El Húsar de la Muerte, de Pedro Sienna
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Que el personaje de Manuel Rodríguez no haya sido utilizado cien veces por nuestro cine es clara expresión del escaso sentido de la aventura local y de la todavía balbuceante identidad que padecemos. Probablemente sea causa del fervor reverencial que le tenemos a nuestros héroes patrios y que nos impide bajarlos del pedestal de estatuas para meterlos en una pantalla dinámica y cuestionadora. Y cuando lo hacemos para la televisión, terminan hablando en marmolesco y adoptando poses para el bronce. La serie televisiva de pretexto bicentenario es un ejemplo que no ha logrado apartarse lo suficiente del manual escolar ilustrado.

Fatal destino de nuestros héroes y de un cine que todavía no sabe construir adecuadamente sus personajes. Dos excepciones: El Chacal y Tres tristes tigres. ¿Por qué sucederá eso?

Probablemente la respuesta está repartida en algunas de las razones dadas y en otras por descubrir todavía. Por eso es que El húsar de la muerte resulta tan importante para nuestra historia del cine, pero no sólo por eso. La película posee méritos suficientes como para ser vista una y otra vez como ejemplo de relato entretenido y de buenos personajes, es decir movidos por pasiones que siguen resultando auténticas y apasionantes. Y no es por ser Manuel Rodríguez solamente y por tratar un tema que en el Bicentenario nos tiene particularmente motivados. Es porque sus mudas acciones resultan verosímiles y coherentes en todas sus partes. También lo fueron en su época cuando se estrenó con un éxito unánime de crítica y público.

Parte importante del  resultado se debe al actor Pedro Sienna, cuyo físico y personalidad siguen siendo una presencia vital ochenta y cinco años después de filmada la película. Si a eso sumamos la brillante intuición del otro gran personaje, el Huacho Pelao, compendio de todas las características del “pelusa”, tenemos ya explicada la mitad de los logros de este monumento de nuestro cine mudo. Difícil no reconocer algo de la esencia de Chile a través de estos dos personajes inolvidables. Incluso son capaces de permanecer en la retina dentro del esquema de un guión que hilvana apenas la sucesión de los acontecimientos. Se trata más bien de una serie de escenas con Rodríguez de protagonista.

La preocupación por la reconstrucción histórica es muy esmerada, lo que sumado al algo borroso estado de la copia, produce una extraña sensación de antigüedad compartida. Es como si la película hubiese sido filmada en el siglo XIX, algún tiempo después de los hechos. Pero todo eso sería superficial si no existiera una construcción del relato que nos sigue permitiendo ser conducidos sin demasiados ripios a un mundo de luchas apasionadas. Los demás personajes podrán ser apenas esbozados y los realistas son vistos como unos malos sin redención, pero el maniqueísmo es de rigor en una historia como esta. Después de todo es un episodio fundamental en la obtención de la independencia de Chile. Ni más ni menos.

Como si fueran pocos los elementos de interés la película exhibe una sorprendente capacidad para ser coherente entre su lenguaje, su composición plástica y su ágil montaje. Las escenas de acción, batallas y persecuciones, podrán resultar un poco confusas a ratos, pero siguen siendo interesantes de ver. No sucede lo mismo con las escenas de interiores, donde el lastre teatral se nota más, con todos los personajes puestos de frente y recitando para la cámara. Resulta arcaico como solución, pero hay que reconocerle que añade un cierto encanto ingenuo, como si se tratara de un grabado popular.

Y ahí puede que resida el permanente atractivo de El húsar, más en su involuntaria apariencia arcaica que en su pretensión de permanencia. La posteridad la ha envuelto en un ropaje de grandeza mayor que las posibilidades productivas que le dieron el ser. Aunque esto no signifique en absoluto restarle méritos a una realización que sigue exhibiendo sus evidentes bondades cinematográficas.

Podemos agradecer el afortunado encuentro que el cineasta Sergio Bravo tuvo con la única copia sobreviviente de esta notable película. Eso mismo permite suponer lo que habría sido de nuestra cinematografía si hubiera podido desarrollar una natural evolución. Pero las cosas anduvieron de otro modo y las crisis económicas que asolaron a nuestro país, sumado a la carencia de una mayor memoria histórica, nos llevó por el peor de los derroteros posibles para cualquier proceso creativo: la copia infeliz.

Actualmente existen tres versiones musicalizadas del material restaurado: la de Sergio Ortega del año 1964, la de Horacio Salinas de 1993 y la de Pablo Bravo del 2000, que incluye la melodía “Hace falta un guerrillero” de Violeta Parra.

Sin duda que El húsar de la muerte seguirá siendo un hito importante en el cine chileno y dentro del panorama latinoamericano de la época es también una obra de interés. Poco de eso cambiará en un futuro divisable. Esto tiene el mismo nombre en todas partes: un clásico.