Control de Estrenos: «Romance de medio siglo»
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Desde que se anunció por primera vez esta cinta tenemos deseos de preguntar a quién corresponda qué se pretende sugerir con In palabra romance que figura en el título. En inglés se suele emplear en el sentido de idilio, de breve, fugaz y no trascendental historia de amor: pero en castellano no significa eso. Y en el caso de esta cinta mucho menos, porque la pasión que la informa sobrevive incólume a través del tiempo, de accidentes, catástrofes y muertes, hasta realizarse por encima de generaciones. En suma, aquí como en otras cosas, “los muertos mandan

En otras secciones de esta revista se habla acerca de las muchas dilaciones que hubo de sufrir esta película en su primera exhibición ante el público: no vale la pena, pues, insistir en si se ha defraudado alguna curiosidad excitada hasta lo más vivo, o si, por el contrario, se mantiene todavía en suspenso alguna descabellada ilusión. Chile Films, la entidad productora, inicia con ella oficialmente su vida en la cinematografía nacional, y si en las esferas directivas de este organismo hay alguna sensibilidad, algún respeto por el público y algún amor al cine, no cabe dudar de que al estreno seguirán grandes cambios. El publico tiene indulgencia para decir que nadie nace sabiendo, y acaso tolere que en el camino se arreglen las cargas. Pero también ha esperado mucho un cine de gran categoría para que se le hable de que estamos aún en el período del tanteo y del ensayo.

Vamos al grano.

Argumento.- Según el reparto, se debe
a don Carlos Vattier, con la colaboración de don Francisco Coloane, ambos
escritores jóvenes aplaudidos por la
crítica. Lo más benévolo que de ellos
puede decirse es que no están a la altura de sus antecedentes. En la fábula de esta cinta todo ocurre al sabor de los autores y no conforme a las leyes de la verosimilitud de la vida. Mucha gente muere sin causa aparente, y de otros se sabe que han muerto porque un miembro joven de la familia encuentra un recuerdo que los evoca (el caso del álbum de tía Leonor hallado por la nieta de la protagonista). Entran unos y salen los demás sin orden ni concierto. Un pintor, de quien se hace una exposición retrospectiva, es presentado primero como prófugo nocturno en lso días de la revolución de 1891, y sólo más tarde se le concede la calidad de artista. Los tertulios del señor Jara, en los días más ardientes de enero de 1891, hablan de que viene la revolución porque Balmaceda ha “cerrado” el Congreso…

Dicho de otro modo y en conjunto: el argumento revela escasísima fantasia, por la pobreza de las situaciones y por la escasa originalidad de los recursos usados (toda la película recuerda muy de cerca la “Cabalgata” de Noel Coward), y una indigencia notoria de los conceptos históricos que se ponen a la contribución de la cinta.

Dirección.-El director de la cinta es don Luis Moglia Barth, argentino, como otros técnicos que figuran en el reparto. Esto de la nacionalidad de los colaboradores de la empresa nos parece que ha de contemplarse en la reorganización de Chile Films que auspiciamos. Se contrató a extranjeros porque se partía de la base de la ineficacia de los nacionales, y en substancia parece que fueron por lana… ¡y salieron trasquilados! Ni han resultado mejores los técnicos importados, ni puede desestimarse la labor técnica realizada ya, a costa de esfuerzos y de sacrificios, por productores independientes, a quienes habrá de contratar pronto Chile Films si quiere dar a su producción futura el nivel que el público tiene derecho a pedirle.

El señor Moglia Barth, por lo demás, fue alejado de Chile Films antes de que se terminar la película. ¿Le son achacables algunos errores notorios, o, al revés, se cometieron ellos precisamente por el que señor Moglia Barth había dejado de vigilar la realización? No lo sabemos, y como no podemos opinar sino sobre lo que está a la vista, sintetizaremos diciendo que la dirección –quienquiera que sea el responsable- es pobre en recursos, carente de fantasía y de espiritualidad, sin gracia ni novedad que sean dignas de especial mención y, en cambio, francamente deficiente en dos puntos: los movimientos de masas (saqueo de Santiago el 29 de agosto de 1891; terremoto de Valparaíso, el 16 de agosto de 1906; huelga general, etc.) y la entonación del diálogo, que sube de lo declamatorio a lo cursi con notable y nada plausible frecuencia.

Interpretación.- Dos gratas sorpresas se ofrecen en esta cinta: Nieves Yanko compone una admirable estampa de solterona, con acción sobria, eficaz y siempre elevada y digna, y Orlando Castillo hace un lindo trabajo en su papel de tío casero, querendón, alborotador y abnegado. Que el argumento no haya reservado a aquélla un papel más exigente no resta nada de su mérito a la excelente artista que se esconde tras una apariencia poco grata. Castillo, por otra parte, envejece con admirable naturalidad y jamás desentona en sus numerosas aunque secundarias actuaciones.

