En la sala repleta de la Quinzaine des Réalisateurs de Cannes, fue proyectada La noche de enfrente, primer filme póstumo de Raúl Ruiz, el pasado sábado 19 de mayo. La función fue presentada por el equipo, la montajista y viuda de Ruiz, Valeria Sarmiento y sus productores. François Margolin, el productor francés, introdujo la película leyendo un papelito que Ruiz le había enviado. Dice Margolin que le fue difícil ubicar a Ruiz ya que en el más allá tampoco tiene celular. Ruiz le dice que se aburre, que en el más allá hay puros viejos y que espera que pronto la muerte le mande sus productores para que le puedan producir sus películas. Que como se aburre, está haciendo una nueva película con la camarita Sony que se llevó en el ataúd. Que la piensa mostrar en Cannes el próximo año. En broma o en serio, con Ruiz nunca se sabe.
La noche de enfrente presenta a don Celso, un funcionario que se jubila, y a poco andar la película comienza a entremezclar las diferentes edades de su vida. Y de su muerte. Porque la comunicación con los muertos es el eje en torno al cual gira la película. Vivos y muertos, juntos y revueltos alrededor de una mesa espiritista. Don Celso niño, obsesionado con Beethoven. Don Celso viejo, junto a un amigo llamado Jean Giono. El niño y el viejo Celso conversando con el Capitan Silver… Todo en una Antofagasta mitad real, mitad decorado kitsch.
Le película está regada (literalmente) de secuencias de una originalidad fresca, memorable, discursos de despedida al eterno jubilado, comilonas interminables, discursos fúnebres digresivos, que se terminan en canciones cantadas a capella. Una de las mejores secuencias de la película es cuando el jefe de don Celso le otorga el gran privilegio de gozar de un discurso de despedida mecanografiado en tiempo real. Así, el metralleteo de la secretaria acompaña las palabras de aquel que se va a jubilar, de aquel que sabe que se va a morir, al final de la comilona de despedida. Medio en broma, medio en serio. “Cómo está la vida” le dice un muerto a otro muerto en otra secuencia.
Hay en La noche de enfrente una voluntad de síntesis que recuerda tanto pasajes de La ville des pirates (1983) y de El tiempo recobrado (1999), con esa manera única de fabricar sus películas, entre cine de autor y cine de serie B de bajo presupuesto, porque su obra siempre estuvo entre Borges y Corman.
“Murió en la suya”, me dice Christopher Murray a la salida de la proyección. Porque La noche de enfrente es un epilogo en serie B, distante de la monumental Misterios de Lisboa, profusa, digresiva y elegante. Esta es un despedida en clave de serie B, que puede acumular los errores de producción —que le gustaban tanto a Ruiz— con secuencias al límite de lo kitsch y varios problemas de imagen. Pero las mesas cojas se prestan a la perfección para las sesiones de espiritismo.
Se ha hablado de La noche de enfrente como su testamento o su propio discurso fúnebre. Pero esta película es mucho más que eso. Ruiz continúa o concreta aquí una reflexión acerca del cine que ya había bosquejado en “La poética del cine”. Ruiz hablaba de un cine chamánico, del cine como una experiencia transtemporal. Un personaje habla en algún momento de la película acerca de “esas sombras especiales, esas sombras que generan luces”. Esta película se vive como una sesión de espiritismo al revés. Son los muertos quienes llaman a los vivos, que no tardan en darse cuenta de su cambio de status. Pero Ruiz da un paso más allá: en una reflexión profunda acerca de la ficción y la vida, todos los muertos (los muertos-muertos y los muertos-vivos) son convocados en una sesión de espiritismo por aquellos que no pertenecen ni al mundo de los vivos ni al de los muertos. Son los personajes de ficción (Beethoven, Jean Giono y el Capitan Silver) quienes creen empecinadamente en nuestra disparatada existencia, y que a pesar de la falta de pruebas nos llaman.
Como espectadores, asistimos a la sala de cine a ver una película, compramos el boleto, hacemos la cola. Creemos ser nosotros quienes convocamos a los muertos-personajes que aparecen en la pantalla . Pero Ruiz nos dice —risita de ultratumba— que son esas luces, que es el cine, que son los personajes quienes nos convocan a nosotros. La ficción nos llama, nos atraviesa, nos anima, nos ilumina. A nosotros, los espectadores, sumidos en la sombra de la sala de cine.