunos de los cuales, como Moglia Barht, Roberto de Ribón, o Mario Lugones, eran probadamente mediocres o estaban en franca decadencia. Solo había entre estos últimos un par de excepciones, como Carlos Hugo Christensen y Carlos Borcosque”.

Las películas además ignoraban todo contexto, acentos y referencias, con una esperanza de que el negocio estaba en exportarlas, pues con las salas nacionales supuestamente no alcanzaba. Así, eran nulos los puntos en común entre lo que se veía en la pantalla con lo que pasaba a la salida del cine.

Esto último, algo muy criticado por la prensa de la época, aunque siempre con un dejo de chauvinismo, ya que gran parte de las crítica se enfocaba en atacar a los técnicos argentinos, acusándolos de venir a pasar la crisis del cine trasanadino en Chile. Así, el comienzo auguraba lo que venía y las dos primeras cintas producidas por Chile Films, (Romance de medio siglo y La amarga verdad) eran tan ajenas, artificiales y faltas de emoción, que el resultado fue coherente con esto: pésimas críticas y recaudación en boleterías. En cambio, filmes independientes como Hollywood es así, si bien no demostraban alta calidad, con sus toques de humor y personajes chilenos lograban salvar lo invertido en ellas.

La casa está vacía en cartelera

Es así como en 1945 se llega al estreno de La casa está vacía. Una película que se esperaba un año antes, como tantas otras (Chile Films prometió una decena y alcanzó a estrenar sólo dos) y que fue dirigida por el director argentino Carlos Schlieper que contaba con un currículum de siete películas, en las cuales demostraba un buen manejo de la comedia y una gran influencia de directores como Ernst Lubitsch y Preston Sturges. La historia se basaba en una novela del escritor alemán Hermann Sudermann llamado “El molino silencioso”, ambientada en una época difusa, tal vez fines del siglo XIX, cuya ambientación natural en la película fue situada en parajes de Zapallar.

La trama, una especie de vuelta de tuerca de Caín y Abel, donde dos hermanos (Carlos y Jorge) se juran una fidelidad casi incestuosa, acción que mantendrá una valorable tensión durante todo el filme. Este sería una especie de  contrato moral que impediría que ambos se casaran y formaran familia, quedándose en la casa que los acogió desde que nacieron (para ver el detalle, ver el archivo de la crítica de la revista Ecran).

Con tal dilema, y recogiendo todo el enrevesado estilo sicológico de la literatura germana que Sudermann promulgaba, la película construye personajes densos en ese sentido, siempre encerrados entre la culpa, la nostalgia y la moral de una época que se construye bajo convenciones sociales difíciles de seguir, o que se han tornado anacrónicas, lo que explicaría las furiosas reacciones de los protagonistas en instantes angustiosos. En este sentido, la dirección de Schlieper muestra un oficio aceptable, situando una puesta en escena que juega con los espacios vacíos, con los huecos de la memoria y de la conciencia, con paneos lentos e inquietantes a cargo de dos reputados directores de foto argentinos (Fulvio Testi y Alfredo Traverso), instalando así un suspenso, y el peso de la historia, más en los objetos que en las actuaciones, las que siempre son bien acartonadas y carentes de desbordes. Es así que hay escenas bastante notables como la que muestra el accidente de una pequeña niña al inicio y cuando se ve a la joven que marcará la tragedia haciendo cantar a un grupo de monaguillos (en la foto).

Al tener estos elementos tan fuertemente amarrados, la película falla justamente en nunca desatarlos con la fiereza que merecía, dejando todo en un campo demasiado maqueteado y que torna en demasía efectista su final, el que busca emular, al encerrar todas las significancias posibles en un objeto, el efecto del final de Ciudadano Kane, estrenada en 1941 y que marcó a fuego a los cineastas de tal generación. Desde esta perspectiva, sumando esa obstinado afán por nunca situar la historia en una época y lugares reconocibles, termina entendiéndose el poco arraigo que la película tuvo en su momento y las molestias de la crítica de la época.

