El 2016: urgencias, nuevos públicos y nuevas propuestas

Fueron 41 estrenos nacionales los que contabilizamos durante el 2016. Uno menos que el 2015, pero aún lejos de esa cumbre que fue el 2014 donde se llegó a 47 películas que pasaron por las carteleras chilenas.

De todas formas, ya es claro que se está marcando una clara tendencia: el número de películas chilenas que tienen la posibilidad de ser exhibidas al menos una semana en salas siempre está cercana a las cuatro decenas. Un número bastante alto y que sigue arrojando lo de siempre: no logra llegar a un público que aún demuestra ignorar al menos el 80% de ellas. Y nadie hace mucho para impedirlo en un momento en que se habla mucho de formación de audiencias, pero siempre gracias a iniciativas valorables de parte de organizaciones no gubernamentales, salas independientes, festivales, las que aún siguen siendo marginales. Debería ser esto sustentado desde un Estado que no sólo las incentive, sino que las genere. Pero estamos en un momento en que las políticas públicas parecen demasiado concentradas en ayudar a la producción audiovisual, en vanagloriarse de ello, pero no de generar miradas hacia esos productos. Aunque hace poco se dio una luz de esperanzas con la publicación del estudio Política Nacional del Campo Audiovisual 2017-2020, a cargo del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes 2017-2022 (descargable aquí).

Es que en este sentido, da la sensación de que se siguen poniendo los caballos antes del carruaje, gracias a una política de Estado que (hasta ahora), y sin importar el gobierno de turno, era cómoda al desligarse de responsabilidades formativas, y poniendo acento a la entrega de fondos concursables para mantener activa la producción y así sostener dignamente este auge audiovisual. Y, por otro lado, poniendo crecientemente las fichas en una promoción internacional cada vez más fuerte para crear una imagen favorable para el país (la marca Chile, como se dice) que se traduce en presencias de paneles, catálogos, cócteles millonarios y negociadores en grandes certámenes del cine mundial.

Es de esperar que el lanzamiento de esta nueva política en donde se plantea la instalación de un Plan Nacional de Formación de Públicos para el Audiovisual (así en negritas), pueda ser una línea que traiga mayor equilibrio entre la producción, la figuración internacional y los públicos nacionales, a través de una formación que les permita decodificar críticamente el bombardeo audiovisual que los tiempos de hoy traen consigo. Esperamos sea un primer paso para la valoración real del cine chileno, lo que sólo traerá mayores avances en la calidad de los contenidos. El mencionado plan parece tener conciencia de esto y señala un camino a desarrollar, pero habrá que estar atentos a los mecanismos que se usarán para esta nueva etapa enfocada en la formación de públicos.

Es un proceso que urge rapidez, una vez que se ven cómo se están comportando las audiencias en las grandes cadenas de cine. Veamos cómo les fue ahí al cine chileno. Todavía sin tener las cifras finales, es claro que el 2016 no marcó mucha la diferencia en cuanto a las bajas asistencias, aunque sí se presenció un hito inesperado llamado Sin Filtro, que llegó inesperadamente a contabilizar 1.200.000 espectadores, ubicándose segunda en la listas de cintas nacionales más vistas de la historia. ¿Su fórmula? En primer lugar una muy buena instalación de su temática en redes sociales y en las pautas de los medios. Luego, una historia correctamente contada, con un humor que parece conectar con un público que va al cine con otras expectativas, si se le compara con espectadores de pasadas generaciones.

Con carteleras abarrotadas de grandes producciones hollywoodenses que han exprimido las sagas, la ciencia ficción y las adaptaciones de cómics, el público que va al cine ya no espera (ni exige) de la gran pantalla una experiencia profunda, ni transformadora. Se contenta con el efectismo, con la explosión y el fugaz entusiasmo visual, es un público infantilizado en extremo. Así, poco a poco, esas búsquedas más profundas se han trasladado a la televisión o, más bien, al streaming, es decir, se han individualizado radicalmente. En ese contexto, una comedia a veces caricaturesca como Sin Filtro cuaja muy bien dentro de estas nuevas miradas forjadas dentro de las grandes cadenas.

Y hay que reconocer ese buen ojo de Nicolás López y su productora Sobras para saber interpretar esos nuevos gustos, porque el 2016 tuvo otros intentos de cine comercial que buscaban esa misma conexión (todas comedias) y fracasaron rotundamente. Ahí quedaron Como Bombo en fiesta, Prueba de Actitud y, en menor medida Argentino QL, que si bien superó los 200 mil espectadores, estuvo lejos de sus aspiraciones que al menos buscaban superar el medio millón.

La ganadora de la encuesta Cinechile

Con 1.049 votos, la ganadora de nuestra encuesta de “Lo mejor del año” fue Rara que sumó 196 preferencias. Y es una justa ganadora, ya que equilibra lo que es una buena película con un público que conectó con ella y la valora justamente. Es una película, además, que es reflejo de una tendencia del cine chileno reciente que justamente busca conectar con el público a través de historias de alguna forma reconocibles, pero que además se cruzan con debates sociales bullentes; en el caso de Rara se cruza el caso de la jueza Atala con la adopción y crianza homoparental. En esta misma línea se podría colocar también Aquí no ha pasado nada, Nunca vas a estar solo, El Tila, fragmentos de un sicópata y 7 semanas.

El 2017 dirá si esta tendencia se consolida o se queda anclada en este año, pero todo parece indicar que seguirá. Parece ser una estrategia que busca la construcción de un nuevo realismo que parte desde un hecho “de la vida real” para desde ahí generar una idea y una imagen, que en casi todas las películas anteriormente mencionadas se mezclan correctamente con resultados más que interesantes. Son películas que no exageran, ni son impositivas en sus tesis, al contrario, buscan abrir miradas a través de estéticas y estrategias argumentales no convencionales. Demuestran también una toma de conciencia de estos realizadores en cuanto a las resistencias del público, dejando de lado cierta conciencia autoral-alumbradora para sumergirse en la actualidad y así capturar pulsiones callejeras y cotidianas que remuevan a ese esquivo público. En conclusión, es un proceso que ya arroja interesantes películas y develan un futuro que entusiasma.

En cuanto al documental, fue un año más bien parejo en cuanto a películas correctas pero no descollantes. Destacaron justamente aquellas que se pararon frente al formato de manera desafiante, cuestionando las verdades que deberían instalar los documentales. Ahí están los excelentes ejemplos de El viento sabe que vuelvo a casa, El rastreador de estatuas y Atrapados en Japón.

En fin, todas películas que merecieron mayor atención, pero fueron víctimas de un público que supo muy poco de sus existencias. ¿Por qué? Falta de publicidad, falta de interés de la prensa masiva y de un público, que como se dijo ya previamente, está mirando para otro lado y que necesita de un empujón para despabilar. Es ese el paso que falta dar y que con cada año que pasa se está haciendo más urgente.