“Crónica de un comité”, de José Luis Sepúlveda y Carolina Adriazola
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Suena raro decir que este es el primer documental de la dupla AdriazolaSepúlveda, pero efectivamente lo es. Es raro, porque tanto El Pejesapo, como Mitómana y El destapador, dejan la sensación que son más documentales que ficción. Y es porque estas películas están paradas en los límites de ambas expresiones cinematográficas, con infiltraciones y saltos de uno a otro lado que arrojan como resultado duras reflexiones sobre el Chile actual que muy pocas películas chilenas han logrado en este nuevo siglo. Cintas que se han catalogado de manera superficial como “cine marginal”, pero este apelativo correspondería más bien a la circulación que tienen los filmes, los que se exhiben en muy pocos festivales y con estrenos comerciales casi inadvertidos por la prensa. Porque más que apelar a una cierta marginalidad, lo que aspiran y efectivamente logran las películas de esta dupla, es sacar a la luz lugares, personajes y problemáticas más bien invisibilizadas. Dentro de esos límites está la radicalidad de su cine.

En el caso de Crónica de un comité, la motivación de la película es -y como dice el título- el seguimiento hacia la creación y desarrollo del “Comité por la Justicia Manuel Gutiérrez”, quien encargó a los realizadores a registrar su lucha. Una agrupación que nace tras la muerte de este joven de 16 años que recibió el disparo de un carabinero, el cual tras unos pocos meses de encarcelado y vagamente enjuiciado por la justicia militar es liberado y ni siquiera es dado de baja. Manuel además no era un activista, sólo observaba curiosamente las manifestaciones de ese 25 de agosto de 2011 en las cercanías de su casa, dentro del marco de una jornada de protestas organizadas por la CUT.

Desde un comienzo su montaje y la apuesta visual buscan develar las aristas, contradicciones y problemas de un grupo de pobladores que parecen en todo momento lidiar con lo imposible: el hacer justicia. Una historia que al final se centra en una familia que sufre, que se niega a que su hijo sea convertido en símbolo de la represión policial, y que se debate entre su creencia religiosa que les da como respuesta consoladora “la justicia divina” y “el destino” o seguir adelante en un caso donde desde el Gobierno hasta la prensa terminan escondiendo debajo de la alfombra.

Pero entre medio está Gerson, hermano parapléjico de Manuel que toma la batuta de la organización. Ahí se le ve haciendo lobby parlamentario, armando mítines, colándose en las protestas estudiantiles y apareciendo en televisión, de la mano de modelos exuberantes o bajo la mirada de Paulina Nin y hablando de su hermano entremedio de tandas comerciales. En esas situaciones, Gerson está contrariado por disfrutar de esos 5 minutos de fama que sólo son posibles por la muerte de Manuel. Sólo la fatalidad lo hizo visible. Momentos en que muchas veces está acompañado de un vecino (Miguel Fonseca), que parece tener mejor formación política y que, en conjunto con Gerson, componen un dúo visualmente quijotesco.

Todo esto podría haberse resuelto bajo los clásicos estándares del documental político, pero justamente acá está la astucia de los directores. No hay una mirada grandilocuente, heroica, abiertamente denunciante, tampoco tajante, ni menos altruista de parte de los autores. Con una postura altamente ambiciosa, Crónica de un comité busca justamente armar una crónica, donde las visiones choquen, donde los acá perjudicados terminan viéndose de carne y hueso, con los dolores y contradicciones que le producen estar parados en un contexto así.

Coherentes con su propuesta cinematográfica, Sepúlveda y Adriazola construyen esto de forma innovadora. Una forma de realización “horizontal” lo llaman ellos. Conviven y siguen a sus protagonistas, pero se arriesgan pasándole una cámara a Gerson y a Miguel para que también sus visiones compongan la película. El resultado es lo que eleva a este documental por sobre la media. La vitalidad de esas imágenes que quizás carecen muchas veces de calidad estética o que no se preocupan de una correcta composición, son inquietantes y conmovedoras. Gracias a esto, queda en la cúspide del documental chileno reciente aquellos cerca de 10 minutos donde Gerson registra la visita a su casa de dos capellanes evangélicos de Carabineros, quienes no se inmutan ante el lente y alimentan la idea de que “Dios quiso a su lado a Manuel”. Una inquietante secuencia que termina con ellos bendiciendo a Gerson y entregando un pobre reloj de madera de regalo.

En Crónica de un comité, no existe entonces una propuesta visual que beba de las nuevas y cuidadas estrategias estéticas para congraciarse con criterios contemporáneos, ni tampoco se busca la instalación de una mirada celestial y concientizadora de imágenes que lleven una estampa “artística”. Hay aquí una urgencia por instalar una visión auténtica y eficaz de los retratados, que podría definirse como un contrapicado social, en donde los muros de la injusticia parecen infranqueables para unos pobladores ninguneados por el poder. La gracia, remarco, es que ellos mismos forman parte de esa estrategia documental que otorga una pulsión vital remarcable. La película así construye una visualidad concreta y directa, como pocas veces en el cine chileno, con quienes han sido siempre estereotipados o directamente ocultados.

A pesar de la precariedad que a veces tienen en demasía las imágenes o de ciertas redundancias conceptuales, las curiosidades, contradicciones, ensoñaciones, luchas y madurez que viven y expresan los protagonistas durante los casi tres años de registro que se agrupan en el documental, arrojan como resultado efectivamente más una experiencia que una relato. Un corte transversal a la realidad chilena, dijo uno de los asistentes en su exhibición en Fidocs, destacando además la organicidad de un montaje que se cuida de no manipular, ni de acentuar ningún aspecto sobre otro. Porque acá no hay espacio a un desenlace, dando cuenta de un país donde la memoria opera bajo un efectismo brutal y siniestro, y en donde la justicia es un artilugio que también se mueve dentro de los negociados politiqueros. Al parecer, sólo queda la posibilidad de hacerlo cine, conscientes también de lo débil e intrascendente que en estos tiempos puede ser también esa arma.