Archipiélago y los círculos de la muerte
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Archipiélago (1992)
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* Este ensayo forma parte de las reflexiones que surgen del proyecto postodctoral FONDECYT Nº 3150632.


Cuando el profesor de arquitectura, interpretado por Héctor Noguera, es descubierto por la DINA durante un aparente mitin político clandestino en la Villa Portales, recibe un balazo en la frente. Producto de esta acción, la historia de Chile comienza a degradarse entre recuerdos convalecientes sobre la crudeza de los agentes del estado opresor, la exaltada y emocional experiencia de convivir con un pueblo indígena extinto en el archipiélago de Chiloé y evidenciar cómo a ellos también les llega un convaleciente fin a manos de los colonos.

En ambos casos, los círculos de la muerte llevan al profesor a revivir estos decesos, atrapado en su psique, y en el trauma colectivo del país. Cual experiencia religiosa, vive la exaltación sensorial y alteración emocional de convivir con la memoria de casi 200 años.

En este breve análisis de la película de ficción de 1992 Archipiélago, de Pablo Perelman, a quien celebramos hoy, vislumbraremos algunos de los elementos que más llaman la atención de esta compleja y reflexiva obra, la que de mano de la introspectiva actuación de Noguera, nos llevará a reconocer las múltiples muertes de nuestro país.

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Un importante elemento que acompaña toda la obra es el gran trabajo de sonido que nos lleva desde la tensión del pasado reciente a un pasado lejano, pasando por un presente que no existe. Instrumentos de viento indígenas con profundas y rítmicas percusiones parten sonando temprano, cuando ya en la isla, el arquitecto cree vivir un allanamiento que gatilla uno de los primeros flashbacks de su edificio y la persecución de la DINA. Así mismo, la obra está acompañada de intensos silencios, en donde el sonido de pasos y cortinas moviéndose por manos espías, o el ruido del agua, del viento y los chucaos en el bosque, incluso la respiración y la lluvia, son la banda sonora.

La película comienza representando su propio pasado reciente, en algún momento antes de 1977, cuando el derecho a la libertad de reunión y de asociación aún estaban prohibidos y eran celosamente vigilados por la DINA. Tras ver y escuchar las capturas y decesos de otras personas, el profesor arquitecto cae ante la violencia de los represores. Este momento, el de su muerte, será el comienzo de un viaje. Viaje al cielo, o más bien al infierno. Este instante además, tendrá un gran poder sobre los eventos que vienen en la película, y volveremos a verlos constantemente. Son la representación del trauma, y su poder sobre toda la narrativa aparecerá cíclicamente. Después de flashes de luz, después de frases claves como “si pudiera empezar de nuevo” o “no sabemos nada de ellos” (refiriéndose a los Chonos, pero quizás también a los detenidos). O simplemente de la nada, ya que, como gatillo del trauma, puede aparecer en cualquier momento.

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La primera vez que vemos el edificio construido por el profesor es a lo lejos, a través de lo que parece ser un cilindro de cerradura. Reminiscente de montajes del cine silente, con la imagen dentro de una figura circular y los bordes negros, esta imagen nos invita a fijarnos en el edificio en detalle, ya que en su reiteración radica parte de la clave de cómo enfrentar la lección entre tomas.

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En este viaje a la muerte, la función del agente de la DINA será como la del barquero que cruza a las almas por el rio del inframundo. El destino, el archipiélago de Chiloé, será el plano donde los tiempos y las fatídicas experiencias convivan. Sin embargo, entre las islas, la vigilante DINA seguirá su atenta observación al profesor, pero ya se irá desdibujando de la realidad.

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Durante un flashback del momento del trauma, el arquitecto se da cuenta que se están filtrando los baños. Tras escuchar y ver el balazo que lo impacta en la frente, amanecemos en el pasado, junto al pueblo Chonos. Aquí es imposible no reconocer como los tiempos históricos también se están filtrando. Junto con los Chonos, aparecen inmediatamente escenas de los no muy bien escondidos colonos, vestidos con la característica armadura española. Este primer viaje en el tiempo deja al arquitecto aturdido y tarda en entender lo que sucede. Sin embargo, gana perspectiva y puede reconocer cómo en el archipiélago el agua está entrelazada entre cientos de islas: Así, entre estas islas que se desgranan del continente y de la historia, el agua cumplirá una constante función tanto simbólica como espiritual, permitiendo el paso entre tiempos y vivencias.

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Por ejemplo, la lluvia traerá una nueva posibilidad para el arquitecto, la de volver a ejercer su profesión y ayudar a la recuperación de una iglesia perdida en el archipiélago. Gracias a esta situación conocerá tanto al Párroco como al pueblo Chono desde otra perspectiva. De hecho, será el religioso quien le presente imágenes al profesor sobre este pueblo. Las recreaciones de las cintas de registro del padre Salesiano Alberto De Agostini de la década de los 30, nos permitirán conocer de la mano del “Padre antropólogo” a un pueblo en su cotidianidad.

