Comentando desapasionadamente una película chilena
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Después del serio esfuerzo del artista chileno Jorge Délano F. («Coke»), que en 1934 realizó el primer film hablado en este país, ahora, después de años de receso, vuelve por sus fueros la cinematografía chilena. Venciendo dificultades de todo género, y más que nada, a pesar de la indiferencia de todo un públco que aplaude hasta la más insulsa de las películas yanquis, ahora se inicia una nueva era para nuestra cinematografía, siendo una productora porteña la que ha roto el fuego con su cinta «El hechizo del trigal«.

Naturalmente, como esfuerzo aislado y como reiniciación de una industria que carece de los medios técnicos corrientes en cualquier otro país, esta película tiene varios importantes defectos de concepción y de ejecución. Un periodista de Valparaíso ha esbozado el argumento. Un cinematografista italiano la dirigió. Y la empresa que la ha editado, puede decirse que se improvisó comercialmente. Pero donde más se advierte la improvisación y falta de escuela, en el desempeño de los intérpretes. Sin embargo, no acentuaremos sus defectos para que no se crea que malignamente queremos obscurecer los pocos méritos que pueda tener el film. Sólo nos guía una crítica sincera, en honor del cine moderno, tan adelantado.

Si se ha de empezar por algo, tiene que ser por la excelente fotografía de esta película. Hay paisajes bien logrados, fotogénicamente. En cierto momento, este envidiable sol de nuestra tierra realiza allí una presencia de actor puro, que no figura en el elenco. La dirección de toma de vistas, por lo demás, está bien correlacionada, hasta donde lo permite el exiguo argumento. Por que la verdad fundamental es que el argumento es deficiente en el sentido literario cinematográfico. En seguida indicaremos cómo y cuándo.

Al asunto le falta intensidad y continuidad, cosas que hasta ahora no han comprendido bien nuestros cinematografistas. Sobre todo, el tema esbozado en este film está trunco: le falta el final. Con tan buenos principios, con ambiente tan cerca de la naturaleza, podía haber terminado de un modo trágico o dramático, como se quiera, pero con énfasis vital. En ningún caso venía esa escena final diluída. El «happy-end» que tiene no expresa nada, y defrauda las expectativas del público, que después de todo, ya está habituado a los finales buenos. Esto no lo digo para herir al autor del argumento, periodista y dibujante de talento. El solo hecho de intervenir en esta primera película chilena de la nueva hornada, lo honra mucho; pero debemos indicarle la flaqueza principal de su argumento, el final.

En cuanto a los actores, todos están bien, menos los principales. Dicho más claro, el señor Danilo y la señorita Lubet están bien en gran parte de la obra; pero flaquean en ciertos momentos por falta de diálogo y por pobreza de dirección. La «estrella» carece de dinamismo, es casi automática en sus movimientos. En las escenas del lago y toras, no expresa sus sentimientos por el gesto ni con la palabra. Sólo adopta una tiesura de maniquí, que no está bien. En cuanto a su voz, es elogiable. Pero las canciones que canta debieron ser más «líricas» y claras. El señor Danilo se desempeña con cierta sobriedad; pero tiene una dicción deplorable, sin calor amatorio también. Se come los finales de palabras y sobre todo, las eses, lo que no está bien en un ingeniero que ha ido de Santiago a un campo. En cambio, el joven huasito y el padre de la niña, nacidos allí, hablan correcta, casi académicamente.

En cuanto a la otra dama, que en el telegrama llaman «tigresa», tiene muy poco de tal. Su actuación es por demás pobre de colorido. Además, la hacen cometer la vulgaridad cursilísima de agregar al apellido del ingeniero, su presunto novio, el otro apellido muy hechizo de «Tres puentes» ¿Era obligatorio, por ser ingeniero él? Asímismo, muy extemporánea la «lanzada» de la dama en el auto y los demás dentro. Alejo Alvarez, en cambio, está bien, muy bien, en todo momento. Si al final no crea un desenlace digno a sus inquietudes amorosas, no es culpa suya, sino del autor del argumento y del director. El otro actor cómico, cuyo nombre no figura en carteles ni programas, logra un satisfactorio y feliz desempeño de su corto papel, que sentimos no sea de mayor proyección. También la actriz cómica, o característica, como se la llama en el teatro, porque después de todo este film no es más que teatro fotografiado y el propio autor del argumento, que hace de huaso, interpretan su parte en armonía con el resto. La actuación de Calcagno, muy justa y con temperamento.

Hasta ahora todo lo dicho es crítica negativa. Y lo sentimos, por ser un encomiable esfuerzo. Pero hay que agregar que en este film también hay otro tanto de aciertos. Hay colorido en el viaje en auto del i ngeniero y su acompañante. Y hay comicidad en este último, aunque es sensible que no se aprovecharan para encajar más incidentes cómicos a los momentos en Viña y en el Recreo. Las escenas del rodeo y la fiesta campestre son buenas, más sólidas que todo lo demás. El detalle del pie del huaso dentro de tazón con huesillos con mote, muy original, realista, aunque poco decente. La tartamuda que queda colgando de la ramada, muy oportuna y risible. El «close-up» del huaso y la muchacha bailando cueca, sobre todo los pies, muy expresivo. Los demás detalles que sólo son del resorte de la dirección, muy discutibles técnicamente. No obstante, deben elogiarse como muy originales la toma de un cielo cirroso de mucha novedad fílmica, que termina en una larga distancia panorámica del campo, así como el amanecer con sol, incompleto. En general, son acertadas las vistas de la naturaleza. Pero al empezar el film aparece un pastor o labriego encuclillado, que se presta para un chiste grosero, que ya hicieron en el teatro ciertos niñitos escolares, ingeniosos, pero mal educados.

Finalmente, hay que reconocer que este film chileno en su 75 por ciento es aceptable. Debe hacerse caso omiso de sus pequeños defectos técnicos, debidos a la falta de experiencia, como ya dije. Y hay que agregar que, a pesar de ser hecho en Valparaíso y con intervención de elementos no chilenos, es, sin embargo, una «buena película» chilena que reinicia con honradez la etapa cortada, la paralogización absurda de nuestra cinematografía, que ha perdido buenos años con su silencio. Sólo que estos cinematografistas en su segunda producción no deben reincidir en dos cosas importantes: en la exigüidad temática del argumento, que produce vaciedad en el diálogo, y en la desorientada interpretación de algunos actores, los principales. Ojalá que la próxima vez no sean aficionados éstos, pues Chile tiene más de una docena de auténticos actores cinematográficos con experiencia. Por ahora basta, y felicitémonos porque ha revivido nuestra cinematografía.

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Una escena del rodeo en la cinta. El huaso que le ofrece vino a la actriz cómica, la Tartamuda, es Orlando Arancibia, autor del argumento.