«Atrapados en Japón»: misteriosa vitalidad
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Sin aspavientos, bañado de un enigmático encanto ha entrado a la cartelera Atrapados en Japón, el primer documental de Vivienne Barry (1947), la experimentada cineasta conocida por su trabajo en el cine de animación. La película, que ha tenido una presencia cadenciosa en festivales y que ya tiene en su haber sendos premios (en FemCine, Valdivia y BioBio), es una especie de road movie que, trenzando con precisión material de archivo de todo tipo, locución y animación, logra ser devastadora, delicada y seductora a la vez. La directora presentó la obra este jueves en el cine Radicales, donde se exhibirá al menos por tres semanas.

El largometraje tiene una premisa que de entrada atrapa: en 1941 seis periodistas chilenos –entre ellos Carlos Barry, el más joven, entonces de 23 años– fueron invitados a recorrer el Imperio del Sol para degustar y luego divulgar lo atestiguado. Una evidente jugada comunicacional en plena segunda guerra mundial -Chile era neutral- que tanto los Aliados y como el Eje ejercían por doquier.

El grupo se embarca entusiasmado, atraviesa un océano Pacífico colmado de tiburones y constantes rumores sobre posibles ataques sorpresa. Llegan a un Japón que los recibe con honores. Son agasajados con banquetes y reiterados paseos oficiales. La silenciosa gracia de las geishas los cautiva, la laboriosidad del pueblo nipón los inspira. Todo lo que se les muestra parece estar dispuesto para que se refleje en los futuros reportes. El viaje continúa hacia Corea y luego China. Cuando algo complicado –hambruna, explotación sexual infantil, miseria– aparece frente a los ojos de los cronistas la autoridad corre el tupido velo. El grupo ya ha visto suficiente y se dispone a regresar a Chile. Pero sobreviene la catástrofe: el ataque a Pearl Harbor. Todo se complica y comienza el calvario: no pueden regresar, están en medio de fuego cruzado. Comienzan a deambular. Es más, ahora son incluso mirados con sospecha, mejor dicho: casi prisioneros de guerra. La cordialidad se va apagando y sobreviene un laberíntico periplo que los hará dar la vuelta al mundo.

A través de esta aventura, de por sí fascinante y angustiante a la vez, Atrapados en Japón fija y reconstruye algo más íntimo: la figura de un padre que volvió para irse de nuevo, pues murió abruptamente cuando la directora tenía 11 años. Y es que ahí comienza el ejercicio creativo más intrincado y sorprendente de la película: la búsqueda, donde se cruzan las fuentes recogidas –diarios de viaje de los periodistas– que se hilvanan y condensan en la voz en off que representa a ese padre. Una voz juvenil, graciosa, inquieta, imaginaria también, pero acaso tan real o más porque adquiere vida y personalidad propia. De manera alternada, la hija-directora hace el mismo viaje que su padre recorriendo el otrora Imperio; interrogando rostros marchitos que tal vez lo conocieron y puedan ofrecer respuestas. La directora filma en un barco-museo un vacío que llena con su seductora y la vez misteriosa voz que escudriña a este ser de a momentos tan desconocido y tan cercano.

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No es sencillo construir voces así equilibradas y genuinas como las que se lograron, y que además contengan tanta vida. Una voz en off impertinente o forzada, fuera de tono o mal distribuida, puede echar por la borda una buena película. Aquí pasa todo lo contrario: este dueto parece recorrer de la mano una odisea inimaginable, reuniéndose en la pantalla, fundiéndose para siempre.

El escenario sobre el cual navegan está nutrido de filmaciones de época que si bien parecen esas mismas que todos hemos visto en documentales sobre la segunda guerra mundial en rigor son otra cosa: tienen una textura y un sentido que va más allá de lo ilustrativo. Portan una atmósfera distinta, como si hubiesen sido filmados y distribuidos con una sensibilidad etérea. Parecen haber sido recogidos mediante un viaje en el tiempo, de alguien que fue y los trajo especialmente para esta ocasión. Fotografías, cartas, siluetas, un caudal de complementos gráficos van pincelando este gran lienzo que si bien parece documental diluye las concepciones sobre esta modalidad. La animación, especialidad de la directora, se hace presente en plenitud mediante una muñeca que estuvo cautiva por décadas dentro de una caja de vidrio: ahora se nos aparece, flota, deambula, revive, creando un extraño puente con ese pasado suspendido. Esta presencia parece contenerlo todo: una figura que representa tanto lo que tal vez cautivó al padre en su viaje como la síntesis de lo que quedó de él. Muchos otros objetos –en apariencia simples souvenires– filmados para Atrapados en Japón adquieren un sentido mucho más complejo, cargados de significado, a veces perturbador pero siempre revelador, cuando son bañados por el movimiento, una sonoridad repentina o unas manos cálidas.

Si durante la última década casi todas las películas locales han logrado solvencia técnica a toda prueba, cierta chispeza estética o conceptual, niveles de sofisticación y desafiantes en lo formal, Atrapados en Japón reúne todo esto pero además logra lo más difícil, lo más esquivo: emociona hasta la médula. Deja sin habla, con la garganta apretada, queriendo saber más, temiendo saber más, padeciendo algo de estupor por el prematuro final físico de ese padre tan lozano, pero a la vez permitiendo avizorar con cierto éxtasis algo más poderoso e importante: la reconstrucción y resolución creativa de un episodio histórico, de ser querido, perdido y recuperado, y de la misma creadora. Esto de una manera tan absoluta y abrumadora que inquieta. La luz a veces quema. Atrapados en Japón: una clase magistral de cine.

 

Nota: Los periodistas parte de la comitiva invitada fueron: Augusto Iglesias, por La Opinión; Rodrigo Aburto, por El Diario Ilustrado; Jorge Vial Jones, por La Nación; Mario Planet, por La Hora; Carlos Barry Silva, por El Chileno; y, Gustavo Labarca, por El Imparcial.