El regreso de Operación Alfa, la cinta sobre el asesinato a Schneider
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Es fines de 1972 y en Chile todo tema es sometido a arduas discusiones, el cine obviamente no escapa de ello. Si bien existe un consenso en la mayoría de los realizadores en cuanto a contribuir a afianzar el proyecto de la Unidad Popular, las aguas se dividían en el cómo. Así, si por un lado había un cine que buscaba registrar y, dentro de esto, discutir el proceso (aquí imperaba la mirada de Raúl Ruiz), por otro lado se fraguaba un cine militante, duro, que buscaba incluso radicalizar las miradas. En esta línea se plantó Operación Alfa, un filme estrenado en la Navidad de 1972, dirigida por el argentino Enrique Urteaga y que trataba con una clara y frontal tesis a cuestas lo que habría ocurrido detrás del atentado al General René Schneider producido el 22 de octubre de 1970. Un acto que buscó enredar la llegada al poder de Salvador Allende, tras haber triunfado en las elecciones presidenciales.

Aunque polémico y confrontacional, el filme no causó la repercusión que buscaba debido a un clima político cada vez más álgido y que daba poco cupo a otras contingencias. Así, la película poco y nada se vio y rápidamente pasó al olvido, a uno que luego fue más que obligado con el Golpe militar. Ahora, tras años de no tener ningún rastro de su paradero, la cinta fue hallada recientemente en Argentina junto a otros largometrajes nacionales: Tres miradas a la calle (1957) de Naum Kramarenco, Los testigos (1969) de Charles Elsesser y A la sombra del sol (1974) de Silvio Caiozzi y Pablo Perelman. Cintas que periódicamente exhibe la Cineteca Nacional. Un valioso rescate que se produjo gracias a los convenios de la cineteca con el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales argentino, quien halló el 2011 los filmes en sus bodegas y en un sorprendente buen estado.

Una película para la revolución

Antes de la proyección, los espectadores de Operación alfa recibían un folleto donde se explicitaban sus pretensiones: “Es un filme de corte revolucionario, realizado para el pueblo, no para quedarse en tertulias dedicadas a degustarlo estéticamente”. Luego, la cinta planteaba el asesinato a Schneider como un complot manejado desde las altas esferas de la derecha política, desesperadas por el triunfo de Allende. “La sedición está viva”, decía en el final, planteando que esas mismas fuerzas seguían, ahora con el paro de camioneros, desestabilizar al gobierno.

Protagonizada por Leonardo Perucci, Norman Day (los dos en roles de sediciosos senadores), Jorge Guerra, Rafael Benavente y Mario Montilles, el filme se basaba en las declaraciones de los verdaderos encargados del atentado y lo aparecido en la prensa por entonces. Si bien su fotografía fue destacada gracias a la experiencia de su director de foto Diego Bonacina (quien portó también la cámara en Valparaíso mi amor y Tres tristes tigres), su abierta militancia conflictuó a la crítica. Héctor Soto en la revista Primer Plano dijo que era un “cine que a priori quiere agitar o adoctrinar y que, para este efecto, se instrumentaliza en favor de determinados mensajes”, poniendo el acento a un montaje que además exageraba en efectismos técnicos. Mientras que Mariano Silva se preguntaba en su crítica en Ercilla si el filme “¿es una fantasía social o un documento histórico?”, criticando de paso su indefinición genérica, en donde mezclaba fuertes momentos discursivos, con otros cómicos y de acción. Estrategias que se emparentaban con el cine de Costa Gavras, el reconocido director franco-greco que justamente en 1972 rodó en Chile su filme Estado de sitio y que antes con Z (1969) había provocaba todo un debate en cuanto a un cine comprometido, pero que parecía muy emparentado con el cine de género, con un montaje acusado de efectista y anti realista. Todo esto aparte de las reticencias que por entonces podía generar una película que además había ganado el Oscar a mejor película extranjera.

Frente a todo esto, para el director de Operación Alfa, Enrique Urteaga, el filme era “un gran documento, un documento político que tendrá mucha importancia en el extranjero”. Urteaga había llegado desde Argentina a vivir a Chile en 1961, tras realizar estudios de cine en la prestigiosa Escuela de Cine de Santa Fe, en donde fue un cercano colaborador de su fundador, el mítico cineasta Fernando Birri. De hecho, Urteaga fue el director de fotografía de Tire dié (1960), un documental que se considera fundacional del, luego llamado, Nuevo Cine latinoamericano.

En Chile, fue uno de los pioneros de la televisión chilena, como director de programación en Canal 13. Fue por entonces que entabló una gran amistad con Raúl Ruiz, siendo el director de fotografía de su primer trabajo en cine, en el corto La Maleta en 1963. Su cariño por Chile fue creciendo poco a poco, unido a un compromiso político que se hizo sólido con la llegada de Allende al poder, de hecho, su idea era nacionalizarse en 1973.

Desde 1976 se radicó en Venezuela (ver entrevista dada recientemente a Revista 7º Arte), país donde llegó tras vivir un breve tiempo asilado en Europa y en donde murió el año 2013. Fue en ese primer paso por Europa donde llegó con Operación alfa en 1974 a un Festival de Cannes que solidarizaba con los refugiados chilenos. La renombró como Hay que matar al general y se exhibió junto a La expropiación de Raúl Ruiz y La tierra prometida de Miguel Littin. Después de eso, se perdió el rastro de ella. Hoy, casi 40 años después, vuelve a la luz, quizás ideológicamente inofensiva, pero convertida en un potente registro de su época.