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Con estas recreaciones, esta película retoma una metareflexión que podemos ver en todas las películas de Perelman. Una inquietud por plasmar formas visuales en el cine. Reflexionar sobre la visualidad y sus estéticas a través del movimiento. Las fotografías, la pintura, la arquitectura y el cine, todos dentro del cine. Aquí parece una película dentro de una película. También vemos fotografías de las iglesias jesuitas y las pinturas de los cuerpos de los Chonos. Intermedialidad entre cine y otras artes, así como también una intertextualidad del cine con otros textos, como en este caso la historia. Es una reflexión de cómo incorporar el arte dentro del arte, pero no de una manera inmóvil, sino viva. Cuando el arquitecto está siendo llevado por una barcaza indígena, grita celebratoriamente la libertad, los Chonos dentro del material audiovisual recreado, lo escuchan y acuden a su grito.

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A través del cura accedemos también a las imágenes de la espiritualidad cristiana. Las que si bien son escazas, proponen la exaltación de la experiencia mística y espiritual que vive el arquitecto. El éxtasis sexual en su presente, aquel de revivir mediante el tacto. El tabú con que enfrenta la sexualidad de los indígenas. El constante estado de contemplación a través de la cinta, nos va permitiendo adentrarnos más en la psiquis del protagonista. Podemos percibir la conmoción del alma que siente a través de la experiencia trascendental del contacto con la naturaleza, el tiempo y la historia. La experiencia de convertirse uno con el todo.

El sacerdote es también quien nos cuenta que el exterminio de los Chonos se dio ya que ayudaban a los corsarios a navegar los canales, y estos con la información atacaban a los buques españoles. Se ponen en evidencia también el rol de los extranjeros y las corporaciones pesqueras y forestales, que cortan bosques y lo hacen astillas y tienen buques factorías pescando en los canales. Ya en 1992, Perelman pudo reconocer esta nueva muerte que vivía Chile: dese los genocidios indígenas a las muertes a quienes piensan distinto, culminando con el abuso a la naturaleza.

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Desde este momento las imágenes con los indígenas aparecen cada vez más. Conocemos más de su estilo de vida, y de la importancia del mar. Vemos como el agua es la existencia misma. Es comida, es estilo de vida. También vemos al arquitecto misionero diciéndoles que viene a salvarlos, lo que nos lleva a escenas del arquitecto militante escapándose en su edificio. Aquí se filtran los mundos nuevamente, y mediante montajes conceptuales como pájaros del pasado isleño que aparecen dentro de su casa de Santiago y personajes de la isla, se funden con el tiempo pre-balazo. El tiempo va tanto al revés como para adelante. Entonces lo vemos a él: como arquitecto de esta historia, trabajando en la maqueta del edificio donde morirá, pero que aún no construye. Aquí el recurrente iris al edificio cobra significado. Estos círculos de muerte pueden suceder incluso en futuros que aún no se construyen.

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Una persecución en Santiago se desdibuja a una persecución en la isla. El montaje acelera su ritmo, las escenas se hacen más cortas. Una ceremonia del paso a la adultez indígena es interrumpida por la llegada de los mercantes y el alcohol. El arquitecto misionero intenta revertir el ya inevitable proceso. Los indígenas lo destierran. Cruzar ahora el agua entre islas se vuelve pantanoso, como el río Aqueronte del inframundo griego. Ni la más simbólicas de las defensas lograran ya detener lo inevitable. La llegada del español avecina el genocidio que estaba gestándose desde ya la primera escena en que vemos a los Chonos, cuando los españoles aparecen escondidos.

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En La divina comedia de Dante, el río constituye el borde del infierno, el Ante-Inferno, si se quiere. Los canales del archipiélago en la obra, son los medios que permiten que el arquitecto transite entre los mundos, con la posibilidad de redención que le concedería salvar a los Chonos. Una especie de purgatorio en dos tiempos: el presente, donde evita las reuniones políticas y el trabajo en una iglesia en el pasado colonial, donde intenta salvar a un pueblo originario, evitando perder en el proceso nuevamente su vida.

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El gran montaje de esta obra se hace presente en los saltos temporales, pero también en la recurrente imaginería circular que podremos ver en la cinta, la cual sugerirá confusión con los tiempos representados y los significados de lo que vemos: “No se acaba nunca” dice el arquitecto. La repetición de temas, como lo indígena, el agua, los sonidos de instrumentos de viento, los pájaros libres, y la última imagen que el arquitecto ve antes de su muerte física, así como también, las barcazas transportadoras nos llevan a la inevitable epifanía: el avance del tiempo no se puede detener y el tiempo cíclico trae la muerte cada vez.

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Pero, en recuperar la historia de lo que le aconteció con los Chonos, y su injusta y horrible muerte, hay una forma de vida eterna. El rescate de la memoria de la colonia y de la dictadura se vuelve necesario prerrequisito para poder salir del purgatorio del trauma, y poder así, avanzar a nuevo terreno. Paraíso quizás, el cielo tal vez, pero seguro nos lleva a un lugar de tranquilidad y alegría, en donde la construcción del futuro depende del respeto y el aprendizaje en el pasado.