El húsar de la muerte: La primera búsqueda
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¿Cuál es el verdadero nacimiento del héroe? ¿Su aparición en el mundo, su afianzamiento como tal, la construcción de su leyenda? 

No puedo evitar cruzar esas preguntas cuando pienso en El húsar de la muerte. La película, estrenada en 1925, sigue activando varias de las pulsiones que nos afectan casi cien años después, incluyendo la búsqueda del héroe. ¿De qué manera podemos leer esa figura? 

Puedo hacer todos los esfuerzos de imaginación para poder conocer esa aproximación. Formo parte de una generación que vio fracturada su relación con el país a partir de una crianza bajo un sistema represivo y horroroso. No conozco el valor patrio, porque nunca me interesó. Sin embargo, en el libro compilatorio Obras completas de Pedro Sienna, se cuenta una anécdota en donde el director y protagonista de El húsar, caracterizando a su personaje, enfrenta a la policía antes de que ésta desaloje el lugar de su filmación, confrontándola con “¿Usted sabe con quién está hablando? ¡Con Manuel Rodríguez!”.

La historia señala que los vítores fueron instantáneos. La gente que lo rodeaba aplaudió a la encarnación del mito. Pedro Sienna, un actor encantado con la bohemia e impresionado con los alcances de la nueva técnica cinematográfica, sabía que su frase en ese momento iba a provocar algo en el público casual que se encontraba ahí. Y no cuesta tanto visionarlo, ya la imagen de Manuel Rodríguez es probablemente la única que se ha mantenido inalterable con el tiempo. A través de los años, hemos visto como cada uno de los próceres se ha ido desmoronando, mientras Manuel Rodríguez sigue siendo observado y sentido como un justiciero, una forma de vida, un carácter ansiado y modelado. 

La película de Sienna es una historia simple, pero sólo a primera vista. Varias de las hazañas con las que por décadas hemos fantaseado se encuentran ahí. La presencia de Pedro Sienna añade al mito una imagen de gallardía que creo que ha permanecido hasta ahora. Sienna toma a su héroe y lo encarna con todo el peso que ello significa, pero curiosamente, esa encarnación no tiene que ver solo con su personaje, sino que también con decisiones que hasta ahora pueden parecer osadas. La imagen del Huacho Pelao, un niño que sigue a Rodríguez y cree en su gesta, es a la vez un espejo en el que nosotros, los espectadores de todos los tiempos, podemos reconocer a ese sector que se conmueve sintiendo que eso que llamamos “el país” es algo que nos pertenece. Sienna se preocupa de establecer esa diferencia entre la gran aristocracia y sus salones elegantes y el espacio comunitario de los patriotas, encarnando a un pueblo que sale a la calle, que no se queda escondido. 

Puede ser desilusionante pensar en 95 años de distancia y necesidades que siguen siendo urgentes, pero no podemos menos que sorprendernos con la habilidad de Pedro Sienna al reconocer al cine como una vía de conversaciones y exploración de la realidad. El director utiliza (¿inventa?) un lenguaje que trasciende todas las décadas y que nos permite situarnos frente a su obra de igual a igual. ¿Se diferencia en algo el Huacho Pelao luchando contra los soldados realistas, de nosotros mismos, reuniéndonos todos los viernes en Plaza Dignidad? La trascendencia de El húsar de la muerte está relacionada con la exploración de esas desigualdades que parecen estar impregnadas en el adn  de lo que llamamos Chile. 

Nosotros no vimos el nacimiento del héroe, pero Pedro Sienna lo reconoció y lo situó como algo vivo. Le quitó el mármol del engrandecimiento y nos puso a todos a su nivel. En su película no son tan importantes los relatos del prócer, como el hecho de que sus amigos estaban para él ahí, incondicionalmente. Sienna apuesta por una imagen del país con ese motivo y esa lógica, en una especie de anhelo sobre la solidaridad y el colectivo que seguimos aguardando.