Eran unos que venían de Chile… por Jorge Ruffinelli
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Documental autobiográfico. Como muchos otros chilenos, Claudio Sapiaín vivió en Suecia, una suerte de exilio de la dictadura chilena iniciada en 1973, pero a diferencia de los demás (no cineastas) él logró plasmar en imágenes y registro de emociones y sentimientos lo que significó el exilio, y ante todo el regreso a Chile una vez restablecida la democracia hacia mediados de los años ochentas. Este documental está especialmente dedicado al tema del regreso, con todos los desajustes que significó para sus protagonistas, con todos los esfuerzos por encontrar otra vez sentido a la radicación. Más allá de su nivel anecdótico o histórico, es asimismo una reflexión sobre el sentimiento de pertenencia, sobre las raíces culturales del individuo, sobre la diversidad cultural en el mundo, sobre el desgarrón existencial de muchas vidas desplazadas por efectos de la dictadura.

El contenido autobiográfico va tomando forma con las imágenes pero ante todo con el relato desde la banda sonora, en la voz del propio Sapiaín. No se trata de un relato circunstanciado y detallado, sino esencial, con comentarios, recuerdos, análisis. Entre los recuerdos, la valla del lenguaje y la necesidad de encontrar vías de comunicación cuando llegaron a Suecia. Hoy (1986) podían referirse al asunto hablando en sueco o español, indistintamente, con sus amigos o entre ellos mismos. En el recuerdo, también la imagen de las calles vacías. O el hecho (importante en la biografía familiar) de que su hijo Paulo tenía entonces sólo algunos meses de edad. Doce años después deciden regresar a Chile, con la conciencia de que el niño está más integrado a Suecia que a su país natal. Sin embargo, para nadie en la familia le resulta fácil el “regreso a casa”. Comenzando con Paulo, en Suecia le llamaban “cabeza negra”, en Chile comienzan a llamarlo “Sueco de mierda”. El niño se siente mirado, vigilado, espiado por policías y militares, confiesa el miedo a que se lleven detenido a su padre, siente aflorar seguramente los relatos escuchados en familia y que acabaron convirtiéndose en mitos dentro de su cabeza infantil. En Chile, dice el adolescente: “A veces me siento como extranjero”. Para su madre, Vilma, la situación es similar y diferente. Encuentra la pobreza, que se había desvanecido en el bienestar de la sociedad sueca, y que ahora función como un “shock” de reconocimiento. A las emociones del reencuentro con familiares y amigas, con el tiempo y la rutina las cosas comienzan a inquietarla en un desasosiego sin explicación clara. Al menos, una explicación: es difícil encontrar trabajo en Chile y nadie se ofrece ni se dispone a ayudarla. Decepción y justificada tristeza. Yo “esperaba otra cosa… Tal vez encontrar lo que había antes”, confiesa como en un resumen de su nueva experiencia.

Sapiaín, por su parte, siente la curiosidad y la necesidad personal y salir con su cámara en busca de respuestas, comenzar a aprender qué sucedía en Chile, cómo vivían la cotidianidad quienes se quedaron. El cineasta José Roman (no acreditado en el film) da un testimonio sobre el “exilio interno”, y Pablo Salas, videasta, opina también sobre las difíciles opciones vitales. La separación entre exiliados y no exiliados se hace evidente, y no sólo en los apodos que Paulo recibe de otros niños. Entre los adultos, el conflicto se reduce a un estereotipo irónico entre dos extremos sin redención: “Los maricones que se fueron y los huevones que se quedaron”. Sapiaín recorre su país, busca testimonios en Lota, zona minera con tradición de luchas obreras, y en el sur encuentra a un mapuche que también vivió un período de exilio en Suecia antes de regresar a su suelo, y escucha de él las razones del regreso: en Suecia encontró "otras costumbres, otra tradición", y en cambio “Esta es mi tierra”.

Mientras Suecia y Lindo, país y pueblo, comienzan a transformarse en recuerdo, y los viajeros aún confían en extender indefinidamente un período de prueba, enfrentados a la posibilidad de un eventual retorno a Suecia, es en cambio el adolescente quien encarna la decisión de una permanencia, y envuelve esa decisión en una dulce retórica nacionalista: “seguir luchando en el país hasta que [éste] sea lo lindo que dicen que es”. Imágenes de campo, de hornos de pan, de trabajadores en faenas pacíficas. También el cineasta encuentra en las palabras del mapuche y de su propio hijo, la definición de su pertenencia: “Siento que pertenezco a esto… Esta es mi tierra, esta es mi patria”.

Eran unos que venían de Chile… es un documental cálido, dentro de la temática del exilio y la reinserción de los chilenos en Chile, y de un estilo más melancólico que polémico, y que caracterizó a toda es producción en los años ochentas. Tres años más tarde, Sapiaín volvió a recorrer Chile para la televisión sueca, en Una vez más, mi país (1989).