CONTROL DE ESTRENOS: “Dos caídos de la luna”
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¿Qué se puede esperar de una película en la cual se reúnen Elena Puelma, Rolando Caicedo, Ana González (la Desideria), Eugenio Retes? Sólo la carcajada franca, estruendosa, irreprimible. Y, efectivamente, es la carcajada lo que se obtiene por la acción desembarazada de cada uno de esos astros de la risa. La dirección, a cargo de Eugenio de Liguoro, si algún trabajo ha tenido, habrá sido la de pautar discretamente la emisión de la risa. La escena inicial, a cargo de Elena Puelma, tiene más gracia intrínseca que muchas de las que siguen, lo cual revela que aquel trabajo de emisión de la risa también ha tenido descuidos.

Tal como ocurre con frecuencia en obras de esta índole, lo débil de la pieza nace, precisamente, en aquellos instantes en los cuales se afloja la tensión de la hilaridad y sobrevienen intermedios relativamente serios. Gerardo Grez, Ricardo Moller y su pandilla de jueces podrían aisladamente considerados ser ejes de las películas más serias, trascendentales y profundas, pero en este torbellino de risa sus actitudes pasan a segundo término. Y a propósito, una observación doméstica. De las películas argentinas han solido decir sus adversarios que no se conciben sin una escena de bataclán en un cabaret con media luz, bandoneón y todo. De las chilenas podrá decirse, con el tiempo -y lo dirán los adversarios lo mismo que los admiradores-, que no pueden pasar por chilenas si carecen de una escena judicial, con salas recién instaladas, con jurada y con un martillo para el uso del juez. Todo esto es falso, insignemente falso, porque en Chile no hay jurado, los jueces no usan martillo y las salas no son flamantes, sino de una venerable y a veces asquerosa antigüedad.

La eficacia cómica de Ana González es sobradamente conocida. Su trabajo diario en la radio y en el teatro la ha popularizado en todo el país, y de su actuación en una película anterior, “P’al Otro Lado”, se conservan gratos recuerdos. Somos, sin embargo, de los que creen que la “Desideria”, dirigida cuidadosamente, podría mezclar lo serio a lo cómico, dando más profundidad a su papel y mayor permanencia a su actitud, enderezada hasta hoy sólo a la chacota. Lo mismo puede decirse de Eugenio Retes. Es igualmente gracioso, liviano, simpático, pero ya en esta película se le ve repetir demasiado unos mismos gestos de asombro, que, además de ser los mismos dentro de su película, son los mismos que se emplean para expresar el asombro en el teatro desde que el teatro existe. Esto no quita que la “Desideria” y Retes no arranquen la carcajada a cada instante con una abundancia hasta hoy no conseguida en ninguna película chilena. Los que amen la risa y la vinculen sólo a los nombres de Catita, Sandrini, Olinda Bozán, Cantinflas y otros del mismo estilo, pueden ver esta película nacional, con la misma seguridad de que reirán tanto o más como con cualquiera buena cómica extranjera. Rubén Darío Guevara se muestra discreto en su papel y el resto del numeroso elenco hace el debido marco que exige la necesidad de destacar a las dos figuras centrales. Buena fotografía, con bellísimos paisajes en la nieve.

En resumen: Eugenio de Liguoro cumplió con su intención. Ha logrado su intención de hacer reír con chistes de todos los calibres, de abierta comicidad.