El arribo del cinematógrafo a Chile y el establecimiento de una producción fílmica nacional

Con la primera proyección oficial del cinematógrafo Lumière el 28 de diciembre de 1895 se materializó un largo y postergado anhelo, cuál era el de articular un aparato que permitiera registrar y exhibir imágenes en movimiento, dotando así a éstas de una impresionante carga de realismo para aquellos primeros espectadores de fines del siglo XIX. El cine prontamente se constituyó como uno de los más deslumbrantes ejemplos de la inventiva del mundo moderno, y su popularidad y arraigo como fenómeno de masas fue prácticamente inmediato. Así las cosas, prontamente comenzaron las tratativas para traer a nuestro país tan elogiado artefacto. En particular, fue el dueño de los importantes almacenes Casa Prá, Julio Prá Trilles, quien contactó a la casa Lumière en París y organizó la primera exhibición del cinematógrafo en Chile [1]. Aquel día el programa contó con una completa y extensa selección de trabajos de los creadores del cine, como La llegada del tren a la estación de la Ciotat, El regador regado y Salida de las obreras de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir entre otros.

Prontamente, el cinematógrafo comenzará un periplo a lo largo de las principales ciudades del país, generalmente reforzando los espectáculos teatrales de las compañías itinerantes. Precisamente en una de estas exhibiciones en la ciudad de Iquique, el fotógrafo de profesión Luis Oddó Osorio asistió a una de estas presentaciones. Este hijo de un inmigrante francés se sintió particularmente entusiasta con el cine, pues precisamente desde hacía algún tiempo venía presentando espectáculos ópticos en su taller. Por lo que se propuso y consiguió reproducir sus propias vistas animadas en su taller, con lo cual se convertirá en el primer cineasta chileno del cual se tenga conocimiento. Ya en 1897 la prensa local destacaba la satisfacción de que Iquique sea uno de los pocos lugares en América de “ver en el cinematógrafo escenas de carácter nacional o de costumbres locales” [2], con títulos tales como: Una cueca en Cavancha, La llegada de un tren de pasajeros a la estación de Iquique, Bomba Tarapacá N°7 y Grupos de gananciosos en la partida de Football entre caballeros de Iquique y de la pampa.

Aquel mismo año, el diario El Ferrocarril en su edición del 18 de julio de 1897 anunció el arribo de Oddó a Santiago y la exhibición de nuevos trabajos suyos que registrarían los eventos de la capital. Pero luego de tal anuncio el rastro de este fotógrafo se pierde en el tiempo y no existe documentación que indique que tales sesiones llegaran a realizarse. Luego de una extensa temporada, en particular el 20 de abril de 1902 en la ciudad de Valparaíso, el público nacional recién volverá a asistir a un estreno de una vista animada local. En particular se trató de una pieza de tres minutos de duración que suscribía un ejercicio general de bombas en la porteña ciudad: Ejercicio General del Cuerpo de Bomberos, es considerada como el verdadero y sistemático inicio de las producciones nacionales. Desde esa fecha en adelante, se registrará una ascendente elaboración de cintas en el país, situando a las ciudades de Santiago, Valparaíso y Antofagasta como los centros más importantes de producción del cine nacional [3].

Hacia 1908, tanto en Chile como en el resto del mundo, el entusiasmo inicial por el cinematógrafo se había desvanecido, siendo considerado más como espectáculo de una feria de entretenciones que como un medio afín para un trabajo de corte artístico. Pero gracias a un conjunto de propuestas, como la de George Méliès en Francia, David W. Griffith en Estados Unidos, más el aporte de una serie de directores italianos, alemanes, ingleses y rusos, el cine dejó de ser sólo ese mecanismo que proyectaba imágenes en movimiento, para constituirse principalmente en un nuevo y deslumbrante dispositivo narrativo, que permitirá visualizar en sus historias excelencias técnicas y formales en áreas como la edición, dramaturgia, ritmo, y claramente, fotografía. Una suma de factores que elevarán a esta nueva disciplina técnica y artística a un nivel de popularidad tal, que originará una verdadera industria a su haber.

En Chile, a pesar de la profunda debacle económica que el país atravesaba producto de la crisis del salitre, sumado a la súbita muerte del presidente Pedro Montt quien se encontraba de viaje por Europa, las festividades del Centenario en 1910 serán un aliciente para realizar un profuso y entusiasta registro documental de las actividades propias de tan simbólica fecha [4]. Incluso aquel mismo año, se estrenó la primera cinta de ficción de la que se tiene conocimiento en nuestro país: Manuel Rodríguez. Película perteneciente los mismos productores del documental que registrara los funerales del presidente Montt: Julio Cheveney y Arturo Larraín, quienes contrataron al profesor de declamación Adolfo Urzúa Rozas para que elija y dirija a un grupo de actores en esta cinta de 20 minutos de duración, que se constituyó en todo un éxito de público aquel año del Centenario [5].

