Calafate, zoológicos humanos, de Hans Mülchi
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Hay ocasiones en que un cineasta se encuentra entre manos un gran tema y si no está capacitado para dar cuenta de él, puede derivar rápidamente a otro oficio. Y es que un gran tema es un tesoro poco común que crea de por sí una gran expectativa, que solo se ve satisfecha con su adecuada formulación en pantalla. Si en la ficción esto es importante, en el género documental es esencial, ya que la batería de recursos para capturar la atención del espectador es más reducida. Aquí la efectividad se juega toda en la verosimilitud de la empresa y en convocar una sensibilidad colectiva,  a menudo amortiguada por los efectos contundentes de la narrativa dramática y de sus vistosos intérpretes.

Por eso siempre el documental juega en desventaja a la hora de atraer al público a los cines. Para qué mencionar la televisión, ahí el combate es desigual hasta el ultraje. Basta revisar en la programación actual lo que los canales conceden al género originario del audiovisual. Conciente de todo eso el realizador Hans Mülchi se envalentonó ante la potencia de su material y decidió salir adelante con él, mientras huracanes burocráticos y buenas intenciones amenizaron su travesía de varios años para poder realizar Calafate, zoológicos humanos, un largometraje de gran contundencia emocional.

El descubrimiento de fotos y documentos que mostraban el destino de un grupo de individuos de las etnias patagónicas a fines del siglo XIX, secuestrados por europeos y expuestos como fenómenos en las refinadas capitales de aquella época, daba para una urgente reparación. Más todavía cuando se descubrieron algunos de sus huesos en un museo de antropología en Zurich. Los posibles parientes magallánicos habían crecido con la historia terrible de tal desaparición y concientes de su dolor inician el largo y a menudo triste recorrido en pos del regreso de esos restos. La película da cuenta del proceso hasta su culminación.

El peligro de un tema así es que no logre colocarse más allá de las certidumbres bien intencionadas que todos tenemos respecto a nuestras etnias originarias. Racionalmente sabemos de ser mestizos y pretender lo contrario es ser políticamente incorrectos. Por lo que aparentemente esta historia tiene todas las de ganar ante nuestra bien educada conciencia. Eso fácilmente pudo derivar en la complacencia y conformidad de estar en el lado correcto de la moral del asunto. Mülchi inteligentemente no se dio por satisfecho con ello y en su recorrido histórico descubre muchas mayores implicancias, que van desmontando nuestro actual discurso político oficial con implacable objetividad, sirviendo para constatar como un solapado racismo anida entre altas autoridades y diplomáticos distinguidos. Cuando finalmente se comprueba que el gobierno de la época cedió a las peticiones del canciller imperial alemán, no queda sino comparar con al actual estado de las cosas. El resultado no es muy alentador, especialmente porque no deja muy bien paradas a las autoridades del gobierno anterior.

Pero todo eso sería meramente político, por lo tanto limitado al ámbito de las relaciones y reacciones lógicas. Afortunadamente la película da un paso más al acompañar el recorrido que dos mujeres de las etnias afectadas hacen para llegar hasta Suiza y organizar los ritos de repatriación. Es por aquí cuando el espectador se puede fácilmente abandonar a la contundencia emotiva de toda la operación. La escena en que la mujer se encuentra en el aeropuerto con el encargado suizo es de aquellas que no se olvidan. Como tampoco el acertado y discreto final en el que no se muestra justamente aquello de lo que se ha hablado durante todo el relato. Gran muestra de prudencia y respeto ético y estético, que la televisión no habría probablemente tenido.

En Calafate, zoológicos humanos casi todo funciona a la perfección. Algunas explicaciones redundantes y un tono melancólico pueden poner a prueba la comodidad de la butaca, pero son observaciones menores comparadas con las intensas virtudes de este trabajo documental, que nos viene a recordar que todas las lacras del pasado deben saberse cerrar con los ritos adecuados y para ello no hay tiempo ni distancia valederas. Finalmente es eso lo que da sentido a todo el sufrimiento. El documental siendo de un tema triste como pocos, deja tras su catarsis una agradable sensación de esperanza al comprobar que asistimos finalmente a un cierre, lo que es un gran bálsamo aplicable a otras heridas abiertas del pasado.