CONTROL DE ESTRENOS: “Yo vendo unos ojos negros”
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Una nueva compañía cinematográfica, “Chi-Mex”, realiza esta película que, a pesar de tener un director mexicano y  algunas figuras estelares extranjeras, ofrece un ambiente netamente chileno.

Hace su debut como productor don Ángel Ibarra. Y se estrena promisoriamente. Se ve que ha hecho su film en forma generosa, sin escatimar escenarios ni  decorados, de tal manera que la cinta está muy lejos de dar esa sensación de estrechez pecuniaria que denotan muchas de las producciones chilenas independientes.

La película ha sido concebida en torno de Evita Muñoz, «Chachita», y la pequeña actriz se merece tal privilegio. Desde el primer momento saltan su gracia espontánea, su naturalidad en las emociones y en las alegrías. Durante dos tercios, el film gira en torno a Evita. Ella constituye el eje primordial y la chispa de constante atractivo. Desgraciadamente, en la última parte, el director la relega un poco, para dar importancia a otros personajes.

El ambiente es chileno -dijimos; el tema, naturalmente, resulta universal. Ofrece la tragedia que soporta una niña sobre la cual se acumulan acontecimientos dolorosos y difíciles. En el transcurso de muy corto tiempo ve morir a su padre y ha de soportar los castigos en injusticias de su madrastra. El cielo se abre para ella cuando aparece en la escena de su existencia el tío Carlos. Es un hombre encantador, aunque ha perdido la vista. Prodiga a la niña los mimos y alegrías de que ella está sedienta, y se enamora -siendo correspondido-, de la linda maestrita del pueblo. Pero en «Yo vendo unos ojos negros» los afectos no son fáciles de ofrecer ni de retornar: en aquel idilio se cruza la rivalidad de la madrastra, que no para en obstáculos para conseguir que Carlos corresponda a la pasión devastadora que ha encendido en ella. El tema es corriente. No se trata de un drama psicológico ni cuenta con una trama original. Pero ha sido bien tratado, esquivándose cuidadosamente los escollos que pudieron hacerlo caer en un folletín melodramático. Los elementos estaban allí: era cuestión de barajarlos hábilmente. Y eso se consigue en «Yo vendo unos ojos negros«. A cambio de defectos, tiene ratos de emoción y otros de alegría. Tampoco deja de ser mérito el hecho de que el reparto sea homogéneo y que cada actor encarne más que discretamente a su personaje. Ya hablamos de Chachita, cuyo trabajo es notable. Agustín Irusta y Chela Bon están muy bien como Carlos y Alicia (a la actriz le aconsejaríamos que bajara unos kilos, ya que en ciertos momentos, su silueta aparece demasiado voluminosa). Olvido Leguía ha aceptado un personaje difícil e ingrato: la madrastra rencorosa y apasionada. Está muy bien en su papel, apareciendo, además, como una mujer atractiva e interesante. Paco Pereda nos pareció exagerado en las primeras escenas, cansándonos un poco su manía de tomar medicinas a troche y moche. Pero luego, va imponiendo su talla de gran actor, sobresaliendo en la escena la lluvia. También está bien caracterizado don Fabián, otro personaje repulsivo que maneja Juan Corona. Estos tres actores, Olvido, Pereda y Corona, merecen una cordial felicitación, ya que, aunque sus respectivas actuaciones son las que menos llegan al corazón del público, las manejan, sin embargo, admirablemente. Los personajes cómicos también están bien, destacándose Rey Di Marías, Gabriel Araya, y, muy en especial, Yoya Martínez, que tiene gracia y simpatía. La actuación culminante de la actriz está en el momento en que baila una chilenísima cueca, con admirable gracia y picardía.

Dentro de la película hay escenas gratas para el público chileno. Vemos ramadas donde grandes y chicos bailan cuecas; aparecen huasos que cantan con sus guitarras, y damas que manejan el arpa con no menos maestría que ellos las vihuelas. Agréguese, además, que figuran bonitas canciones, de las que es autor, junto con la música de fondo, Donato Román Heltman. La dirección de Joselito Rodríguez, correcta en términos generales, tiene sus momentos débiles. Desde luego, le reprochamos que haya confundido un poco el argumento, al final, quitando a la estrella (Chachita) la importancia que tuviera anteriormente.

«Yo vendo unos ojos negros» constituye un destacado esfuerzo dentro de nuestra cinematografía. Es una película que se ve con agrado, que enternece y también hace reír. Además, tiene el mérito de levantar al cine chileno de este letargo, un poco demasiado largo ya, en que se le postró injustamente.

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