El propio Urzúa Rozas se refiere a la realización de esta película en un artículo que escribe para el primer número de la revista Cine Gaceta en octubre de 1915: “En 1909 me contrataron con mil pesos mensuales para formar un cuadro de artistas, para imprimir un film de argumentos tomados de nuestra Historia Nacional, y se imprimieron dos series de los episodios del célebre guerrillero de la Independencia Manuel Rodríguez. La compañía poseía un laboratorio de primer orden y aunque los artistas tuvieron tres meses de preparación, la prensa y la crítica no tuvieron sino palabras de alabanza para esta primera prueba”. A pesar del éxito de esta producción, el cine nacional debió esperar todavía 4 años más para ver el surgimiento de nuevas experiencias exitosas, básicamente gracias al arribo de técnicos y directores extranjeros que ayudaron a consolidar la escena fílmica local.

En particular, la creación en 1915 del estudio Chile Films S. Giambastiani & Co. de propiedad del recién arribado productor y realizador italiano Salvador Giambastiani, se convirtió rápidamente en un importante centro de desarrollo de material cinematográfico en el país. Los modernos equipos con que contaba este estudio, sumado a los amplios conocimientos técnicos del italiano, sobre todo en el área de la fotografía, significaron que un número importante de proyectos fílmicos de la época se realizaran en este espacio. Razón por la cual los estudios Giambastiani se convertirán en un lucrativo negocio para este inmigrante, quien prontamente tuvo que cambiarse de las estrechas oficinas que ocupaba en calle Bandera, en pleno centro de Santiago, al teatro Dieciocho en la arteria del mismo nombre [6].

En 1916, también hace su arribo a Chile el matrimonio de actores y realizadores argentinos María Padín y Arturo Mario, quienes ayudaron a formar el estudio Frey Film en combinación con la Casa Fotográfica del mismo nombre. La pareja será responsable de históricas producciones del cine nacional como Alma Chilena (1917), versión local de la exitosa película argentina Nobleza Gaucha, que en el caso de la versión nacional se ordenó como un anecdotario de contrapuntos entre la vida del campo y la ciudad. Padín y Mario estrenarán luego Todo por la Patria (1918), melodrama ambientado en el periodo de la Guerra del Pacífico, y La Avenida de las Acacias (1918), comedia de corte policial sobre el rapto de una joven por parte de una inepta banda de delincuentes. Luego de estas exitosas películas la pareja formará su propia productora, y junto al director teatral Pedro Sienna filmarán en 1920 una nueva versión de la vida de Manuel Rodríguez, con Sienna en el rol del guerrillero. Después de lo cual, y a pesar del reconocimiento y buena acogida por su aporte en el medio local, retornarán a Buenos Aires.

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Las Avenidas de las Acacias

Hacia la década del 20, el cine había logrado posicionarse ya no solo como un fenómeno de entretenimiento masivo, sino también como un medio cuyas potencialidades de expresión guardaban interesantes posibilidades para el mundo de la cultura. Es así como una serie de reconocidos directores teatrales, reticentes en un primer momento a este nuevo espectáculo, comenzarán a producir sus propias películas. Carlos Cariola, Rafael Frontaura, Nemesio Martínez, y el ya mencionado Pedro Sienna, a la postre el más importe referente cinematográfico del cine mudo chileno [7], darán testimonio del creciente interés del mundo del arte por encauzar sus inquietudes a través del cine. A esta lista se sumarán escritores como Rafael Maluenda, Víctor Domingo Silva, Daniel de la Vega y Antonio Acevedo Hernández, que en este último periodo del cine mudo consiguieron importantes logros a nivel de cierta crítica y público. En tal sentido, Golondrina (1924) del prestigioso director teatral Nicanor de la Sotta, el drama de una joven campesina que migra a la capital y producto de su precariedad económica termina trabajando en un burdel, fue un ejemplo a seguir gracias a su éxito, provocando una oleada de producciones.

