Comentario: «Tierra Quemada» de Alejo Alvarez
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Una mezcla de acción, comedia y drama es el amargo tributo que Tierra Quemada rinde a la postración de cine nacional, cuya verdadera existencia exigirá, en verdad, un esfuerzo mucho más serio que el desplegado hasta ahora; de lo contrario nadie podrá evitar el nacimiento de una cinematografía monstruosa, limitada en sus ideas y miserable en su técnica, cuyos contornos, por desgracia, ya se comienzan a perfilar.

Tierra Quemada lo demuestra: el problema del cine nacional no es ya un asunto solamente económico como por allí todavía se afirma, sino algo mucho más grave, que excede la cuestión monetaria, y que parece radicarse – al menos en gran parte – en la responsabilidad de quienes han tomado hasta ahora el camino de la realización fílmica.

No basta, desde luego, advertir de que ésta es una “película para el público” tratando de justificar así los reparos que pueda hacer la crítica. Pues lo cierto es que tampoco se puede ofrecer al público una realización – acaso bien intencionada en principio – que no hace sino recopilar un cúmulo de lugares comunes, ni siquiera bien recreados, y encaminada por los más tétricos laberintos del mal gusto y la vulgaridad.

Bien puede ser que el fracaso de Tierra Quemada arranque del guión, indudablemente el más débil de todos los elementos de la película en medio de falencia general. La historia del despojo de sus tierras a una familia, y su venganza posterior, es sólo un pretexto para montar un despliegue de situaciones accesorias (comedia, canciones, idilios…), y en términos generales, un testimonio desmesurado de una dudosa adhesión a las técnicas del radio teatro. Las incursiones de la obra en el terreno de la comedia y del drama están lejos de hallarse en relación funcional con su tema central, situación en la que se encuentran la mayor parte de las escenas en que aparecen Lucho Córdoba, Juliera Pou, Jorge Boudón, etc… En cuanto a las canciones intercaladas en el relato, la situación es mucho mejor y para que Messone pueda cantar “El Casorio” en una taberna, el guión apela a un episodio que nada, absolutamente nada, tiene que ver con la historia, en tanto que tampoco ayuda a definirla la sicología del personaje.

En tales condiciones, es lógico que a la realización – no pueden esperarse milagros al fin y al cabo – le sea imposible ocultar las incoherencias del libreto, los canallescos desbordes grandilocuentes del diálogo o la trista reiteración de algunos recursos humorísticos (las caídas de Boudon, por ejemplo).

Nadie duda de las buenas intenciones de Alejo Alvarez, pero la verdad es que en momentos decisivos para el futuro del cine chileno las intenciones no bastan. Al objetarse su película no se está obrando estimulado ni por la aversión al cine de entretención, ni por la aversión al melodrama, géneros frecuentemente desestimados por prejuicios intelectualoides, y que no obstante han sido el origen de obras maestras. En definitiva lo único que cuenta es la capacidad de contar una historia o expresar algunas ideas por medio de las imágenes, y la voluntad de asumir la responsabilidad ética y profesional que exigen en Chile, hoy en día, hacer una película. Por desgracia en Tierra Quemada, esa capacidad y esa voluntad no aparecen por ningún lado. MALA.