«Darío en toma», de José María González
Películas relacionadas (1)

Como Darío en toma, película que se exhibe desde esta semana en la Cineteca Nacional, no han sido pocos los documentales que han tomado como centro los movimientos estudiantiles, con distintas propuestas y alcances. Podemos dar dos ejemplos extremos en su circulación y propuesta. Primero el corto El nuevo amanecer (2012), que se inserta desde un colegio tomado por estudiantes que luego son traicionados por sus propios padres, una película aguerrida y directa que se movió en muestras pequeñas y que hoy está online. Luego, El vals de los inútiles, que se afianzó en un modelo más amplio de distribución, que incluso hizo que se estrenará en salas argentinas. Un documental que decide enfocar el movimiento en dos personajes que participan en las corridas por la educación alrededor del Palacio de La Moneda, con planos perfectamente compuestos, pero con un resultado dispar en cuanto a capturar la fuerte pulsión del movimiento, y sus más internos cuestionamientos.

El caso de Darío en toma se alinea más con el primer trabajo mencionado, aunque profundiza más gracias al período de tiempo (seis meses) que retrata. Insertándose desde su mismo inicio dentro de la toma que realizan los estudiantes del Liceo Darío Salas, la cámara opta por acompañarlos en el largo tiempo que dura el movimiento, el que incluye una huelga de hambre. Así, la cámara muy pocas veces sale de los límites del liceo, enfocando incluso algunas marchas que pasan por calles aledañas desde las ventanas y balcones. Su opción es clara, es meticulosamente ir mostrando la evolución de lo que adentro pasa, sin casarse con ningún personaje en particular, ni tampoco construir una imagen heroica. Está claro que una manifestación como esta se sitúa sobre cualquier personalismo.

Si bien en un comienzo peca de descriptivo con carteles que buscan poner en contexto lo que se ve, una vez que se asienta en las rutinas de la toma, y en el desgaste natural de las relaciones entre el alumnado con sus padres y profesores, emerge un retrato muy certero. Al entusiasmo inicial, se suma la falta de madurez política, las problemáticas propias de la adolescencia (es notable una charla de unas chicas que dicen haber encontrado test de embarazo en los baños) y, finalmente, la verdadera efectividad de lo que hacen. Mediáticamente abandonados, emerge el cuestionamiento de si lo que hacen vale realmente la pena, si realmente alguien los está oyendo.

entoma.jpg

Todas estas características surgen porque el dispositivo del documental es ponerse al mismo nivel de los estudiantes. Vive con ellos y la cámara les resulta natural, incluso hay momentos álgidos (como violentos intentos de desalojo por parte de Carabineros) en que se apoya con grabaciones de celulares de los mismos estudiantes. Un material organizado correctamente, gracias a un montaje que instala un relato que no agota en la casi hora de duración del documental.

Así, Darío en toma no fuerza ningún discurso, ni parece manipular en exceso los hechos. Su naturalidad y sinceridad con lo que registra es clave para un resultado que está lejos de ser heroico, porque las lágrimas de orgullosa emoción que emergen de los alumnos por lo que han realizado son también de amargura.

En un país tan fuertemente amarrado por leyes casi imposibles de modificar, incrustadas eficazmente por la dictadura y que implican excepcionales condiciones para siquiera discutirse, el ver a los jóvenes desvivirse y arriesgar sus vidas por echarlas abajo es altamente angustiante.

Si es que alguna vez la situación cambia, Darío en toma será un eficaz reflejo de esos tiempos en donde los jóvenes luchaban en contra de una educación que era ridículamente la más cara del mundo y, además, de pésima calidad. Si las cosas siguen igual, Darío en toma nos restregará que el tiempo ha pasado y seguimos con los pies en el barro. Por ahora, nos dice claramente que esta es nuestra dura e injusta realidad.