Hace ya unas décadas que el cine chileno ha tenido una relevante producción de películas que denotan una corriente intimista, en que los personajes protagónicos y sus dilemas internos son el principal motor de los argumentos. Películas como En la cama (2005), de Matías Bize, La buena vida (2008), de Andrés Wood, son sólo dos ejemplos de una inclinación autoral por retratar personajes cuyo contexto es abordado desde su mirada subjetiva y en su complejos dilemas con respecto a los roles sociales. Dentro de este nicho, es que surge la necesidad de analizar El tipo que se quebró la uña (por querer agarrar un corazón en el pavimento) del director Marcos Araya (Clasab!), que reúne cierto tono y elementos de películas antecesoras, pero también logra crear una propuesta particular.
La película cuenta la historia de uno de estos personaje: El marido (Marcos Araya). Un taxista que está pasando por una crisis matrimonial, luego de haber perdido a una hija junto a su mujer, que a su vez, ha sido recién contratada de decorista en una empresa de prestigio. Pero los motivos de su estado no son relevantes para la película, sino el carácter apático y derrotado del tipo, y su dificultad para sobrellevar con alguna cuota de optimismo o resiliencia las complicaciones de la vida cotidiana. Desde su mirada todo es obscuro.
La cinta comienza con el clímax de su crisis silenciosa. Desde el primer plano nos enteramos del desorden y la suciedad de la que su mujer está hastiada, y que en una pared cubierta con post-it escribe mensajes sobre el aseo del departamento. Esta deprimente rutina es interrumpida por la aparición de La amante, una mujer extrovertida que está decidida a cambiar el rumbo de su vida y que, al subir a un taxi, decide también conquistar una nueva pareja. El marido se deja seducir, como aprovechando cada migaja que le cae, o como esperando obtener frutos de una doble vida que no durará mucho tiempo.
La película fluye entre un humor sarcástico y un tono poético en torno a las relaciones de pareja. Vemos confusión de El marido que vive la ambigüedad moral de su juego a dos bandos para salir de su estado de letargo y amargura. La amante, en este sentido, vienen a mostrarle una señal y a despertar su conciencia adormecida. Sus diálogos en torno a su oficio de la metalurgia -como analogía a las relaciones humanas-, o los fragmentos de poemas que escriben en cartas para deshacerse de la colección de estampillas de El marido, son escenas que ejemplifican este subtexto en torno a la necesidad de ruptura y de reinvención, y le dan a la película una connotación metafórica, que sobrepasa la simple trama romántica.
Las propuestas estéticas y argumentales son interesantes, Desde la dirección de fotografía, el blanco y negro dota al argumento de un temple particular y en concordancia con un espacio estancado y triste. Pero quizás una de las decisiones autorales más particulares es que se prescinda de un nombre para cada personajes protagónico. Así, los diálogos recrean conversaciones banales o aspiracionales en las que en ningún momento se nombran unos a otros. Ello denota quizás una suerte de disfuncionalidad oculta que se teje en las relaciones sociales del día a día y, también, La esposa, El marido y La amante son apodos que vienen a subrayar el carácter prototípico de los protagonistas; no así los personajes secundarios, reducidos a meros roles sociales retratados desde su intimidad, como si con esto la contradicción entre la superficialidad del rol social y lo dificultad con que ello se vive, se hiciera latente.
Con todo esto, los tiempos narrativos y de montaje introducen en una historia sin tiempos muertos, en tanto que la verosimilitud de las actuaciones, las decisiones de cámara y la banda sonora, dan fuerza a un resultado unificador, y desembocan en una película que decide abordar de modo sutil los estereotipos a los que muchas veces nos somete el sistema, pero sin caer en ellos.