Mencionamos, primero a las revelaciones, porque es lo justo. Vamos ahora a los demás. Florindo Ferrario, actor argentino de renombre, está a la altura de sus antecedentes y esto compone su mejor elogio. Puede añadirse que dio distinción a su personaje y que suscita la simpatía por su acción, su palabra y su presencia. Inés Moreno no fotografía siempre tan bien como fuera deseable para una protagonista y suele dejarse llevar por el dejo declamatorio a que la ha acostumbrado la recitación de versos en público. Es muy simpática, pero conmueve poco. Chela Bon es una linda promesa por la gracia gentil de su figura en todos los detalles, y como tal promesa debe ser estimulada.

Los jóvenes galanes Mario Gaete y Hernán Castro Oliveira tienen buena figura y actúan bien, pero están visiblemente mal dirigidos en papeles que conservan algo de postizo. Lo mismo cabe decir de Francisco Flores del Campo, aun cuando para éste rijan algunas otras observaciones. Es el rostro que mejor fotografía hasta ahora en la escena cinematográfica nacional, y bastará encuadrarlo en un papel que venga a sus aptitudes para que pueda obtenerse de él un magnífico rendimiento. Es distinguido de facciones, elegante de movimientos y tiene una voz llena, cálida, muy agradable.

Los demás fluctúan entre lo discreto y lo francamente malo. No los mencionaremos para no herir a nadie. Baste hacer notar a los directores de Chile Films que en este país, cuyo nombre lleva esa firma, nadie se despide diciendo “buenas tardes”, ni persona alguna de la servidumbre –sea en 1891, sea en 1944-, llama “niña” a la señorita de la casa. Y esta observación, aparentemente fuera de lugar, calza bien aquí que se habla en globo de los intérpretes secundarios, a quienes se castiga con parlamentos poco adecuados a sus labios.

Técnica.- Nos encontramos, sin duda, en presencia de la película chilena mejor presentada aun cuando no se saca a los escenarios todo el partido que fuera deseable. Hay saltos de continuidad evidentes, con especialidad en los primeros rollos, y los movimientos de cámara son muy reducidos y sin sorpresa alguna. Como fotografía, propiamente, la película es buena, pero la iluminación deja mucho que desear. Sube y baja el número de las bujías aplicadas a escenas sucesivas, sin una causa aparente, a pesar de que la película carece en sí misma de efectos de luz propiamente tales. Unas escenas son extremadamente oscuras y otras en absoluto blancas, como las de un parque en Valparaíso. (Y, a propósito, en 1906 los automóviles llegaban a Chile de Europa, no de los Estados Unidos, como allí se dice.)

Aceptamos que la película haya sufrido dificultades especiales, de compaginación en particular, por el cambio de dirección sobrevenido antes de que la filmación quedara terminada, y por eso pasamos por alto el enlace defectuoso de la mayoría de los episodios, la mala esfumación y la falta general de aquellos trucos virtuosistas de laboratorio que permiten, bien empleados, enriquecer la calidad general de una cinta. Las escenas en que ha habido doblado (es decir, impresión sucesiva y no simultánea de la acción y de la voz) fallan por lo común, y por lo menos la copia que vimos en el estreno está prácticamente desincronizada en la mayoría de su desarrollo. Este defecto puede ser corregido en el laboratorio, de modo que nos anticipamos a suponer que no lo advertirán algunos de nuestros lectores.

Escenario y vestuario.- La realización misma de los escenarios, como lujo de detalles y acabado, es muy feliz y acredita la experta mano de un artista; pero hay muchos anacronismos que un director nacional tal vez habría evitado. En 1891 las casas santiaguinas, tuviesen uno o dos pisos, no contaban con un living-room como las de ahora, sino con salas y salones. El estilo Georgian americanizado de la salida al jardín de la casa en que transcurre casi toda la película es una nota anacrónica hasta la exageración. Están muy bien, en cambio, el automóvil modelo 1906 y los paseantes vestidos como para un viaje al polo.

Se ha evitado en la película extremar la nota de fidelidad al vestuario, para evitar la hilaridad irresponsable del público. Sin embargo, se le ha conservado en una escena de playa, en que esa hilaridad se produce, a pesar de que convenía evitarla, porque la voz que narra adquiere allí una patética profunidad. En resumidas cuentas, el vestuario, aunque hermoso, carece de rigor histórico y se halla voluntariamente anacrónico.

Conclusión final.- Las escenas patéticas, la coincidencias felices, la amable superficialidad de las situaciones que sirven de sostén al argumento, los números de baile y de canto realizados a conciencia, aun cuando nada tengan que ver con el desarrollo de la película, la voz vigorosa y como ineluctable de los muertos, dan a esta cinta un encanto al cual es difícil que se sustraiga el espectador. Emociona hasta las lágrimas, y aun cuando no haga reír con frecuencia, deja una impresión optimista en el alma. El público la aplaude y delcara que le gusta, y acaso en el fondo piensa que el último Velmar y la última Jara que se reúnen en la escena final para seguir juntos el camino de la vida, bien podrían ser el nudo de una nueva película tanto o más emotiva que ésta.

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