Pero de todas maneras La casa está vacía, si bien muestra con eso una ceguera de parte de los productores al no querer casarse con un localismo que impediría una exportación de la película (criterio bastante equivocado, bastaba con ver el éxito y penetración de un cine mexicano que se nutría justamente de ese localismo), a la vez, ha logrado que el tiempo le haya otorgado una extrañeza y misterio que al menos la hace contener un interés metadiegético en quien la ve.

Además, no es desdeñable esa mencionada y bien llevada tensión incestuosa, con un peso melodramático tan medido como las de una película nórdica, la cual no es de extrañar dada las influencias mencionadas y la nacionalidad del director, ya que en Argentina las películas suecas ocupaban un buen sitial en las carteleras gracias a una distribuidora que se especializaba en importar filmes desde esos lados.

Ante tales elementos y al ser una película que no pretende más que funcionar correctamente en tales términos dramáticos y que no ambiciona contener otras significancias culturales o sociológicas más trascendentes (lo que sí buscaron las grandes películas latinoamericanas de la época), La casa está vacía se torna más que interesante y muy valorable técnicamente, haciendo coherente que se le haya instaurado en una categoría que se podría llamar de culto, por no decir curioso. Quizás, “visionariamente”, fue esto lo que Jerry Warren vio tanto en ella como en su “hermana”, La dama de la muerte, como para construir una película de terror.

La maldición de Warren

El “estilo” (si es posible decirlo así) de Warren es bien famoso dentro de los círculos cinéfilos interesados en las películas de clase B de terror. Como director, Warren se lleva las mayores burlas y ofensas por su ineptitud cinematográfica, pero a la vez, muchos escritos están dedicados a él, casi al nivel del famoso Ed Wood. Pero el caso de Warren es aún más patético, pues es un tijetereador y ladrón de imágenes de otras películas, las que doblaba al inglés con diálogos sin sentido y les insertaba otras escenas filmadas por él para darle un contexto terrorífico que termina haciéndolas aún más incoherentes.

En el caso de Curse of the Stone Hand lo que llevaría la trama es la presencia de una mano que asesinaría a gente. El problema en cuanto a la verosimilitud del filme, es que esta mano nunca se mueve y además no aparece en más de 4 planos. El resto, es remontar las dos películas chilenas, quitarles toda coherencia y situarlas como dos capítulos distintos, uno llamado “The Suicide Club” (que es el remontaje de La dama de la muerte) y “House of Gloom” (que sería La casa está vacía). Ello no quita que hayan secuencias que se entremezclen, y por ejemplo, la película tome como inicio casi al pie de la letra los primeros minutos de La casa está vacía, para luego de un corte, se pasa zopetón a la burda mano de yeso y luego entrar al remontaje de La dama de la muerte.

Pero el ridículo se hace más patente en los créditos, los cuales modifica con la intención de hacer creer que todo el material es original. Así Chela Bon pasa a ser Sheila Bon, Carlos Cores es Charles Cores, Horacio Peterson es Horace Peterson. Mientras que el director de fotografía es Richard Younis (Ricardo Younis) y, al menos, tiene la delicadeza para poner que co-dirige la película con Hugo Christensen, aunque obvia a Carlos Schlieper, el director de La casa está vacía.

Finalmente, la película agrega una secuencia con un diálogo sin sentido en donde está nada menos que John Carradine, que por entonces frecuentó otras películas de clase B, aunque ninguna de más bajo calibre como este filme de Warren, quien para aumentar la curiosidad de su persona decía que hacía cine con el fin de hacer “dinero fácil”.

Si bien se le reconoce alguna habilidad, o más que nada, cabeza para realizar estos pastiches sin sentido, a Warren no cabe más que agradecerle que gracias a Curse of the Stone Hand los nombres de dos películas chilenas de un período de difícil acceso ronden por ciertos circuitos cinéfilos que las mantienen vivas, posibilitando la oportunidad de verlas y tantear una época (la del Chile Films de los 40) en donde más que nunca la palabra industria sonó seria, pero a la vez, bastante ilusa. Como una película de Jerry Warren.