Donde vuelas los cóndores, de Carlos Klein
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Raúl Ruiz dijo una vez que las películas chilenas siempre de alguna manera hablaban de Chile. Esto suena como una especie de maldición o, tal vez, una especie de síntoma de una búsqueda desesperada de alguna identidad a través de nuestro cine. Un camino idiosincrático que parece ser la que guía no sólo al cineasta chileno, sino también nuestras miradas sobre los filmes producidos en el país. Es por esto que extrañó ver Donde vuelan los cóndores, el documental de Carlos Klein, en la competencia nacional dentro del 19º Festival de Valdivia y, aún más, fue el impacto saber de su triunfo en dicha categoría. Esto porque casi no tiene diálogos en español (la voz en off del mismo realizador está en inglés), se centra en el rodaje del documental ¡Vivan las antípodas! del director ruso Victor Kossakovsky y, claro, Chile tampoco es el centro de la temática, sino un paisaje más dentro de muchos otros.

A grandes trazos, el documental es una reflexión cinematográfica, en donde Klein -cámara en mano- sigue a Kossakovsky en el rodaje, en sus preocupaciones y construcción de la estética del filme. Pero también, y es lo más interesante de la cinta, es un retrato sobre la obsesión de un artista en la configuración de lo bello y, más profundamente, cómo el cine es un arma para esa búsqueda. En este sentido, el ruso no es el único buscador, sino que el que realmente está en ello es Klein.

El filme posee un inteligente montaje que muestras las costuras no sólo de la idea de lo que es el cine para Kossakovsky (intuición estética, libertad, arrojo, pasión hasta las lágrimas), sino también hace evidente la construcción fílmica de la misma película. Así, Klein narra sus propósitos con el filme, entremedio se equivoca y vuelve a empezar. También mueve erróneamente la cámara, se cruza en los encuadres de Kossakovsky, quien por  momentos se molesta por la idea de ser el centro de otra película. Klein, poco a poco, se convierte en el autor de un diario de rodaje no esperado.

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Con esto, Donde vuelan los cóndores se plantea abiertamente como una película imperfecta, casi como un abierto ensayo sobre la construcción de un filme motivada por la obsesión por la imagen justa. Hacia el final, Klein repite una especie de manifiesto de Kossakovsky, una de esas líneas es: “No filmes si puedes vivir sin filmar”. Donde vuelan los cóndores es un paso en la búsqueda de ese arrojo, por detrás y delante de la cámara. Es casi la justificación de la obsesión.

La pregunta que deja, eso sí, es que si la búsqueda de ese sentido tiene algún propósito más allá del cinematográfico o el mero gusto estético y personal por el encuadre perfecto. Si acaso esta obsesión puede afectar al público que no circunda tales campos. En fin: ¿qué busca Kossakovsky mostrar con su película, qué busca Klein?