En la actualidad el fenómeno del cine mudo en Chile genera opiniones encontradas a la hora de establecer su real importancia. Para algunos historiadores se establece como una “época de oro” en la historia cinematográfica del país, por la cantidad de películas que se estrenaron y el mayoritario apoyo del público a producciones de un marcado acento local. Para otros en cambio, es solo una aventura intrascendente por el amateurismo y artesanía en producciones que en muchos casos no pasaron de ser esfuerzos aislados. El hecho concreto es que existió un grupo de entusiastas precursores del cine en Chile, que demostraron una tremenda voluntad por sacar adelante sus proyectos, a pesar de la falta de recursos, equipamiento y oficio. El mismo Pedro Sienna reflexionaba sobre este tema en una entrevista hacia 1957: “Los cineastas de la época lograron sobrepasar la etapa de ensayo, porque lo asombroso, lo extraordinario es que a pesar de toda la pobreza de elementos, logramos dominar el trabajo hasta el extremo de que, en la época del cine mudo, hubo un momento en que en Chile, como se reconoce en todas partes, marchó a la cabeza de Latinoamérica” [8].

 

BIBLIOGRAFÍA

 

– Jara, E. (2011). Diccionario del cine iberoamericano. Madrid: SGAE

– Jara, E. (2010). Una breve mirada al cine mudo chileno con sus aciertos y descréditos. Taller de Letras N°46. Pontificia Universidad Católica de Chile.

– Mouesca, J. (1998). Cine y memoria del siglo XX: cine en Chile. Santiago: LOM



Notas Bibliográficas

[1] “La función, como es ya historia, tiene lugar un martes 25 de agosto (de 1896) a las 20 horas en el Salón Patinar del elegante Teatro Unión Central, que congregaba a lo más selecto de la sociedad santiaguina”. Jara, 2010, p. 175

[2] Diario La Patria del 31 de mayo de 1897

[3] Los empresarios mineros de la ciudad de Antofagasta se interesaron en invertir en la producción de películas, que por un lado registraran las actividades propias de la extracción del mineral, y que a su vez sirvieran de entretenimiento para los trabajadores y sus familias. En tal sentido el documental Antofagasta, el Hollywood de Sudamérica (2002) de Adriana Zuanic profundiza en este hecho.

[4] La inauguración de edificios como el Palacio de Bellas Artes, la Estación Mapocho, y algunos monumentos donados por las colonias extranjeras residentes en Chile, fueron todas filmadas y exhibidas con gran éxito de público. A ello hay que sumar el documental Los funerales del Presidente Montt, muy celebrado en la época por sus innovaciones técnicas a nivel de montaje, pues retrata el largo periplo de los restos del mandatario desde que su cuerpo llegó al país, hasta que fuera sepultado en el Cementerio General. Jara, 2010, p. 183

[5] Manuel Rodríguez fue estrenada el 10 de septiembre de 1910 en el Biógrafo Kinora del teatro Variedades. Jara, 2010, p. 184

[6] Películas como Santiago Antiguo de Manuel Domínguez (1915), inspirada en una representación teatral sobre las costumbres de las principales familias de la época de la Independencia, y La Baraja de la Muerte dirigida por el mismo Giambastiani con guion de Claudio de Alas (1916), sobre un crimen pasional ocurrido en la calle Lord Cochrane, serán dos emblemáticas producciones desarrolladas en los estudios del italiano. A modo de anécdota La Baraja de la Muerte será la primera película víctima de la censura en la historia del cine nacional, lo escabroso del tema causó revuelo en los sectores más conservadores de la sociedad santiaguina, que encontraron una manera de prohibir su estreno argumentando que aún no se había dictado sentencia en el proceso. Diez días después la película se estrenó sin problemas en Valparaíso. Jara, 2010, p. 185, 186

[7] Pedro Sienna es, sin disputa, la personalidad de mayor relevancia del cine mudo chileno. Artista de talentos múltiples, es además actor de teatro, profesor de arte escénico, dramaturgo, poeta, novelista, dibujante, pintor y periodista. El Húsar de la Muerte (1924), sin duda su película más conocida y exitosa, en las cinco semanas que estuvo en cartelera llevó a los cines nacionales la increíble suma de más de 100.000 personas. Quienes aplaudieron la calidad y frescura de esta obra que tenía entre sus protagonistas personajes populares con los cuales los espectadores se sintieron particularmente identificados. El caso paradigmático en tal sentido, es el de un niño de la calle que gracias a su ingenio ayuda a Manuel Rodríguez, el así llamado “huacho pelao”. La cinta es hoy uno de los dos únicos films de la época del cine mudo chileno que está en condiciones de  ser  exhibido, gracias a las sucesivas restauraciones de que ha sido objeto. Extracto del artículo de Eliana Jara publicado en Diccionario del Cine Ibeoamericano, 2011

[8] Revista de 48 años de Cine Chileno con sus Grandezas y Miserias 1910-1957, Editorial Emisión, 1957,  p.8