Cine: “Un Chileno en España”
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Dirigida por José Bohr. Interpretada por Manolo González, Hernán Letelier, Roberto Parada, etc.

José Bohr no desiste de su empeño de darnos una cinematografía. Hombre de mucha extroversión, prodiga sus dotes y cumple funciones múltiples. Aparece en la pantalla en un diálogo divertido con el actor principal, escribe el guión, compone la música de las canciones y, además, dirige esa cosa compleja y difícil que es un film.

Abandonamos el Central admirados de tanta vitalidad, pensando que tenemos una película más, pero no la película que vaya a encausar a nuestra maltratada cinematografía por el camino de la salvación.

Cierto: la primera parte de “Un chileno en Madrid” hará reír al espectador. Pero sólo al espectador chileno. Otros públicos se enfrentarán a algo completamente ininteligible y enigmático. El libreto, no superior a los textos de nuestros teatros frívolos, carece de sentido para quien no se halla interiorizado en los detalles insignificantes de nuestra política. Las alusiones a los “slogans” de las elecciones, las referencias a políticos, además de su trivialidad, dan al film un carácter sobremanera transitorio y localista.

La segunda parte, cuando Manolo González visita España como turista tras verse beneficiado por el “gordo” de la Polla, carece inclusive de las gracia bastante gruesa de la primera parte. Mezclando las “tomas” directas con los fragmentos de noticiarios en un montaje poco imaginativo, vemos al personaje deambular por las calles madrileñas, visitar las murallas de Avila, el acueducto de Segovia, las estancias del Palacio de Oriente, asistir –según se nos dice- a las fiestas de San Fermín en Pamplona. En algunas de estas secuencias ni siquiera se intenta la inserción al núcleo principal del film. Se trata sólo de estampas añadidas carentes de sentido y perfectamente prescindibles.

Un chileno en España” llega a su nivel más bajo e insignificante en la aventura torera de Manolo González. El ex camarero del Club de la Unión, invitado por un criador de reses bravas, se viste de mamarracho para actuar en el festejo taurino de un cortijo. Lo que se ve es una corrida en serio en una gran plaza de toros y de vez en cuando a un Manolo González gesticulando como si se hallara en el citado e inexistente cortijo. Ello indica que no se ha hecho nada por darle a la película un aire coherente y cierta verosimilitud.

En la primera parte hay buenas fotografías en especial las de primeros planos con un contraste y plasticidad de buen film. Es lo único positivo. En cambio, las fotografías “turísticas” de España, además de estáticas y mortecinas, son deficientes.

En la interpretación, el trabajo de los actores –salvo Manolo González, que es habitual al que se le conoce en los “cortos” de propaganda- sigue una tónica rutinaria. El tema no se les ofrece tampoco muchas posibilidades.